Habrá nada más cercano al sentido común que aceptar que quienes han nacido en la misma época o tiempo reciban unas influencias sociales parecidas, y tengan unas creencias, actitudes, valores y comportamientos semejantes? Es la teoría de las generaciones, formulada en los años veinte, es decir, hace un siglo, principalmente por un español, Ortega y Gasset. Esta teoría alcanza actualmente un gran desarrollo en Estados Unidos, especialmente por la corriente sociológica encabezada por William Strauss y Neil Howe, que habían pronosticado para 2020 una «gran conmoción social unida a una crisis económica y política», basándose en que -según su teoría- cada cuatro generaciones suele darse un cambio o crisis radical en la sociedad norteamericana, que toman como modelo. Estos autores hacen el cálculo asignando unos veinte años a la vigencia de cada generación, que se corresponden con los quince años que, hace dos milenios, asigna Tácito, el historiador romano, a los cambios sociales, teniendo en cuenta el aumento de la duración media y de la calidad de la vida humana en occidente. Del mismo modo que, todavía hace pocos años, la edad media de los futbolistas aspirantes al reconocimiento de la UEFA, como mejor jugador de Europa, no igualaba los 32 o 33 años de los tres finalistas del último premio. ¿Por qué tienen tantos adversarios y son tan combatidas, en general, las teorías sobre las generaciones? Es posible que sea porque parecen reducir la originalidad individual al subrayar la influencia de las circunstancias en que se vive. Quienes niegan toda validez a estas teorías incurren en contradicciones constantes, porque se trata de una explicación, casi inevitable, para entender los cambios sociales. Un ejemplo entre mil. Hace unos pocos años, un profesor de Ciencias Políticas, maestro reconocido de la primera generación de Podemos, dio una brillante charla para demostrar la inconsistencia y falta de rigor de la teoría de las generaciones. Al poco tiempo, entrevistado, un periodista le pregunta: «¿Por qué ustedes no llegaron nunca ni a concejales de un caserón manchego, mientras sus discípulos alcanzaron rápidamente la cima del poder, alguno con su familia, resuelven el problema de la vivienda, a veces con brillantez, y amenazan con alcanzar el Palacio de Invierno, si se continúan investigando con rigor los aledaños de la primera institución del reino?». Respuesta: «Se trata de un problema generacional. Efectivamente, nosotros somos los maestros de quienes, en plena juventud, han alcanzado la cumbre del poder político, pero nosotros no alcanzamos más que unas docenas de votos, porque estábamos a la sombra de la generación de la transición, de Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra y de José María Aznar, que mantuvieron el poder mucho más de los quince años de que hablaba el historiador Tácito. Ahora sí tiene razón el profesor de Ciencias Políticas, se trata de un problema generacional. Desde los millenials, nacidos a finales del siglo XX, se considera que las generaciones son, más o menos, comunes a todo un mundo globalizado, pero, anteriormente hay que tener en cuenta los condicionamientos de cada país. Así, por ejemplo, la primera generación de los baby boomers norteamericanos, de la explosión demográfica, comienza inmediatamente después del final de la 2ª Guerra Mundial, en 1946. Pero, en España, por esas fechas andábamos en otras batallas: el hambre, el estraperlo, los juicios sumarísimos y los fusilamientos de los supervivientes republicanos de la Guerra Civil, el bloqueo internacional, la llamada conjura judeo-masónica, la ´pertinaz sequía'? De modo que la generación española del baby boom es posterior, y su nacimiento corresponde al final de los años cincuenta, al comienzo del desarrollismo. En su primera cohorte, será la generación de la movida madrileña, del ´coloque', de la caja tonta, del sida, de la contracultura, del nihilismo, del punk, también de los derechos civiles y del feminismo, del pluralismo cultural, del nacionalismo secesionista de las regiones históricas más ricas. Esta generación apenas toca poder, pero, en buena parte, son los maestros del sector más radical de izquierdas del actual gobierno, que corresponden al final de los baby boom españoles y a la llamada generación X, nacidos entre 1965-1981. Crecen en medio de la crisis del petróleo de 1973, la caída del Muro de Berlín y la matanza de Tiananmen, en 1989. Merecen un respeto, pues se ocupan de los de abajo, de los olvidados, pero nacen con un defecto tan español como carecer del sentido de la medida. El joven Ortega escribía a Unamuno: «¿Qué opina, don Miguel, de la virtud griega de la sofrosine?». Ortega creía que los españoles carecemos de esa virtud. Los cristianos traducirán esta virtud platónica por templanza, aumentando su sentido auto-represivo. Algún autor ha relacionado la falta de sentido de la medida de Podemos con las limitaciones de la programación de la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense, de donde procede alguno de sus líderes más destacados. Según esta interpretación, sería deseable una mayor presencia de la cultura científica en las Facultades de Políticas y, especialmente, en la Complutense por su incidencia en la actual política española. Esta generación X es poco convencional en indumentaria, organización familiar, sexo y amistad. Da prioridad a problemas actuales como el cambio climático y el feminismo. Esa falta de sentido de la medida puede crear dificultades en el futuro en el buen entendimiento con un partido de larga trayectoria, centenario, como es el PSOE, aunque sus dirigentes actuales pertenecen a la misma generación de los de Podemos. Una fábula clásica, atribuida a Esopo, que está en los cimientos del pensamiento helénico, la historia de la rana y el escorpión, ilustra la articulación de las generaciones políticas actuales en España. La rana se alterna con la tortuga en las diferentes versiones de la fábula. La rana y la tortuga son las dos generaciones del socialismo, y el escorpión es el nacionalismo secesionista de las regiones históricas más ricas. Hay otras regiones históricas donde el nacionalismo secesionista es débil porque temen volver a las hambrunas del pasado, si se separasen. La rana, el socialismo joven, argumenta así: el que gana las elecciones tiene que gobernar, y no puede ceder al chantaje de los perdedores, que quieren gobernar a toda costa, acusando a los vencedores de andar en malas compañías, con este escorpión tengo que pasar el río. El argumento de la tortuga, del viejo PSOE, es el siguiente: estás atravesando el río, rana, con un escorpión, que, siguiendo su naturaleza, te va a picar, y no vais a poder terminar la legislatura, es imposible, porque, puesta la causa se sigue el efecto inevitablemente. Respuesta de la rana: con estos bueyes tengo que arar, no tengo otros.