Opinión | MÁLAGA DE UN VISTAZO

Y tiramos el silo

Existe un amplio consenso en cuanto a la valoración del proyecto de conversión de los muelles 1 y 2 en un espacio para uso ciudadano como uno de los mayores logros de la historia urbanística reciente de nuestra ciudad. Así lo demuestran a diario sus habitantes, que hacen un uso multitudinario de esos espacios en sus momentos de ocio; y no sólo ellos, también los visitantes disfrutan de la vista de las aguas remansadas de la dársena portuaria mientras pasean o se toman una cerveza al sol. Hay que decir que semejante logro no fue fácil: implicó décadas de reivindicación por parte de una sociedad civil que temía –justificadamente– que el desarrollo del Plan Especial del Puerto derivase en una masificación edificatoria con fines lucrativos. La concreción de dicho plan supuso la escenificación de un desencuentro prolongado entre las dos administraciones competentes, la Autoridad Portuaria y el Ayuntamiento de Málaga; y las reivindicaciones citadas, entre otras, incidían en aspectos como la integración entre puerto y ciudad para uso público, la conformación de la fachada marítima de la ciudad y el exquisito tratamiento de las visuales hacia el mar y desde el mar. Su fructificación implicó algunas renuncias, la más vistosa de las cuales fue la del silo de grano. Su demolición nos privó de un notable ejemplo de arquitectura autárquica, pero la pérdida se vio compensada con creces por lo obtenido a cambio: la recuperación de un alzado de ciudad que parecía perdido para siempre y la liberación de perspectivas inéditas, tal y como se había venido demandando. Sin embargo, como en el mito de Sísifo –o, como dirían los modernos, en el día de la marmota– ahora volvemos a las andadas, cuando ya parecía que se había conjurado la maldición. Décadas hablando de fachadas marítimas, de paisajes urbanos históricos y nos devuelven a la casilla de salida, con el hotel-rascacielos en el morro. Para esto no tiramos el silo.