Lunes. Me he instalado un contador de pasos. Es el demonio. Una nueva forma de obsesión. Como un tonto, al final de la mañana, bajo a la calle y vuelvo a subir para añadir pasos al día. Que no son pasos, son escalones. Que digo yo que podrían contar el doble. A la tarde, ahora que ya ha terminado el año Galdós, me dirijo a una librería (1.003 pasos) y curioseo. Me compro «Cánovas», uno de los últimos de la serie de los «Episodios nacionales». Rápido me topo con un párrafo delicioso sobre los españoles que quieren un puestecito en las covachuelas de Presidencia, en el calorcito de un Ministerio, «moviendo papeles». Aparece la palabra momio, ese delicioso sinónimo de chollo. Sinecura tampoco está mal. O canongía. Canongías al atardecer. Quién pudiera.

Martes. El festín de los periódicos impresos. Me bebo dos entrevistas exprimidas, una columna descafeinada y tres crónicas políticas con leche. Hay noticias frescas, editoriales maduros, apetitosos sueltos y viñetas de postre. Me dejo un par de reportajes para el final, como un glotón de la letra impresa. Envueltos en papel de aluminio, para luego, tres articulistas que ayudan a hacer la digestión. Ay, a quién le puede gustar la vida desnatada.

Miércoles. Qué buenos vasallos, pardiez ! si estos señores tuvieran los cojonazos de tomar medidas que de verdad atajaran la pandemia. Y si en vez de excusas pusieran vacunas.

Jueves. Trescientas personalidades de muy diversos campos, de toda España, encabezados por Emilio Lledó, han firmado un manifiesto contra la construcción de un rascacielos en el Puerto de Málaga, que El País tilda -en el titular- de «dildo». En un artículo casi tan comentado como el que en este periódico firma Alfonso Vázquez. Me entretengo buscando la etimología de dildo, palabra que puede venir del inglés o del italiano. Parece que da gustito. La etimología, no el dildo, quiero decir. Antes se llevaba mucho eso de los manifiestos, firma aquí, firma allá, manifiesto por tal cosa, manfiesto por la otra, a favor y en contra. Antaño no eras nadie si no estabas en un manifiesto. Ahora es manifiesto que las redes han erosionado un poco esta forma de protesta o de adhesión o manifestación. O no, yo que sé. Un dildo cuya erección es controvertida.

Viernes. Desayuno en el Parador de Golf con Manuel Salinas, reciente premio Internacional de Poesía Dama de Baza, que me regala su antología «A la altura del corazón». Toda la mar enfrente. De lejos, grupitos de golfistas ajenos a todo mueven sus carritos mientras removemos nosotros el café con la cucharilla. Nadie. Una burbuja de paz. Qué gran invento los Paradores, Pronto irrumpe una llamada desasosegante y se rompe la mañana y hay vuelta a la realidad, al coche, al atasco a los nervios. Dice Salinas en el poema 'Aire tuyo': «Da gusto estar vivo, oír el corazón, fácil y huérfano. Da gusto estar vivo, venir del aire tuyo, tener los ramos dentro. Da gusto estar vivo, reirse de la piedra dura, saber por la mañana a besos».

La tarde traerá paz. La vida en el salón. Magdalenas, libros, sofá, series, adjetivos en el alféizar, poemas que se persiguen y partidas con el zagal. Una idea ronda en la cabeza para escribir un relato. Pero no doy un paso. Más importante, creo, es saber dónde va uno.