Opinión | El Contrapunto

Don Francisco Gómez Reyes, un gran marbellí

Sí. Fue un maestro en el nada fácil arte de andar recto por la vida. Lo fue a lo largo de toda su larga y fecunda vida. Mi buen amigo don Francisco Gómez Reyes. Su fallecimiento, con la edad de 95 años, en su Marbella del alma, el pasado 19 de febrero, le paró el pulso a la ciudad. Siempre le recordaremos como un hombre bueno, un hombre de palabra, al estilo antiguo, un hombre dedicado a su trabajo y a su familia, íntegro, que siempre hizo grandes cosas a las que no les dio importancia. Hijo preclaro de su pueblo y de Andalucía, a los que quería como a una madre. Y sobre todo fue siempre generoso en maestrías y magisterios.

Lo conocí en los comienzos del verano del 1964. Mi mujer y yo acabábamos de instalarnos en Marbella. Aquel paraíso del que nos enamoramos inmediatamente. Gracias a otro empresario marbellí, don Cristóbal Parra, Viajes Málaga, la agencia de turismo que fue pionera en llevar la bandera de la Costa del Sol a todos los puntos cardinales, consiguió un objetivo importante. Ubicar su sede marbellí en una espléndida oficina en el centro de Marbella. Enfrente de la Alameda y con el mar al fondo.

Uno de los propietarios y directivos de Viajes Málaga, don Ramón Utrera Maresca, fue nombrado corresponsal en Marbella del Banco Hispano Americano. Entonces uno de los grandes bancos de España. Hace hoy algo más de medio siglo, los jefes de Viajes Málaga me encomendaron la dirección conjunta de la flamante sucursal marbellí y la Corresponsalía del Banco Hispano Americano. Sin la ayuda de mi mujer no lo hubiera conseguido. Uno de nuestros primeros clientes bancarios fue don Francisco Gómez Reyes, un joven y brillante empresario marbellí. Tan infatigable como modélico.

Amable y sencillo en el trato a los demás, al que siempre sazonaba con unas buenas dosis de sentido del humor. Su inteligencia y su capacidad de trabajo eran unas poderosísimas aliadas al servicio de una voluntad de hierro y un instinto siempre certero para detectar un buen negocio. Recuerdo su minuciosidad comprobando los importes de las letras de cambio que a su nombre giraban a la Corresponsalía. Practicaba con elegancia y eficacia aquel arte en el que los comerciantes ingleses de toda la vida siempre destacaron: «Si cuidas los peniques, las libras siempre sabrán cuidarse solas».

Comentando sus últimas proezas, le dije una vez que era «el más grande de España». Me contestó que no. Que el más grande era don Fernando Alcalá, el historiador de Marbella, vecino de la plaza de los Naranjos. Don Fernando, también mi buen amigo, medía casi dos metros.

El cuaderno de bitácora de don Francisco era tan espectacular como caleidoscópico, lleno de singladuras prodigiosas. Con once años tuvo que arrimar el hombro para sacar a su familia adelante. Su primera empresa fue una carpintería. A la que seguirían negocios de maquinaria agrícola, construcciones de carreteras o importantes inmobiliarias. Regentó corresponsalías bancarias, hoteles y restaurantes, además de toda clase de establecimientos dedicados al ocio. Uno de sus últimos grandes logros fue la fundación de una residencia universitaria en Málaga. Sin olvidar a la joya más querida de su imperio empresarial: la creación de un grupo de 42 salas de grandes cines, el más importante de la comunidad autónoma. Una de sus grandes experiencias fue también su etapa como productor de cine, con su incondicional buen amigo, el director y maestro José María Forqué.

Recuerdo su férrea fidelidad a sus principios éticos. Y su sabiduría para saber escuchar a su esposa, la siempre admirable doña María Isabel Palma. La que le inspiró estas palabras a su hijo, Paco Gómez Palma: «Jamás he conocido a nadie que tenga el amor que mi madre le tiene a Marbella y a la historia de sus gentes».

Lo recuerdo como si hubiera sido ayer cuando me contó don Francisco una conversación que tuvo con el que fuera el alcalde de Marbella entre 1991 y 2002, don Jesús Gil y Gil. Vio claramente que con el Gil muchas cosas cambiarían en Marbella. Y no en la buena dirección. Inmediatamente marcó distancias, dejando muy clara su posición. Dio instrucciones claras y precisas para que nadie de sus empresas olvidara que ellos no estaban al servicio del Gil. Y que en su hoja de ruta solo seguiría estando la defensa de los intereses de los ciudadanos de Marbella, la profesionalidad y el respeto a la legalidad. El resto de esa historia ya lo conocen ustedes. Ya lo dijo Frédéric Amiel: «Hacer con facilidad lo que es difícil para los demás es el signo del talento. Hacer lo que es imposible para el talento es el signo del genio».