Opinión | La calle a tragos

El lazarillo de la vacuna

Una vacuna del Covid-19

Una vacuna del Covid-19 / Cristóbal G. Montilla

el lazarillo de la vacuna

el lazarillo de la vacuna / Cristóbal G. Montilla

H asta el mismísimo día que eclosione ese presunto apocalipsis que proclaman los agoreros vocacionales y los catedráticos eméritos de la profecía, la ‘Máter España’ a la que canta Joaquín Sabina seguirá arrastrando a su presente cada una de sus tradiciones y señas de identidad más inequívocas. Pasan los siglos y ciertos pliegues de la piel de toro no se mudan a otras extensiones más sanas, quizás porque este país disfruta como ningún otro con la adicción humana a tropezar todas las veces que hagan falta con la misma piedra.

En esta geografía se reincide con orgullo en la picaresca y se enaltece como el deporte nacional para tapar todas esas vergüenzas que nos invitan a exiliarnos en otra habitación de la misma casa, cuando las vemos reflejadas sobre el espejo cotidiano de nuestros días. Con todos mis respetos para el ciego universal de la literatura castellana y el niño que lo acompañaba por la ribera del Tormes, no queda otra que rebelarse contra ese nuevo Lazarillo que ha trascendido la ficción para instalarse en la realidad más bochornosa en plena pandemia. Este no es otro que ‘El lazarillo de Pfizer’. De Pfizer o de cualquier otra marca y laboratorio que porte la vacuna que se pone por la cara. Sin pensar en nadie más, como si valiese el doble su cuerpo serrano de político enchufado o de eslabón trepa de cualquier estamento de las ‘fuerzas vivas’.

Por desgracia, nos estamos ganando a pulso que la palabra ‘cuelavacunas’ -fea como ella misma, por cierto- le provoque un trauma a las generaciones futuras cuando la vean acomodada en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.

Rara es la comunidad en la que no han florecido unos cuantos listillos. El mapa que lo denuncia en el informativo de la tele crece cada mediodía. La vacuna contra el virus es el nuevo ‘peluco’ caro o la estilográfica con la que fardar. El jefazo baja a soldado raso si es necesario y los obispos se degradan para volver a ser capellanes. Hay quien se vacuna por la gracia de Dios y quien, en cambio, lo hace para colgarlo en Instagram.