El momento procesal oportuno de los socialistas andaluces ha llegado. Bueno, vino a visitarnos cuando nos susurró en urna más PSOE para España que para Andalucía.
Cada día nos desayunamos una de orgánico. Para unos indigesto, para otros dietético, y para los cuñados un poco cansino. En el PP se habla poco, son gente discreta, más de puerta cerrada; creen que la sociedad no está preparada para entender estas cosas de los partidos. Del resto, centro y extremos, división de opinión, unos creen que sí, otros que no. En el PSOE se barajan entre los tiempos, la necesidad de compartir sus inquietudes y el miedo al qué dirán.
Los cuadros que lideran hoy el PSOE de Andalucía son deudores de quienes están aguantando a su lado momentos de fin de temporada, y se debaten entre el «partido a partido» y el «no me voy, me quedo». Nada está escrito ni votado. Es bueno confrontar sin agredir; el cambio es más cambio si existe un debate, público o no, a elección de la afición, pero respetuoso, de ideas, de proyectos, y sí, de liderazgos. Las personas importan.
En los dos marcos que cuelgan, uno tiene ventaja; además de la estructura orgánica tiene a la persona. En el mismo barco, pero a babor, la oferta de una alternativa en abstracto pretende calar en la militancia más aplicada, pero siempre se ha oído que el PSOE no era solo de los militantes, sino de todos quienes abrazan opciones progresistas, de quienes le han dado, digo, prestado su voto alguna vez. También hay que seducir a las nuevas generaciones, parte de ellas ajenas por desconexión argumental a los devaneos políticos en general y de los partidos en especial. El reto del nuevo PSOE de Andalucía será forjar soluciones innovadoras a un nuevo tiempo. Ya me veo a todos los cuadros dándose de alta en Twitch.
A los ciudadanos que no militan, pero deciden lo importante, les importa qué personas lideran; estas son las que aparecen en las papeletas que deben escoger. A muchos afiliados, también. Y común todos: liderazgo y confianza.
El debate abierto y sincero en Andalucía será, más temprano que tarde, entre las personas que opten a dirigir la principal fuerza política de la región. Hasta ese momento, hay más ruido (a veces pura charanga) que argumento: pruebas del algodón para distinguir entre buenos y malos militantes, cata de patanegras para ver hasta qué edad comieron bellotas, y el resto creyendo que sumar es una operación matemática interesante.
En algunos oficios (en el mío es recomendable) reducir las querellas a lo fundamental suele ser útil, y en Andalucía, en el PSOE andaluz, el fondo del asunto gira en torno a continuar o innovar, cambiar o no. Sabemos quién quiere continuar, pero no quién presenta alternativa. Sin restar protagonismo a las bases, que tienen la última palabra, sería bueno que los capitanes y no los soldados protagonicen el duelo, porque si no el duelo será el otro, el de la otra acepción.
De las dos posiciones, continuistas e innovadores, los primeros tienen candidata que argumenta y saca pecho, con razón, de que nadie le plantea discurso. No parece que sirvan las dispersas invitaciones al abandono.
Lo cierto es que es demasiado tiempo para lo orgánico, pero ya no hay vuelta atrás, desde el punto y hora que una candidatura se anuncia, se abre el proceso, se destapan las ideas, a veces se escapan y rondan solas por agrupaciones y cafés virtuales. Zoom con leche, Meet cortado, Skype solo. ¿Y tú de quién eres? Yo soy del Atlético de Madrid y me parece que aporta aire fresco Felipe Sicilia, decía un afiliado a través de la pantalla mientras abría un paquete de la tienda PSOE con mascarillas de corazones.
Las primarias otorgarán una legitimidad orgánica sólida para encarar una nueva etapa en el PSOE andaluz y forjarán una oferta de gobierno progresista a los andaluces útil también al interés general. Para lo último es necesario otorgar tal legitimidad a quien gane la consulta interna. No se pueden ganar unas primarias y, las gane quien las ganes, lanzarle piedras al minuto; eso no sería deslealtad a unas siglas sino marcarse uno mismo, política, social y éticamente. Los malos perdedores deben ocuparse felizmente de su oficio y sus aficiones. Efecto bumerán, lo llaman.