En el Castelo apoyo el codo, / en Alfama descanso la mirada. / Y así deshago el ovillo / de azul y mar», canta una estrofa del fado ´Lisboa menina e moça', para invitar a encontrarse en la cima de una de las siete colinas lisboetas y asomarse a las almenas del Castelo de São Jorge, desde las que se pueden contemplar distintas perspectivas de la ciudad, del Mar de la Paja, de la Outra Banda (la Otra Orilla) y de la desembocadura del Tejo (Tajo). Luego, pasear entre los jardines y las construcciones de esta amplia fortaleza, bien reconstruidas en sus fundamentos celtas, árabes y cristianos.

Seguir en el trazado complejo de callejuelas que remiten a su origen moro de los barrios de Mouraría y Graça, hacia el interior, y acabar en Alfama por la pendiente que baja al río. Alfama es la cuna del fado y sigue siendo su escenario por antonomasia, aunque otros barrios, como Mouraría, Graça y Bairro Alto, también estén muy ligados al ambiente fadista, que acompaña a esa poesía musicada, interpretada y vivida del fado. En sus becos (estrechas rúas), pequeña plazas, escadinhas (escaleritas) y vielas (callejuelas), que suben, bajan y se estrechan en un aparente desorden urbano se oyen las guitarras que acompañan la saudade de esas cantigas llenas unas veces de melancolía y otras de fiesta y alegría que desde la vieja Lisboa llegan a medio mundo. Por eso allí, en el Largo do Chafariz de Dentro, muy cerca de la Casa dos Bicos, está el Museu do Fado e da Guitarra Portuguesa, que bien vale una visita. A ese estado del espíritu que revive el dolor de la ausencia y prolonga la presencia, los portugueses lo llaman saudade. Y la saudade a Lisboa le viene bien.

Lisboa es una ciudad de viajeros que de allí han partido o que a ella han llegado alguna vez, como parte o llega todo viajero en busca de sí mismo en el viaje de la vida. También por eso en Lisboa se encuentra la incertidumbre de la irresolución y el deseo de volver. Los portugueses cantan en otro fado: «O Tejo nos faz partir / Lisboa nos faz voltar» (el Tajo nos hace marchar/Lisboa nos hace volver) y eso mismo también podríamos cantarlo los visitantes que llegamos a la ciudad por carretera, pues al fin y al cabo el Tajo nos sirve de compañero durante un buen número de kilómetros hasta que llegamos a ella. «Lisboa, velha cidadade, vem pola beira do rio», decíamos en el título. Y a Lisboa siempre hay que volver, para alcanzarla, por las escaleras, los rincones y las callejuelas de Alfama, pero también por el Terreiro do Paço, por Lapa, Madregoa, Alcântara, Belem, Restelo o Lumiar... Y por cualquiera de esas calles, plazas y rincones de tantos lugares de la bellísima ciudad que, fuera de algunas avenidas y espacios modernos, no deja de ser como un rosario de pequeñas y acogedoras localidades provincianas del entrañable Portugal de siempre.