Opinión | Entre el sol y la sal

Sé lo que soy

No hay columnista que se precie que no haya escrito estos días sobre el follón del género, el sexo, la ley trans, el chino y todos los que le sujetan. Así que, para no ser menos, aquí va mi análisis no sin dejar claro que, cuanto más leo al respecto, menos me entero de cómo va la película. Imaginen cómo será el entuerto que hasta las feministas se han puesto en contra de Irene Montero porque no comparten su proselitista concepto de identidad. Justo cuando uno creía que iban todas a una, resulta que no. Flaco favor a la causa.

«Siempre he detestado al hombre blandengue, y además he podido analizar que la mujer tampoco admite al hombre blandengue… pero la mujer es granujilla y se aprovecha mucho del hombre blandengue. No sé si se aprovecha o se aburre, y entonces le da capones y todo. Por eso el hombre debe estar en su sitio, y la mujer en el suyo». El Fary vomitó esta sentencia en tiempos en los que se decía que los maricones sólo sirven para dos cosas: para darles de hostias, y para vestirlos de gitana. Ahora nos parecen auténticas burradas, pero lo cierto es que pocos, o casi ninguno, se atrevían por entonces a contradecir el mantra reinante. De aquellos barros a estos lodos han pasado algunos años y otros tantos personajes que lucharon por la igualdad, los derechos y las libertades de una forma firme, serena y respetable. Pero no es menos cierto que de un tiempo a esta parte se ha hecho negocio con aquello del sentimiento o la orientación, y bien parece que España estuviera inundada de gente que no sabe si carne o pescado. Y uno, claro está, que siempre ha estado seguro de ser muy macho, o hasta donde me deja mi señora, me siento en minoría. Y lo digo sin retintín, porque vale que te sientas mujer en el cuerpo de un hombre e intentes enmendarlo por todos los medios (ole tú), pero los cromosomas son lo que son y, por muy hembra que aparentes ser, a los 50 te toca revisión de la próstata. Esto, que suena simplista, es indiscutible. (Aquí es donde me llueve lo de facha, machirulo, patriarcal, violador, cromañón...).

Pansexual, cisgénero, skoliosexual, arromántico, no binario, graysexual, queer, etc. Este movimiento no surge porque sí. No es algo que aparezca espontáneamente. Es la vuelta de tuerca a un discurso que lleva años perfeccionándose, que ahora reniega de aquellos luchadores serenos y respetables para abandonarse en los brazos de provocadores desinformados, y escoge a sus Juanas de Arco entre personajes como La Veneno, quien, por mucho que los Javis pretendan ensalzar, no deja de ser repudiada por aquellos que, como un juguete roto, la usaron y tiraron más o menos comercialmente. «No es verdad que ella represente un cambio en la lucha por el movimiento transexual. Ni ella sabía lo que era. A veces la traíamos al Deluxe por un acto de caridad, nadie la hacía caso. Me la encontraba por Chueca y huíamos de ella». Jorge Javier Vázquez, el protector de la moral, dixit.

No es de extrañar, por tanto, tal guerra antropológica de todes contra todes (modo ironía ON) por ganar terreno ideológico en un país con casi 50 millones de expertos, que de todo saben y de nada entienden. Todo el mundo tiene derecho a opinar, Dios me libre. Y cuando digo todo el mundo, es todo el mundo. Incluido yo. Que represento a la minoría de los que piensan que eres un cabrón o una golfa independientemente de lo que ponga en tu DNI. Hombre, mujer, o uno de tantos adjetivos de nuevo cuño. Yo sé lo que soy. Ni fluyo, ni varío, ni floto entre dos aguas. Eso no me hace más hombre, ni a ti más lo que seas. O creas ser. O sientas ser.