Opinión | Lavidamoderna merma

Cartilla moderna de urbanidad

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de urbanidad

cartilla moderna de urbanidad / Gonzalo León

Siendo yo un lechón, en mi etapa de alumno en los Hermanos Maristas de Málaga, tuve la suerte de recibir clases de grandes ilustres -desconocidos para los que no tengan tres violetas- pero que, sin duda, marcaron mi vida.

Don Antonio Gaspar, Don José Luis Ferrer, Don Francisco Mena o el Hermano Cabello y su inseparable Chasca, fueron algunos de esos hombres que te trasladaban y adelantaban, a través de la docencia, ese guantazo de realidad que la vida te daría posteriormente.

Acciones impensables actualmente como hablar con respeto a un maestro, hablándole de usted, levantarse a su entrada y salida de clase o no tener posibilidad alguna de contestarle nada y mucho menos poner en cuestión cualquier asunto, hacían coincidir en el alumno una serie de sentimientos y conflictos internos que, con el paso del tiempo, acabarían traduciéndose en madurez formativa, moral y en algunos casos espiritual.

Sonará a viejo y manido. Sonará a pasado de moda. Pero había respeto. Educación. Vergüenza. Y aún así se cometían tropelías de todos los colores. He visto volar naranjas por las ventanas de las aulas que daban a calle Victoria que, previamente a la entrada, habían sido recopiladas de los naranjos en flor que adecentaban el nombre barrio de la Victoria.

Pero el nivel de modales y vergüenza era inmensamente superior a los de ahora. En estos tiempos, si un niño que es plastilina pura, llama a su tutor «rofe», por muy santo que sea el chiquillo, está desarrollando su vida sin saborear ni asumir lo que es la superioridad de un adulto. Ese ten con ten actual solamente provoca que, a la vista está, las generaciones que llegan lo hagan con una falta de respeto hacia el ente superior extraordinario. Me imagino a un servidor llamando profe y tuteando a Don Antonio Gaspar Laguna y… bueno, realmente es que no me lo puedo ni imaginar.

La cuestión es que, en un curso aún bastante inicial -calculo que fue en quinto o sexto de educación primaria-, recibimos todos los alumnos una edición facsímil de la Cartilla Moderna de Urbanidad-. Un libro finito, aparentemente ágil y que, a través de ilustraciones, decía de manera clara y directa lo que estaba bien y lo que estaba mal.

Este libro, reeditado por la editorial Edelvives, había que entenderlo en el contexto de la fecha de origen de su edición. Pero, si lo podemos hacer con la Santa Biblia, lo podemos hacer con este ejemplar. Y era ahí, de manera clara, nítida y directa como la voz de una madre cuando haces algo mal a sabiendas, donde aparecían una serie de discursos, simbologías, actitudes y formas que eran de obligado cumplimiento para los niños y niñas en su devenir por las edades anteriores a la madurez.

Cómo saludar a los mayores, cómo comportarse con las visitas, cómo tratar a los desconocidos, a los maestros o el respeto debido a tu padre y tu madre eran algunos de los elementos que se especificaban en esta cartilla que, sin duda, cumplía una labor excelente.

Si encima tenías un buen maestro que la explicaba y leía, aunque fuera de refilón, con alguna copla te quedabas. Y se nota. O se notaba. Pues con el paso del tiempo, muchas de las personas formadas con cierto criterio, acaban dando su fruto en al convertirse en ciudadanos medios y regalan al prójimo su educación.

Y estamos en las antípodas. Aquí un niño da una voz y el padre se escurre. Y el estado lo protege porque angelito la criatura. Y qué malvados son los padres. Y qué culpable es el sistema. Y pobrecito el niño. ¿Pobrecito? Un pico y una pala habría que darle a más de un imberbe que es escoria social -manejando o no dinero de sus padres- pero que fomenta el deterioro de una sociedad ya a dieta de valores honrados y honestos.

La prueba la estamos viviendo ahora mismo. En el peor momento de nuestra historia contemporánea. Con la gente muriendo a chorros. Con las salas de Parcemasa hasta arriba. Con familias en la ruina. Con negocios que penden de un hilo. Con una generación en riesgo de estar perdida. Y con muchas vidas que van a desaparecer aún hasta que esto acabe. Pero hace un par de días. El viernes. En Málaga hizo calor. Y mucho sol. Y las playas se llenaron. Y por los rincones encontrabas jóvenes de cachondeo. Y moragas camufladas en las playas. Y botellones. Y fiestecitas. Mientras nos vamos a la mismísima mierda.

Y lo peor es que, mucho de esos jóvenes delincuentes revestidos de ropa nueva, están mantenidos por padres y madres a los que seguro se les atraganta el sueño más de una noche porque la situación es insostenible con la pandemia. Pero sus hijos siguen haciendo lo que les viene en gana. Porque así los han formado. Porque así se lo ha hecho saber su «profe».

Es una pesadilla observar lo que viene tras de nosotros. Es angustioso el nivel nefasto de muchísimas generaciones de jóvenes. Y es obligatorio y muy necesario que las familias tomen conciencia de la porquería que están permitiendo. Con ninis de TikTok y Twitch que quizá necesiten que llegue un buen Juez Calatayud y les meta un susto. O al menos que se tatuaran la Cartilla Moderla de Urbanidad en el brazo -aunque seguramente ya lo tengan cubierto con otros tatús como sus amiguis.

Hace dos o tres años -era un visionario-, el juez de Menores de Granada, Emilio Calatayud, dijo que «las niñas actualmente se hacen fotos como putas». Y se armó la mundial.

El problema es que tienen el enemigo frente al espejo. El problema es que ya no hay quien enseñe la Cartilla Moderna de Urbanidad. El problema es que no saben ni lo que es la urbanidad. El problema es que el padre se enfada con quien dice que su hija publica en redes fotos como una pilingui en vez de preocuparse porque, efectivamente, su hija aparece en redes como una pilingui.

La pandemia nos ha ayudado a ver florecer a una generación patética. Pero no se te vaya a ocurrir decirle al niño que no salga. Si se tiene que morir su abuela, pues que se muera. Ese problema que se ahorran los padres.

Qué asco.

Viva Málaga.