Opinión | Lavidamoderna merma

La pandemia del Melillero

Estamos nuevamente en una situación muy complicada. Difícil. Dura y desagradable. La tercera ola ya nos ha arrollado. Como la del Melillero -el bueno- o más aún. Nuestras esperanzas, ilusiones y confianzas, estaban en la orilla. Como si de una nevera de la playa se tratase. Reposando. Al sol. Con la inseguridad clásica que uno tiene cuando deja sus pertenencias en la playa mientras toma un baño. Todos tenemos algo de valor en la arena. Bajo la toalla. Como si ésta fuera una caja fuerte. Pero que, realmente, es de lo más accesible para cualquier ladrón.

Hay quien mete el móvil en una bolsa de plástico, pensando inútilmente que estará a buen recaudo. Otros lo guardan en la bolsa de las bebidas, sintiéndose un hacker que engaña al ladrón pues ahí no irá a buscar. Y hay quien deposita las cosas de valor en un bolsillo discreto que incorpora la toalla. Ahí no lo van a encontrar. Mi móvil de mil quinientos euros no corre peligro si se esconde en un bolsillo cuya cerradura es un velcro.

Pero siempre acaba pasando. Y siempre, cedemos al auto engaño que nos produce esa efímera paz mental que nos da la llave para poder seguir felices, aunque viviendo donde no es. No ver para poder ver algo. Y en caso de drama, la culpa irá siempre para un tercero. Jamás para nosotros.

Lo estamos padeciendo estos días. La Navidad es para muchos el nuevo ocho de marzo. Por aquel entonces, sin saber ninguno en el mundo occidental lo que estaba pasando, se celebraba una manifestación en la que centenares de personas se arremolinaban. Y poco después nos encontrábamos con la pandemia que tanto daño nos está produciendo.

Faltó tiempo para que los partidos conservadores -y en especial los extremistas-, pusieran el grito en el cielo y el dardo apuntara al gobierno. Subían el tono hasta insinuar el asesinato. Llamaban en redes sociales asesinos a los gobernantes. Y ese mantra faltón y estúpido hacía mella en un mar de tontos como lo hizo en su momento la corriente de los peones negros que defendía que el once eme fue cosa de ETA y exigíamos saber la verdad.

Mentiras ridículas que, con el paso del tiempo, siguen afectando cual pandemia a nuestra frágil sociedad.

Acababa el año y los gobernantes autonómicos planteaban un sistema relativamente sensato para pasar la Navidad. Unas semanas que han supuesto que decenas de comercios no cierren. Que se han traducido en empleos para poder comer. Pocos se han hecho ricos esta Navidad pero muchos han -o hemos- podido tener un mínimo respiro en esta lucha incansable contra una pandemia que acarrea una carestía brutal.

Sabíamos que tras las fiestas llegaba la tercera ola. Nos lo había avisado y veníamos de vuelta. Y ha llegado. Ha hecho acto de presencia y el golpe parece ser el más duro de todos los hasta ahora asestados a nuestra sociedad. ¿Y qué hace el gentío? Naturalmente, echar la culpa a cualquiera menos a ellos mismos.

Ahora, las corrientes progresistas, achacan la situación en Andalucía a la irresponsabilidad del gobierno por haber permitido la celebración de la Navidad. Igualmente, a nivel local, las redes sociales se llenan de recortes de periódico en los que se recuerdan declaraciones del alcalde de Málaga hablando sobre la Navidad y su necesidad. Igualmente se repite una y otra vez el hecho de haber instalado las luces de Calle Larios.

Pero, siendo honestos, ¿alguien realmente cree que la culpa de todo lo sucedido es de las luces de Navidad? ¿Es culpa de Juanma Moreno que te hayas visto con dieciséis personas en el salón de tu casa? ¿Es culpa del sistema que te hayan pillado en tu restaurante con una fiestecita y mucha jarana con la consiguiente presencia de la policía?

Es de género tonto culpabilizar de manera exclusiva y total a los gobernantes -en el ámbito que sea- cuando parte de la situación se controla con el comportamiento particular de cada uno.

¿Por qué hay restaurantes de renombre en Málaga que han cerrado repentinamente? ¿Nadie se ha preguntado a qué se debe ese cierre puntual tan extraño? ¿Y si algunos de ellos han recibido una multa por tener a gente de cachondeo dentro a cambio de una espuria recompensa? ¿Tiene más culpa Juanma Moreno o el del bar de turno que ha montado una fiesta? Sin duda el segundo. Pero nadie señala a esa gente. Como tampoco nadie reconoce a los muchos otros negocios de hostelería o comercios que sí están siendo responsables, honestos y cumplidores. Porque gracias a ellos esto sigue funcionando.

Pero la cuestión es que volvemos a caminar de la mano del fracaso. Las muertes se elevan. La tristeza asola nuestras vidas y rompemos nuevamente el mundo irreal que nos hacía sentir más libres hace un par de semanas. Habrá quien espabile. Y cumpla con las normas, intentando hacer la vida lo más equilibrada posible para todos. Habrá igualmente el que salte de la mentira irreal en la que vivía en navidad gracias a la película que se había montado, y pase a una nueva irrealidad en la que la culpa de todo la tengan los políticos que nos están matando.

Sea como sea, por el camino quedarán personas decentes que, por mala suerte, se contagiarán y morirán. Otros correrán la misma suerte, pero habrán comprado muchísimas papeletas para ello. Y después quedarán los que, sin duda, son más peligrosos. Aquellos que incumplirán, contagiarán provocando muertes de indefensos y además, serán altavoz de estupideces negacionistas propias de Trump y el de los cuernos en el Capitolio estadounidense.

En esas estamos. Y la ola del Melillero ya ha llegado mientras muchos se bañaban gustosos en la orilla, pensando que todo iba fenomenal. A los que les atrape habiendo sido cuidadosos, responsables y, en la medida de lo posible, cumplidores, les queda el consuelo de que al menos lo hicieron bien y seguramente no provocaran el mal ajeno. A los que viven en la inopia, la publican en redes, provocan la muerte, la crisis y el caos con su actitud y tienen la indecencia de culpabilizar a los que nos gobiernan: Que os lleve el melillero -el bueno o el malo-. Viva Málaga.