Opinión | EN SOLO 725 PALABRAS...

Favores y desfavores

A veces la ley del mínimo esfuerzo, ley procrastinadora allende las haya, nos empuja a confundir antónimo con polaridad, y es justo en ese momento que a herrar se le cae la hache y nos convierte en errados. Evidentemente, hoy no ha sido el caso porque el prefijo «des» coadyuva a darle identidad inmediata al antónimo, que es lo que ha ocurrido con el título del presente artículo. El favor, los favores, tienen un antónimo, que en este caso va de soi, que es como los francófonos traducen el castizo «es de cajón» patrio.

Precisamente, son los favores y desfavores repartidos con cuestionable acierto los que mantienen en vilo a nuestra enmascarillada España, cada vez más irreconocible. Cuando el innombrable animálculo llegó, muchos sabíamos que algún día podía ocurrir lo ocurrido, pero, ¿para qué preverlo más allá del simple enunciado de probabilidades, verdad? Nosotros, como cuentan que Julio César zanjó la conversación con sus generales durante la guerra de las Galias: «cuando lleguemos a ese río cruzaremos ese puente». Pues eso...

No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino, cuenta el viejo adagio. Y es desde este principio que intuyo que la historia de nuestras gestiones estratégicas, enfrentadas consigo mismas desde el minuto uno de la pandemia, darían para un sesudo tratado sobre el desatino. Una sucesión interminable de «sí, pero no» y de «ahora sí, ahora no» argüidos so «pretextos científicos» basados en la traicionera reactividad estratégica, en lugar de en la proactividad eficiente, nos está suicidando a base de mandobles de incomprensible torpeza.

Observadas con una mínima perspectiva, todas las conductas basadas en el arre-so cuyas decisiones en ningún caso dependieron de unos quídams que pasaban por allí, sino de los presumiblemente sesudos presidentes de las distintas comunidades autonómicas y del mismísimo presidente del Gobierno de España, es imposible no acatar el hecho de que todas y cada una de las estrategias han basculado sobre la «variable metafísica de la esperanza científica». ¿Es o no es exótico el oxímoron?

–Picha, contemporiza esperanzadamente, cree a ciegas, visualiza en positivo y aprieta fuerte. Reza para que suene la flauta. O algo así diría mi amigo Manolo, un gaditano que ejerce…

Llevamos un año persiguiendo al virus, en lugar de adelantarnos a él y al dolor y a la muerte que trae consigo. Transitados todos los hitos fiesteros de diciembre y enero, simple y llanamente ha ocurrido y está ocurriendo lo que todos intuíamos que ocurriría. Nos encontramos exactamente en el peor escenario posible, que, obviamente, no es el escenario deseable. «Salvar la Navidad» como mensaje y como estrategia fue un inaceptable error. Demasiadas bajas en el camino, demasiados proyectos rotos, demasiadas heridas en el alma, demasiadas vidas arrancadas de cuajo, demasiados desfavores disfrazados de favores, demasiado poco seso... En esta ya prolongada guerra, nuestros próceres no han dado la talla, sino que han normalizado lo de jugar subconscientemente con la muerte como moneda de cambio. El variado menú mitinero previsible en Catalunya en breve y el propio día de la votación, también serán un craso error.

–Total, solo se tratará de una miqueta de morts més que nos ayudarán a relanzar la economía y a reconducir el rumbo del pais catalá...

Y digo yo, ¿quién, de entre ellos que deciden, será el encargado de negociar los muertos?

Torpe es la pérdida que por negligencia se hace, dijo Séneca, el paisano sabio del consejero de sanidad de la Junta de Andalucía. Y, desde esa perspectiva, ninguna razón económica, ni ninguna estrategia política justificarán nunca la muerte, ni siquiera la de un viejo perro callejero enfermo. ¿Cuántas almas rotas no tendrán a estas alturas de la historia grabado a fuego en sus adentros que sus parejas, sus padres, sus amigos, sus hijos... murieron atraídos y entregados a la irracional misión imposible de «salvar la Navidad»? ¿Y cuántos otros no serán en breve víctimas de unas fechas de elecciones más basadas en la oportunidad política, que en el sagrado respeto a la vida?

La estupidez siempre insiste, dijo el inconformista Camus. Y me da que en ello, en lo de insistir en la estupidez, estuvimos, estamos y seguiremos estando, cada uno por nuestra cuenta y todos amontonados en tropel. Y, de ello, lo más dramático es que cuando la estupidez insiste valiéndose de la muerte pierde toda su capacidad edificante.