Opinión | Tribuna

Felipe Guardiola y Enrique Linde

Fragilidad y pasión por vivir

Otra enseñanza que nos proporciona lo que está sucediendo es que debemos invertir mucho más en ciencia básica y aplicada

Conocemos muchas historias de la humanidad que nos relatan los hechos políticos, económicos y sociales, pero conocemos peor la historia de las enfermedades, epidemias y pandemias que sufrimos desde el comienzo de los tiempos, que nos daría otra visión de nosotros los humanos. Sin duda una visión de nuestra fragilidad.

De la noche a la mañana los humanos vemos quebrada nuestra salud por infinidad de razones: virus, bacterias, déficits genéticos y otras tantas causas que tratamos de controlar año tras año, siglo tras siglo. Hemos sido capaces de erradicar muchas enfermedades y otras nuevas han aparecido y seguimos tratando de controlarlas. El éxito de la ciencia es evidente. La población del mundo se sitúa en más de siete mil millones de personas y seguirá creciendo si no se adoptan medidas para limitarla. Y cada vez los viejos seremos más que los jóvenes.

Los científicos, cuando todavía no hemos controlado esta pandemia, nos anuncian que vendrán otras y que se extenderán por el mundo a gran velocidad

Pero, pese el éxito colectivo de la humanidad contra la enfermedad, las tragedias humanas se siguen produciendo de manera inexorable. La pandemia de la Covid-19 es un ejemplo por sus efectos directos e indirectos. Además de los millones de contagiados y de víctimas mortales, el virus ha producido efectos colaterales de gran perversidad en muchas personas que no han podido ser atendidas por nuestro sistema sanitario en tiempo y forma adecuados; acentuándose las enfermedades crónicas y a la postre ocasionando muchas muertes que podrían haberse evitado. Probablemente, las discrepancias que se aprecian entre los datos que el Ministerio de Sanidad proporciona sobre los fallecidos por la pandemia y los que se deducen de los datos que suministra el Instituto Nacional de Estadística, se deben a fallecidos por la pandemia no contabilizados y a fallecidos por otras enfermedades como consecuencia de la desatención recibida de nuestro sistema sanitario.

Los científicos, cuando todavía no hemos controlado esta pandemia, nos anuncian que vendrán otras y que se extenderán por el mundo a gran velocidad, y no será suficiente decir ‘como la pólvora’, sino con la velocidad con la que se producirán las comunicaciones con la tecnología 5G. Son, sin duda, las consecuencias de la globalización. Y no parece que a corto o medio plazo se pueda o se deba revertir el proceso globalizador en que estamos incursos.

Es difícil prever lo imprevisible, pero la organización sanitaria internacional y nacional deben ser más eficaces y eficientes

¿Qué debemos hacer? Permanecer pasivamente esperando que acabe la pandemia y que lleguen otras, o podemos adoptar otras medidas. La OMS se ha demostrado ineficaz y los sistemas sanitarios de los Estados más desarrollados se han visto colapsados. La Unión Europea se ha visto igualmente sobrepasada por los acontecimientos.

Es difícil prever lo imprevisible, pero la organización sanitaria internacional y nacional deben ser más eficaces y eficientes. Esa es una de las conclusiones de la pandemia que nos debe conducir a reforzar y reorganizar el sistema sanitario en todos los niveles. Y otra de las enseñanzas debiera ser lo inútil de convertir la lucha contra las enfermedades en un escenario de disputas políticas.

Hay que destacar entre lo positivo que durante la pandemia por primera vez en la historia se están administrando vacunas contra un virus desconocido en poco más de diez meses desde que se declarara la pandemia, cuando hasta ahora la norma era que una vacuna estuviera disponible entre 3 a 10 años desde que se iniciaba su investigación hasta su producción. Y esto en el caso de que se consiguiera crear una vacuna: no debemos olvidar que, por ejemplo, la vacuna contra el VIH, que ha ocasionado la muerte de millones de seres humanos, aún no se ha descubierto.

La ciencia ha estado a la altura de las circunstancias debido a la financiación anticipada por la Unión Europea, EE UU, China y Rusia (que conozcamos) a los equipos científicos y empresas farmacéuticas de primera línea que no nos han defraudado elaborando vacunas contra el virus. Los equipos científicos españoles están algo rezagados, pero todo parece indicar que en unos meses podrían también ultimar la puesta a disposición del sistema sanitario de una vacuna con un alto grado de efectividad; no les podemos pedir más teniendo en cuenta el escaso apoyo que la investigación sigue teniendo en España.

Otra enseñanza que nos proporciona lo que está sucediendo es que debemos invertir mucho más en ciencia básica y aplicada. Cuando se redujo la financiación de la ciencia en España, durante la crisis que se desencadenó en 2008, muchos levantamos la voz señalando que se cometía un error de consecuencias incalculables; pues la destrucción de equipos científicos es muy difícil de reconstruir. Las grandes potencias europeas, EEUU y otros Estados no redujeron la inversión en ciencia y ahora vemos los efectos de una y otra política. Los que siguieron invirtiendo en ciencia nos están salvando, mientras que los que redujimos la inversión en ciencia seguimos sin contribuir al bienestar de todos.

Cuando se redujo la financiación de la ciencia en España, durante la crisis que se desencadenó en 2008, muchos levantamos la voz señalando que se cometía un error de consecuencias incalculables

Los humanos somos frágiles, pero del mismo modo es constatable que tenemos inscrita en nuestro ADN la pasión de vivir. Entre los humanos son excepcionales los que quieren dejar este mundo, incluso los que creen en la vida eterna. La excepción más notable a la pasión de vivir son los islamistas extremos: lo que puede calificarse de una anomalía. Morimos las personas, desaparecen culturas y civilizaciones, pero unas y otras son sustituidas de manera inmediata por otras personas, culturas y civilizaciones en una sucesión que parece interminable.

Sin duda, podemos decir que los humanos somos un organismo persistente.