Opinión | Mis días marinos

Amor y pedagogía

Prefiero soñar y escribir sobre algún sueño que pase por mi mente y contarles alguna historia, en este nuevo oficio de mi vida de contador de cuentos. Margarita, te voy a contar un cuento…

Amor y pedagogía.

Amor y pedagogía. / Mariano Vergara

Una luz amarillenta y triste de atardecer entra por mi ventana desde las calles vacías, como en un cuadro de Vermeer en Delft, mientras pienso en la ignorancia que destacados personajes, que ocupan altos cargos en el actual gobierno, demuestran con su hipócrita escándalo acerca de la educación de la Princesa. Gentes cuyo nivel intelectual no pasa de Juego de tronos, que desconocen la educación de Alejandro por Aristóteles, o los preceptores romanos, o las escuelas palatinas de la época carolingia, que suelen decir que algo es «antidiluviano» y utilizar el término «maquiavélico», ignorando que El Príncipe es una obra pedagógica y que Maquiavelo se inspiró en Fernando el Católico, antepasado de Leonor, a la que quieren ver estudiar en un IES, mientras sueñan con una guillotina en Sol. Gentes a las que al parecer las urnas han legitimado para destruir nuestras vidas y haciendas, estas gentes, repito, no dudan en hacer mofa impunemente de una niña en TVE, por el hecho de ser nieta del personaje al que deben la libertad del escarnio y porque desconocen todo acerca de la instrucción de príncipes, siempre presente en las grandes literaturas europeas de las más viejas naciones del continente, que ha creado la civilización occidental. Y hasta oriental, porque Europa es el mundo y el mundo se rige por las ideas que engendró nuestro continente y nuestro mar, no por otras, por las nuestras, a pesar de que ahora personajes siniestros desde las sombras del averno traten eficazmente de destruir la trascendencia, las religiones, la filosofía, las artes, el derecho, la libertad, la democracia, la riqueza y, sobre todo y principalmente, el conocimiento y el saber, que son los únicos pilares de la libertad. La educación, que nos hace libres y que no tiene nada que ver con Wikipedia, ni con Internet. Y Bill Gates y compañía lo saben.

Últimamente pienso con frecuencia en que el tacto es memoria y me parece sentir el roce de seda de las manos de mi madre, cuando de pequeño me arropaba en la cama, mientras me preguntaba si había rezado ya mis oraciones. En estos tiempos ignominiosos todos dormimos en postura fetal, acurrucados no por el frío, sino por el miedo, como queriendo volver atrás en el tiempo y en el espacio a refugiarnos en algo y alguien, que ya no existen. Por eso, mientras ya ha anochecido, prefiero soñar y escribir sobre algún sueño que pase por mi mente y contarles alguna historia, en este nuevo oficio de mi vida de contador de cuentos. Margarita, te voy a contar un cuento…

¿Cuántos de nosotros, aparte de los muy expertos en música, sabíamos que el primer constructor de pianos actuales en España y uno de los primeros del mundo era antequerano?

Según nos cuenta el jesuita Antonio de Solís, el día 3 de febrero de 1729 «ante los ávidos ojos de los sevillanos van desfilando carrozas, erguidos cortesanos en ricas monturas de terciopelos brocados, infinidad de lacayos y vistosos soldados. Toda la pompa y el boato versallesco del primer Borbón español». La corte de Felipe V venía de Badajoz de celebrar los esponsales del Príncipe de Asturias con Bárbara de Braganza, entrando por el Puente de Barcas, que unía Triana con la capital amurallada. «Por él pasaron 85 coches, 350 calesas, 3 berlinas, 750 caballos, 3121 acémilas y otros 88 carros y galeras». La corte permanecería allí cinco años, lo que se llamó «el lustro real», lo que aportaría a Sevilla desde la Fábrica de Tabacos a la Real Maestranza, para compensarla quizás del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz, que pasaba a ser la Puerta de América. De las varias reinas portuguesas que hemos tenido hay tres que han dejado una profunda huella en la historia de España. Isabel de Portugal, la bellísima emperatriz de Carlos V, que dirigió a estos reinos en los largos años en los que el de Gante andaba por el mundo luterano con la deslumbrante armadura renacentista con que lo pintó Tiziano en Muhlberg, María Isabel de Braganza, «fea, pobre y portuguesa, chúpate esa», que decían los majos y las manolas de tiempos del maldito rey felón Fernando VII, pero que fue la mujer gracias a la cual existe el Museo del Prado, ni más, ni menos y Bárbara de Braganza, también fea y portuguesa, aunque dotada espléndidamente por su padre y por su mente.

