Opinión | TRIBUNA

Gracias, doctora Delgado

Como cada día, las noticias vienen cargadas de coronavirus, en primera plana La Opinión de Málaga me ofrece hoy el rostro de una mujer, una doctora, que nos dice: «Con la vacuna, poco a poco las cosas volverán a su cauce», una buena noticia para variar.

Sin embargo, contra todo pronóstico, no piensas en ese maldito virus, a modo de catapulta esa foto ha lanzado directo a tu corazón dos palabras «Inmaculada Delgado», y una imagen clara y nítida que ni sabías que recordabas. Un pupitre, el tuyo, y otro a su derecha, donde una niña también de 9 años, hacía una letra pulcra, limpia, redonda, clara, sincronizando cada consonante, cada vocal y el espacio entre ellas; cada hoja de su cuaderno era una obra de arte ante tus ojos.

En ese aula aparece también una religiosa, poniendo en práctica sus métodos pedagógicos: «tu letra es muy fea, tienes que mejorar tu letra, mira la de tu compañera, mira que letra tan bonita tiene». Y eso hacías tú, mirar su letra, de verdad bonita, diríamos perfecta, tanto como su propietaria, una niña muy trabajadora y nada vanidosa, que compartía su escritura generosamente contigo, con la naturalidad de quien comparte el bocadillo con su compañera hambrienta.

Como esa buena alumna que tú también querías ser, copiabas de forma perfecta los trazos de su caligrafía, consiguiendo una falsificación difícil de detectar, incluso para la propia autora original. La escritura se transformó para ti en un proceso creativo, realmente era un dibujo lo que hacías, y la lentitud que conllevaba mostraba a las claras la impostura del resultado. A la escritura se le presume una naturalidad, una cadencia, y a ti, sin embargo, solo te faltaba la paleta y el pincel.

Como resultado de ese empeño en seguir el ejemplo, un constante «¡Nooooo! Esa no es tu letra, es la de Inmaculada, tú tienes que hacer la tuya propia pero bonita. ¡Mira la de ella!» Y así cada día y cada evaluación la misma observación; «Debe de mejorar su letra haciendo caligrafía en casa». Era una pesadilla, un absoluto terremoto interior, no saber qué es lo que se te pedía para poder disfrutar del colegio con la misma tranquilidad que lo hacía tu compañera, si la copiabas no servía, si hacías la tuya propia, tampoco.

La solución a ese tormento, llegó de forma inesperada, en forma de mudanza familiar, y con el ofrecimiento de cambiar a un colegio público, nuevo, a estrenar, junto a tus hermanos o continuar en el tuyo, vía autobús. La decisión no tuvo dudas: empezar una etapa nueva lejos de esa pesadilla, aplicando el más vale bueno por conocer que malo conocido.

En aquellos años sin internet, con un teléfono fijo en casa y sin esa ansiedad actual de sumar capas de nuestra vida y simultanearlas que nos han traído las redes sociales, perdiste el contacto con todas tus compañeras, el empeño docente por hacerte sentir un renglón torcido te lanzó lejos y sin mirar atrás.

Siempre quedó un recuerdo cariñoso en tu memoria infantil para aquella niña de letra impecable a la que le tocó todo un año hacer un papel tan desagradable, y que sin embargo supo resolver aquello sin crear acritud.

Con el transcurrir de los años, el horizonte se fue aclarando, en contra de lo que vaticinaba mi caligrafía, no estudié medicina, sino economía, mis ilegibles apuntes universitarios nunca fueron demandados para fotocopiar, llegaron los ordenadores con sus distintos procesadores y al día de hoy mi caligrafía no está influyendo en que ustedes puedan leerme ahora con claridad.

Mientras todo eso bulle en mi cabeza a la velocidad a la que nunca pude escribir con letra inteligible, ya estoy frente al artículo de prensa, y ¡Eureka! la mujer de la fotografía se llama Inmaculada Delgado. Efectivamente, era ella, a pesar del incontable número de años sin saber de su existencia, la he reconocido en el primer microsegundo. Hoy mi periódico me ha regalado este ‘encuentro’ virtual con mi amable compañera de pupitre, mi corazón sonríe y yo también.

Y una vez más, nada es como parecía que sería, Inmaculada, descubro ahora con alegría, también creció en contra de su caligrafía y es, hoy día una experimentada doctora de Familia, quizás su letra se haya vestido de galena y sea al día de hoy de más difícil lectura que la mía (cosa que mis hijas niegan al unísono: ¡Imposible mamá!)

Sin embargo, si conserva su generosidad, su esmero en su trabajo, su cuidado en los detalles y sobre todo el cuidado que puso en mí al sentir mi abatimiento ante mi misión imposible, seguro que las personas a las que atiende en su consulta se sienten afortunadas y seguras.

Hay días que empiezan con una buena noticia, ¡Al fin!