Opinión | El Palique

Cierre

Plaza de Uncibay

Plaza de Uncibay / Jose María de Loma

Ayer a mediodía ya detectaba uno cierta histeria en el supermercado. Incluso ligeros desabastecimientos. Que no sé yo para qué querrá la gente tantas cuchillas de afeitar. Nervios. Málaga ciudad cierra la actividad no esencial desde esta noche al haber superado la tasa de mil contagios por cien mil habitantes. Milagrosamente, el jueves y viernes pasados las cifras eran al límite. Así el fin de semana de buen tiempo ha podido estar todo abierto. Tráete una cañita, rubio, que este sol no es ni normal. Pero ahora cierra hostelería y cierra comercio y se abre la tristeza y empezamos a pagar aquello de salvemos la Navidad. Salvemos la vanidad de algunos políticos, que amagan sin dar y dicen que harán pero no hacen. Cálculos electorales, liderazgos de vía estrecha. Con todo, no le echemos la culpa a los gobernantes: nuestra cuota de estupidez es también grande; cuota de inconsciencia. Aguardan quince días de ciudad dormida, ciudad cerrada, tristes paseos por la nada, urbe desnuda que nos muestra sus tripas pero no su alma; su vida pero no su plenitud. Ciudad amputada. Ciudad del paraíso sin terrazas ni tiendas, ni la alegre algarabía, tráfago y tráfico. Jubilados en chándal sin lugar para la partida de dominó. Funcionarios en la hora del desayuno sin lugar para desayunar. El transportista en casa, el taxista tristón y el enfermero saturado. Entretanto, oye uno declaraciones de la ministra Maroto, ministra de Turismo, diciendo que en Semana Santa tal vez sí podremos viajar. Hay tantos ministros, usted no sabía que Maroto lo era, que tienen que competir por un titular. Es el de Maroto un optimismo infundado, un dar esperanzas vanas, un viajar a la inopia. Bastante tendremos con vivir la Semana Santa. O sea, estar vivos. El doctor César Carballo, adjunto del Servicio de Urgencias del Hospital Universitario Ramón y Cajal y ascendente estrella televisiva, ha puesto a parir a Maroto y al de la moto y ha dicho que la responsable ministerial «no tiene vergüenza». Las críticas al poder no las hace ahora la prensa y sí los médicos, virólogos y epidemiólogos, que son profesiones sin tanto logo ni marketing como otras, más notorias pero más inútiles o capitidisminuidas. Nos cierran tertulias y conciliábulos, ágapes aunque fueran de cuatro. Nos chapan las tardes de mercería o las mañanas ferreteras; los mediodías de joyerías y jugueterías. La vida se congela y en la cámara frigorífica de un restaurante se pudre carne de vaca frisona o vieja. Peor es lo del pescado. Conviene autoconfinarse incluso sin el auto. Malos tiempos para la lírica y la prosa en el exterior. Pasear y comprar comida. O sea, pasear comida. Dar bandazos con la barra de pan. No hay más remedio. Ser prudente es lo revolucionario. Videoconferencias cerveceras. Introspección y lucha.

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