Opinión | So y sombra

Luis M. Alonso

Nadie cree a nadie

Nadie cree a nadie, porque faltar a la verdad tampoco es un asunto primordial, forma parte de los tiempos y de la urgencia

Robert Louis Stevenson escribió que las mentiras más crueles son dichas en silencio. Ahora no hay silencio, lo que impera es el ruido y, sin embargo, nadie puede pensar que cuánto se fabrica día a día es verdad. El mundo está envuelto en un celofán que se llama mentira.

Nadie cree a nadie, porque faltar a la verdad tampoco es un asunto primordial, forma parte de los tiempos y de la urgencia. Hemos dado tantas vueltas con esto del coronavirus que nos falta fe para creer en nada que no sea salir del paso día a día. Esta epidemia es terriblemente contagiosa hasta el punto que no solo nos arriesgamos a contraer la enfermedad sino a infectarnos del caos con que los políticos la administran. No se puede pedir serenidad ni invocar responsabilidades mientras la administración carece de la capacidad para marcar una pauta. Esto es un embrollo de tal magnitud que va a acabar con los políticos cargándose los muertos unos a otros. La pregunta de ¿Zavalita, cuándo se jodió el Perú?, en la novela de Vargas Llosa, tiene una línea de interpretación comprensible en el momento en que estamos viviendo.

Probablemente sea un brindis al sol, pero cualquiera con dos dedos de frente tendría que preguntarse por qué en una crisis de la magnitud actual los políticos no han sabido cerrar filas para darle al país una respuesta menos trágica de la que ofrecen. ¿Qué quieren en estos momentos los españoles? Es bien sencillo. Calor y certidumbre. ¿Qué no quieren? Debates falsos, simulacros de política y enfrentamientos estériles.

¿Pero es posible que personas adultas no vean por dónde van los tiros? Que la Constitución se ponga en cuestión desde el propio Gobierno en los tiempos en que una feroz pandemia necesitaría de todo esfuerzo prueba la incapacidad de unos dirigentes para enfrentarse con realismo a los hechos, la estupidez y el sectarismo propio de los partidos. En algún momento tendremos que rebelarnos contra la falsedad pública que nos domina.