Opinión | Notas de domingo
Comiendo con Astérix

comiendo con astérix / Jose María de Loma
Lunes. Yo no sé esa manía de combatir la alegría. Me enfrasco en «Ventana a la nada», de Emil Cioran. Llegué hace mucho al aforista y pensador rumano a través de Savater, que siempre le ha hecho mucha publicidad. Ya me advirtió cuando me vio acariciar el volumen Virginia Guzmán, jefa de este periódico, que me dosificara a los tristes, toda vez que conoce mi afición a los diarios de Pavese, por ejemplo. Me lo llevé. A Cioran, no a Pavese. No obstante. Su pesimismo se contagia y tiene otros libros mejores, aunque yo no soy nadie para decirlo. Para espantar, lo que ya sabía, que el ser humano es una cagarruta insignificante, en una inmensidad, pregunto en uno de esos grupos de whatsapp de mucha gente al que no sabes por qué perteneces, que qué tal ha ido La isla de las tentaciones. Ahí sí que hay sabiduría, pasiones y sentimientos universales, shakesperianos, incluso. Y comienza la fiesta. Fiesta de whatsapp, fiesta virtual, memes y tías y tíos ligeros de ropa y equipaje. Ocurrencias y resúmenes atinados y mucha filosofía. No es Cioran para el invierno. Esto último tal vez sería un aforismo que a él le gustaría. O gustara. Y eso que en estas ciudad la primavera llegó hace tiempo, hace semanas. El aire es otro, también las sonrisas. Y eso se cruza con una suerte de optimismo sobre la pandemia. Salgo a la calle a echar piropos.
Martes. En una tertulia televisiva un periodista le dice a otro: no eres nadie, no eres nada. No has empatado con nadie en periodismo. Lo dice a gritos. Vocifera descontrolado. Me da tristeza esa violencia, esa descalificación. El aludido se queda un poco en shock, se amilana y empequeñece; no sabe qué decir. Esa debilidad o sorpresa es aprovechada por el ofensor para continuar insultándolo. Me quedo con esa escena todo el día. Todo me recuerda a un cabrón que había en mi colegio, el típico matoncillo que humillaba a compañeritos enclenques. Luis se llamaba. Yo una vez le escondí ceniza de un cigarro en las lentejas. Hola, Luis. Si me estás leyendo te jodes. No voy a sacar una reflexión sobre el periodismo, ni sobre la crispación, ni el bullying, ni el acoso ni nada. No sé. La imagen del insultado, pobre hombre, todo el día en mi cabeza. Qué le habrán dicho al llegar a casa. El otro tal vez fuera tras el programa a fanfarronear con más gallos su hazaña. Pediría carajillo y torreznos quizás.
Miércoles. Comemos en un chiringuito porque en algún sitio hay que comer. La felicidad es que la jibia llegue pronto y esté en su punto de fritura y sin chorrear aceite. Se ve de fondo un suave oleaje, una mar tristona de olas espumosas y orilla de nadie. Hay camareros que ofrecen el orujo como quien fuera dueño de la poción mágica de Astérix. Tras el segundo chupito me enrolaría en una batalla contra los romanos. Mi hijo me dice que somos impostores. En ‘Among us’, me aclara. No sé yo donde. La vida también es un juego y yo apuesto por pasar la tarde en casa. Siento de repente un frío como extranjero.
Jueves. Urge una guía malagueña de gastronomía y conspiraciones. A los críticos del PSOE les gusta mucho Frutos. Ay, si esa ensaladilla rusa hablara. Tan cremosa su mayonesa legendaria. Y ese steak tartar, menos crudo que algunas intenciones políticas. Un concejal de pueblo del PP me tienta con el Refectorium Catedral. Sea.
Viernes. Me gustaría vivir como vivo pero pudiendo.
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