Opinión | Entre el sol y la sal

Quiero matar a Zenón

Ese personaje, el tal Zenón, es el elegido por mi hija para martirizar mis días y mis noches. Le tiene devoción absoluta. Así que no se habla más ¿Zenón? Pues Zenón

Tengo el dudoso honor de pertenecer a un grupo de Facebook cuya razón de ser es comentar y aconsejar las novedades de Netflix. Un usuario desocupado se tiró al barro el otro día y lanzó una pregunta intrigante: Imagina que sufres un ataque zombi y te rescata un personaje de la última serie que estás viendo ¿Quién sería? En respuesta se amontonó una retahíla de nombres memorables: Tommy Shelby, Annalise Keating, Ragnar Logbrok, Tyrion Lannister, etc. Sorprendentemente una nominación se repetía entre el público femenino. Síiiiiiii, amigas, ya sabéis de quién os hablo, del Duque de Hastings.

Y ahí andaba yo, dándole vueltas a la cuestión hasta que caí en una realidad lamentable, mi salvador sería Zenón. Sí amigos, el de La granja de Zenón. Me ataca una docena de violentos zombis y dejo mi futuro en manos de un dibujo animado con los ojos como si fuera siempre colocado, que vive solo en una granja rodeado de animales tarados, y que va dando el coñazo con su guitarrita a todo el que se cruza. Pero ese personaje, el tal Zenón, es el elegido por mi hija para martirizar mis días y mis noches. Le tiene devoción absoluta. Así que no se habla más ¿Zenón? Pues Zenón. Puede que, a usted, dependiendo de su edad, le tocase vivir ese infierno con Frozen, Pikachu, Oliver y Benji, David el Gnomo o Los Chiripitifláuticos, pero lo cierto y verdad es que por muy serio que seas, por muy macho que te creas, si una niña de 17 meses te pide que hagas de caballo percherón o de gallo Bartolito, allí que te tiras entusiasmado al suelo a relinchar de forma obediente o cacarear lo más creíble posible. Y lo harás sí o sí, bien sea por arrancar una sonrisa del querubín, o bien por evitar el llanto infinito y grito incesante.

Dicen que todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro. No viene a cuento del artículo, pero lo acabo de leer, me ha encantado y quería compartirlo. Posiblemente sea lo único decente de esta columna.

Zenón, para quien tenga la inmensa suerte de no conocerlo, es un tío raruno que viaja en su auto bochinchero (alborotador o ruidoso), lo busqué en el diccionario de la RAE tras cantarlo mil trescientas veces y ya me picó la curiosidad por descubrir su significado. Como el cuatrico del villancico El burrito sabanero, que lejos de referirse al cuadrúpedo, se refiere a un instrumento musical venezolano. Zenón es, como les digo, un cuarentón solitario que pasa el día hablando con los mismos diez animales a pesar de tener muchos más. Supongo que siempre existieron élites. Sea como fuere, Zenón es un jartible de esos que siempre parece feliz y, si algo se tuerce, lo arregla con una cancioncita. Me pone malo. Pues cuanto más me enferma, más lo pide la niña. A veces juraría que no es una niña, sino una mentalista enana que presiente mi desesperación y me hace pagar por las faltas de atención o no ceder a sus peticiones. Imagino su pequeño y moldeable cerebrito pergeñando la venganza por no comprarle un globo en el parque: se va a cagar el calvo gordo este, lo voy a tener cantando La vaca Lola hasta que le sangren los oídos.

Y ahora dice Juanma Moreno que nos encerremos a las ocho de la tarde en vez de a las once de la noche. Esas tres horas, para quienes vemos el mundo a través del universo Zenón, equivale a unos cincuenta capítulos, tres trenes, y unos doscientos huevos sorpresa (abre, abre, abre).

Esas tres horas de diferencia pueden no ser muy importantes para algunos, pero son un suplicio innecesario y gratuito para cualquier padre. Como nos confinen reviento la tele contra la pared y que venga Salvador Illa disfrazado de la chancha Doña Pancha a mi casa, porque yo, para entonces, me habré entregado voluntario y gozoso a ser devorado por un grupo de zombis.