Opinión | La señal

El fantasma de Génova 13

Su secretaria ya hacía rato que se había marchado. Miró el reloj, son las once y diez de la noche. Abrió la puerta de su despacho en la séptima planta de Génova 13 y no había nadie. El escolta tampoco estaba. Había recibido llamadas y él había hecho otras, preparó unos documentos que al día siguiente quería trasladar a la Ejecutiva y se le fue el santo al cielo. Llamó a recepción, pero no le cogían. Desde la ruina del domingo en Cataluña, todo eran inconvenientes, y ahora había decidido quitarse de encima esa maldita sede de infausta memoria. Salió al pasillo, nadie a derecha e izquierda, y todas las puertas cerradas. Estaba poco menos que en la mitad de la nada, eso debía ser el centro, pensó.

En aquel despacho había sentado sus reales el patrón, Fraga, y José María, y Mariano… y ahora él. Se acabó, hay que cortar esta historia, más ahora con Bárcenas largando y las sospechas sobre la financiación de la reforma de aquel edificio que firmó el arquitecto Gonzalo Urquijo… En ese momento, escuchó algo en el pasillo y volvió a asomar la cabeza desde el antedespacho… las luces titilaban y se inquietó un poco. Quería llegar cuanto antes a casa y estrechar a Isabel, su mujer, quizá Paloma y Pablo estuvieran todavía levantados… Se oyó un sonoro portazo desde algún lugar próximo, ¿quizá Teo?, tantos años María Dolores allí… Él sabía que cortar con el pasado tenía sus riesgos, porque, vamos a ver, ¿qué les uniría a sus votantes, si no era, precisamente, el pasado? De refundación del partido, nada, ni pensarlo, convención sí, unos cuantos discursitos y motivación en vena; ahora bien, Abascal lo iba a aprovechar, en Cataluña ya había conseguido darle un zarpazo, pero el resto de España no es lo mismo, se consoló. Quiso abrir la puerta de su despacho y ahora no pudo, el pomo no giraba, estaba bloqueado, se preocupó y le pareció escuchar a través de aquellas paredes unos pasos... ¡Joder!

Ya había tenido que aguantar algunas bromas, la última «el misterio de la derecha desaparecida», le pareció el título de una novela negra, pero él creía que eran gracias de izquierdosoreicos y zurdófilos, y que no provenían de sus filas. Aunque… nunca se sabe, con Alberto y Juanma enredando por ahí. Ahora escuchaba un susurro apenas inteligible a través de la maldita puerta. ¿Quién anda ahí?, le gritó a aquella plancha maciza de no sabía qué madera… Todo se le mezclaba en la cabeza… sí, era verdad que había mentido en la campaña y que abjuró de las cargas policiales del ministro Zoido el 1-O, cuando las aplaudió en su momento, pero tenía que hacerlo, quería arañar algunos votos catalanistas moderados, aunque no había ganado ni uno solo, es más, había perdido de los suyos, sin embargo…, y se acordó de los Hermanos Maristas en su colegio Castilla, de Palencia, que le enseñaron que no se debía mentir bajo ninguna circunstancia…

Al otro lado de la puerta, el escolta y una señorita de seguridad estaban visiblemente alarmados, después de preguntar si había alguien y no obtener respuesta, y vieron, atónitos, que por debajo de la puerta del presidente se escapaba algo parecido al humo, y la luz del techo bajó todavía más de intensidad.

En el despacho, el presidente se asomó a la ventana, el tráfico era normal a esas horas porque Isabel había levantado las restricciones a las cenas en restaurantes y tuvo ganas de gritar que le sacaran de allí… Fuera, el escolta llamó ectoplasma a eso que se derramaba en la dependencia de la secretaria, algo viscoso que fue tomando forma y alzándose delante de ellos dos…, y, además, había bajado mucho la temperatura… dieron un paso atrás y después otro y corrieron por el pasillo y después por las escaleras sin esperar el ascensor. Allí habitaba un fantasma y habían tenido la oportunidad de vislumbrarlo.

Sentado en su sillón, Pablo pasaba revista al poco tiempo que llevaba al frente del partido de las dos pes -si es que alguna vez lo había estado-, y sintió un hondo pesar, escuchándose decir aquello de qué bien hice todo mal mientras, ahora sí, acabó apagándose la luz. Antonio Machado había dejado para la posteridad:

¡Tenue rumor de túnicas

que pasan

sobre la infértil tierra! ...

¡Y lágrimas sonoras

de las campanas viejas!

Las ascuas mortecinas

del horizonte humean...

Blancos fantasmas lares

van encendiendo estrellas.