Soy muy fan de James Rhodes. No porque su alegría de vivir sobreexpuesta en las redes sociales fastidie a diestra y siniestra. Como ni soy melómana ni puedo descifrar una semicorchea a destiempo, no aprecio tampoco al pianista español de origen británico por su ejecutoria musical, que algunos cuestionan. Me gusta de él su entrega a una causa que le es conocida, la lucha contra los abusos sexuales a los niños, que él mismo sufrió de pequeño a manos de un profesor depredador. Hace unos días, Rhodes recibió la nacionalidad española por la que suspiraba desde hace tiempo. De una manera harto desafortunada, el vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias se lo anunció como si fuera una merced del Príncipe de Zamunda y no un trámite legal para el que hay que cumplir ciertos requisitos, reglado que no regalado, que miles de personas anónimas aguardan desde hace más tiempo que el artista. También le felicitó por su ingreso en la marca España el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, quien recibió la siguiente respuesta de Rhodes: «Gracias Pedro. Gracias por tu compromiso con nuestros niños y niñas y su seguridad. Espero que pronto la investigación judicial sobre la tragedia de Baleares produzca algunos cambios urgentes, como lo hará la nueva ley de infancia. Eres lo más, compa». Gracias James por no olvidarte de las menores tuteladas por el Consell de Mallorca víctimas de explotación sexual y por recordárselo a la menor oportunidad a tu compa Pedro, cuyo partido gobierna esta institución y es por tanto responsable de su integridad, ahora y antes. Yo nunca esperaría tanto como tú de lo que vaya a decir la justicia, pero no quiero quitarte la ilusión.

Ya hace un año, y tal día hará dos. Primero nos desayunamos esa Navidad con la violación en manada de una chica de 13 años que vivía en un piso tutelado. Luego vino la denuncia de educadores publicada por este diario sobre la prostitución recurrente de jóvenes acogidas por la Administración a cambio de regalos y dinero, ante la pasividad de las fuerzas del orden y de los poderes públicos encargados de su custodia.

El propio IMAS reconocía los hechos, cifraba en 16 las jóvenes explotadas y aludía a un problema social que afecta a las mejores familias y que viene de mucho tiempo atrás (distintas legislaturas con sus diferentes colores). A partir de ahí, poco más. Una comisión de expertos que vagarosamente recomendó más coordinación interinstitucional, nuevos informes, la creación de un centro especial. Y la negativa por dos veces a investigar en el Parlament y en el Consell unos hechos vergonzosos. Ni el bueno de James Rhodes se tragaría que la pandemia que ha pasado por encima de tantas cosas ha sido la causa del paupérrimo examen político de este absoluto escándalo.

Hay que reconocer que los partidos de izquierdas han dedicado todo su tiempo y energía única y exclusivamente a taparlo, sin una sola voz discordante de entidades como el Institut de la Dona o la Universitat, que suelen ocuparse de la trata de personas en abstracto. Como cabía esperar, la Fiscalía se aprestó a archivar la causa al entender que no existe una red organizada, aunque sí casos graves, pero sin responsabilidad penal. Con una partitura tan decepcionante, hace falta un intérprete incansable como Rhodes para que la indignación del público no se duerma en su desconcierto.