Opinión | Tribuna

La cordura

Acabo de leer, estupefacto e indignado, el artículo de Miguel Ángel Santos Guerra. Conocía el hecho de la descerebrada denuncia de un padre ‘negacionista’ a un centro de Enseñanza, sito en la localidad de Rincón de la Victoria, concretamente el instituto Ben Al Jatib, pero no exactamente la contienda que ha abierto este señor en los medios de comunicación, basada en el insulto, la descalificación y el atropello gratuito a todo un cuerpo de docentes que, por si no lo sabía, tan solo busca lo mejor para sus hijas y el resto del alumnado, esto es, educación y aprendizaje básicamente para encauzar las vidas de estos adolescentes y preadolescentes hacia un mundo mejor, para educarlos en los valores de igualdad, respeto a las normas y a las leyes, búsqueda y asimilación de conocimientos, prosperidad social e individual, interacción con la ciudadanía, compañerismo, estimulación de su aprendizaje y otras tantas competencias que les ayudarán a encontrar no solo un puesto de trabajo sino una plena integración social, que a la larga repercutirá en su bienestar personal, es decir, formamos personas que puedan aportar su grano de arena al tan anhelado bienestar social. Pero hete aquí que nos encontramos con un progenitor que trata de cargarse de un plumazo todo lo que con esmero, esfuerzo y dedicación está construyendo el infravalorado cuerpo de docentes.

De un tiempo a esta parte, pretendo alejarme de todo lo que sea descabellado, incongruente, irrespetuoso, incívico o inhumano. Pongo un dique de contención a lo que raye en lo indignante o denigrante, y esto mismo trato de transmitirlo a mis alumnos y alumnas. Si los medios dan pábulo a todas estas consignas, corremos el riesgo de que las mentes poco formadas o en estado de formación puedan desviarse del camino correcto. Ahora no vamos a diferenciar entre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo o lo lógico y lo absurdo porque cualquier individuo, que esté en sus cabales, sabe distinguirlos perfectamente. Todos sabemos que no hay que agredir, insultar, robar o matar. Son conceptos prácticamente innatos. Lo que ocurre es que hay determinados personajes que se alejan de estas nociones que son incluso genéticas. En ocasiones alguno se desvía de estos presupuestos morales, es entonces cuando la sociedad tiene el deber de reconducirlos. Lo que ocurre es que a veces se colisiona con la libertad de expresión, como estamos comprobando, pero se debería obviar si determinadas conductas u opiniones van en contra del bienestar social, de su salud o de su seguridad.

La sociedad parece que se está desviando y en su buenismo o aperturismo está considerando, incluso, todo aquello que va contra sus propios principios básicos, no ya contra la propia sociedad sino también contra la Humanidad

En otro orden de cosas, seguramente tengan el derecho a pronunciarse públicamente determinados energúmenos como Pablo Hasél o Isabel Medina – la cara y cruz de una misma moneda-, porque la tan deseada libertad de expresión está ahí presente, pero uno debe ser al mismo tiempo consecuente con sus actos y con sus palabras. Incluso la sociedad les da la oportunidad de retractarse y pedir perdón, puesto que un discurso basado en el odio, la violencia o la aniquilación no debe ser tolerado. Hay opiniones que no deben ser ni respetadas ni compartidas, puesto que atentan contra un principio básico e inviolable como es la vida o la salud de una persona. Es por lo que estos figurantes no deberían acaparar tantos medios de comunicación, puesto que su mensaje de odio y destrucción son algo contra natura. Siempre habrá alguna mente poco formada que esté a expensas de estos siniestros individuos de la muerte y la devastación. Sería interesante que hubiese un pequeño filtro contra todo esto, ya que debemos tolerar todo menos la intolerancia. Y debemos apostar por la vida como principio elemental del ser humano. ¿Qué es eso de ir pegando tiros en la nuca a diestro y siniestro? ¿Quién es usted para atentar contra mi dignidad, mi persona y mi derecho vital a ser feliz? Esto tendría que ser indiscutible y estar fuera de cualquier debate. Pero la sociedad parece que se está desviando y en su buenismo o aperturismo está considerando, incluso, todo aquello que va contra sus propios principios básicos, no ya contra la propia sociedad sino también contra la Humanidad.

Por consiguiente y, sin desviarme demasiado de mi tesis, no deberíamos tener en cuenta todo aquello que atente contra los derechos básicos del ser humano y de la colectividad. Los derechos sociales deben primar sobre los individuales. La salud y el bienestar social tienen que ser nuestra hoja de ruta y nuestro destino, por lo que no cabe, bajo ningún concepto, considerar esa descabellada denuncia contra un centro educativo por no permitir que determinados alumnos prescindan de la mascarilla, que, como todos sabemos, protege al individuo en sí y a su entorno social y familiar. Si esto último no se puede controlar o quizá pueda estar lejos de ‘nuestra jurisdicción’, recuerdo que hay un grupo social, los amish, que se alejan del mundanal ruido, y de la sociedad, para vivir bajo su peculiar estilo de vida y esto nadie puedo impedirlo puesto que pertenece a su Libertad. No les gusta el modus vivendi actual, así que se escabullen, se alejan y construyen su entorno particular. No estoy dando ideas, por cierto, aunque lo parezca.

He visto ya demasiadas personas que han sido atrapadas por los tentáculos de los estertores mortuorios del Covid como para andarse con zarandajas. Amigos y parientes que se han debatido entre la vida y la muerte durante meses o semanas. Conozco a un amigo que, como secuela principal, se mueve en una silla de ruedas, amén de otras fruslerías como falta de respiración, picores permanentes por todo el cuerpo o ataques de pánico. Esta persona no merece estar viviendo este infierno. Tampoco merece ser llamado bozal a esa arma indispensable que nos puede ayudar a protegernos de la muerte. Si bien es cierto que, los más afortunados, lo pasan como un simple resfriado. Tampoco hay que ponerse tan lóbregos. Lo que no es de recibo es que se ataque gratuitamente a un colectivo que se esfuerza a diario, se involucra y se sacrifica por educar y formar a chicos y chicas en los principios básicos de la disciplina, la honradez, el esfuerzo y el respeto por la diversidad y el bienestar de toda la sociedad.

Ya es hora de que prime, de una vez por todas, la cordura.