Bárbara se trae de la entonces opulenta y elegante corte de su padre Joao V de Portugal a su maestro de música, Doménico Scarlatti, y a su colección de pianos florentinos, los nuevos pianofortes creados por Bartolomeo Cristofori, diseñador y constructor del arpicembalo col piano e forte, el actual piano, en la corte de los Médici. Todo esto puede sonar a música celestial, pero todo depende de la importancia que cada cual conceda en su vida a las imprescindibles inutilidades. Que son las únicas que pasan a la Historia, tan inútiles como los Reales Alcázares en los que se instala la familia real española, mientras Scarlatti se aposenta en la cercana collación -el barrio- de Santa Cruz. Allí también residía un hombre, que es el eje de este cuento. Francisco Pérez de Mirabal, organista y constructor de instrumentos de teclado nacido en Antequera en 1697 y que habría acudido a Sevilla en busca de las oportunidades que la presencia de la corte podría proporcionarle. Naturalmente todo hace pensar y creer que este antequerano entabló amistad y adquirió conocimientos del italiano. Tales conocimientos adquirió, que empezó a copiar los nuevos instrumentos, que acababan de llegar de Florencia vía Lisboa. ¿Cuántos de nosotros, aparte de los muy expertos en música, sabíamos que el primer constructor de pianos actuales en España y uno de los primeros del mundo era antequerano? Yo no, hasta que me lo enseñó Antonio Simón, catedrático de piano del Conservatorio Superior de Música de Málaga. Ya estamos otra vez aquí, en la ciudad que desconoce a sus hijos, que los recoge al cabo de muchos años y cuando intenta homenajearlos, lo suele hacer tarde y de aquella manera. Y Antequera, que es Málaga, igual. Somos así.

Que se tenga constancia, solo se conservan dos pianos construidos por Mirabal en el mundo. Uno en una colección privada y el otro en el Museo de Bellas Artes de Sevilla

En pocos años, el piano se convierte en el instrumento burgués por antonomasia, una de las piezas indispensables, que cualquier casa que se precie ha de poseer en el siglo XIX, para que las señoritas pobres de provincias, interpreten alguna pieza, que embelese con sentido y sensibilidad a algún rico joven de la capital, que las saque de la miseria según Jane Austen. Porque el piano se convierte en el centro de los salones y mucha de la mejor música compuesta en los tres últimos siglos está escrita para él. Mientras les cuento esta historia, oigo las bellísimas notas de una pastorela de un cuasi desconocido compositor español del XVIII, Blasco de Nebra, organista y maestro de música de la Catedral Hispalense, también olvidado por Sevilla, que anticipa el romanticismo en décadas y casi parece compuesta para acompañar la lectura de Bécquer muchos años después.

Que se tenga constancia, solo se conservan dos pianos construidos por Mirabal en el mundo. Uno en una colección privada y el otro en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. En el mundo de los instrumentos musicales ocurre exactamente lo opuesto al mundo de la pintura. La creación de réplicas exactas no es un delito, ni una falsificación. Es simplemente lo que hay que hacer, con el objeto de revivir el sonido que producían estos instrumentos sin arruinar los materiales originales con agresivas restauraciones. No sabemos cómo sonaban aquellos pianos construidos por el malagueño desconocido, porque aún no se ha construido una réplica de los pianos de Mirabal. ¿Por qué no proponer un intercambio al Museo de Sevilla, o un préstamo temporal, para que el piano venga a Málaga a la Aduana? ¿O por qué no replicar fiel y exactamente ese piano y reconstruir el sonido original de la España del XVIII? La historia de un pueblo no está solo en las piedras, en los lienzos, en las letras o en los olores. Está también en los sonidos y en las notas que llenan nuestras casas y nuestras calles. Málaga está necesitada de una gran iniciativa musical, porque la fuerte y afortunada apuesta que se ha hecho por la cultura está coja sinceramente por el lado de la música, campo en el que casi todo está por hacer, o haciéndose en precario. Del auditorio no hablo para no perder el tiempo. Hay que crear iniciativas que generen tejido cultural desde los huesos de la ciudad, que se empleen a fondo en la creación de públicos desde los barrios, que creen conocimiento a través de proyectos de investigación y creación, que estén presentes en el tejido social cada día. Que nos creamos a nosotros mismos como ciudad de la cultura y no solo de turismo cultural. Con Mirabal podemos tener una bandera que levantar, porque además en esta ciudad hay una colección de pianos históricos, que es desconocida y se están fraguando en silencio una serie de proyectos en torno al piano y su mundo, que algún día se convertirán en una gozosa realidad.

No sabemos donde descansan los restos de Mirabal, ni si llegó a conocer a Bárbara de Braganza, aquella reina portuguesa, gordita y picadita de viruelas, culta, sensible, exquisita, que trajo a España a Scarlatti y a Farinelli, esposa amada del bondadoso Fernando VI, los reyes pacificadores que murieron sin hijos, que convirtieron la corte de Madrid en una de las más cultas y musicales de Europa y que descansan en dos soberbios mausoleos en la hermosa iglesia de las Salesas Reales de Madrid, que ella construyó a su costa. Conservar algo que me ayudara a recordarte, sería admitir que puedo olvidarte, que diría el isabelino Shakespeare. Se amaron tanto que por una vez el Ayuntamiento de Madrid supo poner nombre a las calles de la capital del reino y la de Bárbara de Braganza se continúa con la de Fernando VI en mi amado barrio de Justicia y Chamberí.