Opinión | DE BUENA TINTA

Envite en blanco

El pánico escénico frente al folio en blanco se alza como una realidad que sigue desbordando ríos de tinta por los mentideros y callejuelas que transitan los columnistas, gacetilleros, novelistas, cuentistas y demás escribidores malditos. Con todo, a mi humilde parecer, siempre aprendiz, me diera la sensación de que el colectivo de la pluma, a veces, llora de vicio. Porque si bien es verdad que el columnismo, tal y como proclamaba el maestro Alcántara, emerge como una de las últimas esclavitudes, la pesadilla del folio en blanco, por el contrario, seamos francos, tampoco es para tanto. Servidor, por ejemplo, en este mismísimo lapso de gloria, no tiene nada sobre lo que escribir, pero todo es cuestión de sentarse, acariciar el instante y permitir que la inercia haga su trabajo, como con los análisis de orina: que no por falta de ganas el tarro deja de llenarse.

Lo primero es buscar un lugar tranquilo, si es que los hay, en este tiempo hostil, propicio al odio. La familia numerosa, si bien da calidez a la trama, no resulta ciertamente permisiva en lo que al alcanzar el espacio y la soledad del momento se refiere. Quedan a salvo, eso sí, ciertas esquinas de la cocina, los rincones más sombríos de la terraza y algunos huecos del pasillo, siempre a determinadas horas del día, precisamente esas horas que no fueron hechas para nada. Pero todo es cuestión de aguardar y clavar de manera certera lo válido de un lugar sobre lo válido de un momento.

Normalmente, antes de darle a la tecla, me suelo beber alguna columna de Javier Muriel para entrar en calor gracias a su consabido extracto de posicionamiento. Que a veces, sólo a veces, ya saben, uno no es de aquí ni de allí, sino todo lo contrario. Y en cuanto al tema, qué quieren que les diga: no es cosa de la que preocuparse. A fin de cuentas, cuando menos te lo esperas salta la liebre. Lo importante es permanecer al acecho. Así que, ¡adelante!, ya estoy, aquí me tienen, me siento y enciendo el ordenador. Mientras los diluidos azules del Windows me preparan el escritorio, la mente y los dedos ya navegan por ese infinito potencial de temáticas cuyo marco es el mundo y su confín el universo. A ver qué sale. Abro el documento de Word, preparo la plantilla, pero ninguna idea me seduce por el momento. Pareciera como si hoy, de repente, el asunto se me resistiera. Y no por falta de temas, que si uno se pone, entre las noticias y los memes, se llenarían varios palés. En cualquier caso, siempre me quedaría la opción de abrir campo y párrafo desde el nuevo test anal para la detección del Covid-19, que tiene guasa la copla. Sólo nos faltaba, a estas alturas de la película, que nos tuvieran que resetear el cerebro a golpe de PCR y no ya por la nariz, sino desde la ventura que conlleva, si es que conlleva alguna, introducirte un cacharrito por el ojo que no tiene niña, allí donde nunca brilla el sol, y verificarlo después para ver qué gracia o desgracia te encuentras. El tema de los terremotos también me llega a gritos, allá desde mi tierra, donde los problemas y rutinas de nuestro esquema vital saltan por la borda en el preciso momento en que la tierra dice de pegar un puñetazo sobre la mesa para recordar que, al fin y al cabo, como siempre, es la Naturaleza, y no nosotros, la que manda aquí. Pero me resta, además, tras el coronavirus y los terremotos, la previsión de los extraterrestres, que, según dicen por ahí, nos van a visitar en el mes de marzo. Y digo yo, que tampoco la cosa es para alarmarse demasiado, pues no todo extraterrestre es Diana comiendo ratones. Imagínense ustedes que es E.T quien aterriza. En ese caso, a lo sumo, igual nos daba un paseíto en bicicleta y cortando la puesta de sol. Pero, con todo y con ello, ninguno de estos temas me acompaña, no. Quizá sí que sea cierto, claudico, que, en ocasiones, el folio se resiste y aguanta el envite en blanco. Nada tengo que ofrecer, por ahora, para cubrir setecientas palabras. Mejor me levanto y sigo pensando. Ya escribiré la columna en otro momento.