Opinión | La señal

Vicente Almenara

2021: Una Ilíada en el espacio

Las naves de Twitter, Google, Facebook, Instagram, Amazon, Apple, Snapchat... y otras menores navegaban en formación por el sistema estelar Alfa Centauri, a 4,367 años luz del planeta Tierra, ya deshabitado tras una terrible pandemia que asoló aquella antigua civilización. En otro lugar del Universo, Elon Musk, en su Starship, lideraba otra escuadra en la Pequeña Nube de Magallanes, a 0,26 millones años luz de aquel viejo planeta azul. Le acompañaban Parler, Gab, Signal y Telegram.

La guerra, recordaban los más viejos -aunque este concepto estaba en revisión científica después de que el doctor Simón hubiera revelado el elixir de su eterna juventud y se lo recomendara a Joe Biden, sin resultado aparente-, había empezado cuando la flota que capitaneaba Jack Dorsey, de Twitter, atacó al que fuera presidente de los EEUU de Norteamérica -país ya desaparecido tras el pavoroso incendio del Capitolio-, sumándosele otras fuerzas tecnológicas del Imperio. A la Vieja Europa, ya achacosa y lenta de por sí, no le dio tiempo a reaccionar y desapareció entre las aguas cuando los océanos lo inundaron todo. Rusia y China sí estaban en órbita, la primera con sus naves VKontakte y Odnoklassniki, y los otros con WeChat, Sina Weibo y Douyin. En cuanto a las fuerzas mundialistas, como la ONU y la OMS, con sus ejércitos de burócratas internacionales, estaban refugiados, por cortesía de la Alianza, en la nave de Amazon que comandaba Jeff Bezos, que en otro tiempo compró The Washington Post y que convirtió en un gran matrimonio forzado de ingenieros y periodistas.

En el monitor principal del puente de mando de Fb, Zuckerber dirigía personalmente la puntería de los rayos PRG, orientados a una avanzadilla de los rebeldes, que habían osado rechazar la rendición cuando se les ofreció tras la toma del poder mundial de la comunicación salvo, eso sí, algunos reductos que estaban en proceso de conquista.

Los algoritmos de la Alianza no podían fallar, aunque todavía no contaban con todas las variables de los humanos, pese a que éstos les habían suministrado, más o menos voluntariamente y durante todos sus años de navegación, datos que no tenían ni sus padres; la servidumbre voluntaria, que decía en el pub de a bordo de la nave de escolta el tetrasecretario de Comunicación. Unos metros más allá, el general jefe del Estado Mayor de la Guardia Estelar, y el también general de Seguridad Nacional, intentaban por todos los medios a su alcance rebajar con unas palancas, supuestamente todopoderosas, el estrés del gobierno de la también llamada, por su vicepresidente, Coalición.

Los dos ejecutivos militares, Ballesta y Santiago, comentaban lo que en sus documentos se conocía como la Depuración, y que el primero remontaba en privado a François Mauriac. El Premio Nobel de Literatura de 1952 elevó la caridad a máxima insustituible, y es que era católico practicante y descartaba, decía el general de brigada, las ejecuciones sumarias si se pretendía un mundo sin heridas del pasado, mientras que Camus peleaba por una justicia digna para resarcir a tantos inocentes perjudicados por darle la espalda a los valores democráticos, y no solo republicanos franceses sino globales. En ese momento salieron de sus ensoñaciones al sentir un fuerte impacto en la cola del Falcon 900, modificado, del 45 Grupo de Fuerzas Aéreas de la que en su día fue España. A la primera vibración siguieron otras, mientras que Margaret decidió poner bajo custodia a Paulus que, escoltado por dos infantes de marina, fue conducido a su camarote estelar. Sin embargo, el bajel espacial no tenía suficiente potencia para destruir la nave capitana de los que habían venido a salvar la que fue civilización occidental y que, contra las reglas de la Comunidad, habían incluido en su Mando a otros a los que llamaban prehistóricos.

Cuando la tripulación de Margaret disparó sus misiles imposibles para no causar daños colaterales -un invento de otra época de la Humanidad-, ya rugían las alarmas y las luces rojas en todas las cabinas de aquella plataforma que daba vueltas sobre sí misma perdiéndose en la lejanía de un universo insondable y oscuro entonces y ahora, cuando el escribidor daba cuenta de aquellos hechos que se remontaban muy atrás en la noche de su memoria. Charles Dodgson, para los amigos Lewis Caroll, garrapateó un día:

Brilla, luce, ratita aliada,

¿en qué estarás tan atareada?

Por encima del Universo vuela

como una bandeja de teteras.

Brilla, luce...

Un murciélago pasó

no sé donde se escondió