Opinión | 725 palabras

En prácticas

La semana pasada decidí liquidar una antigua deuda conmigo y me otorgue bula para tardear durante veinticuatro horas. Gustazo de dioses. Parar y reajustarnos el ralentí siempre es conveniente, especialmente, porque contribuye a que el hombre tome consciencia del obsecuente automatismo asumido por el hombre con el que el hombre responde al sistema inventado por el hombre que le marca el paso al hombre. No, no es un trabalenguas. Romper relaciones transitoriamente con el sistema, refresca el espíritu inconformista de mayo del sesenta y ocho, y airea habilidades naturales olvidadas en el fondo de nuestros recovecos más íntimos.

El día de autos amanecí temprano, desempolvé el zoom que traemos al nacer y salí a la calle:

A lo lejos percibí a un anciano con porte al que su perro había sacado a pasear sin prisa por la arbolada avenida. Ambos ambulaban relajados, el perro vigilando, el humano vigilado. Más cerca, un airado individuo de pelo ralo juraba en arameo porque la boina que le había vendido un chino le quedaba pequeña, mientras, sin éxito, trataba de ajustarse una FFP2 a modo de kipá sobre su mocha cabeza. En la tienda de música de la esquina una señora de elegante porte le explicaba al vendedor que lo que precisaba eran los mejores auriculares intraurales y las mejores gafas de realidad virtual del mercado, sin importarle el precio.

–Para ofrecerle la mayor eficacia por mi parte, dígame señora, ¿para qué actividad necesita los auriculares intraoído y las gafas de realidad virtual? –inquirió el vendedor.

–Para aislarme de mí misma. Necesito no verme, no escucharme, no sentirme y no pensarme. Preciso intimidad absoluta, especialmente, respecto de mí misma. Por cierto, si los auriculares y/o las gafas de realidad virtual tienen la capacidad de asesinar a mi sombra, mejor que mejor. Últimamente no me expongo a la luz para no verla, pero aún así, sé que me persigue.

La verdad, un perro paseando a un distinguido caballero, un enfurecido jayán tratando de encajar en su reluciente cabeza una mascarilla FFP2 a modo de chapela y una señora pretendiendo protegerse de sí misma mediante unos auriculares y unas gafas de realidad virtual, que, además, en condición de sicarios deben asesinar a su sombra, puede que interpretados desde la prisa cotidiana de la «nueva normalidad» del mundo que nos mata y que nos muere no causen extrañeza, pero analizados desde el remoloneo procratinador de un tardeo bien ejercido, lo que explicitan sin ambages es la razón de la sinrazón aquella que enflaquecía la razón del hidalgo Alonso Quijano, el enjuto manchego universal matamolinos, conterráneo de aquel lugar de La Mancha de cuyo nombre nunca quiso acordarse don Miguel. Grande y discreto el maestro allende los haya habido nunca.

Cuando, con intención científica aprendiza, tomo consciencia del comportamiento individual y/o grupal del ser humano, me sorprendo. Y, desde la sorpresa, cada vez llego a la misma conclusión: el supuestamente bienintencionado sistema pensado por y para el hombre ha fagocitado al hombre y lo ha vomitado automatizado para cumplir con el sistema castrante que lo envuelve. O sea, por un presumible bien para sí mismo, el hombre ha alumbrado la deletérea paradoja de diseñar un sistema que se ha convertido en su inevitable némesis.

El derredor que circunda al ser humano cada vez se asimila más a los circuitos caninos de agility, una actividad deportiva en la que los canes compiten a base de seguir las instrucciones de su humano para salvar los obstáculos que conforman la prueba con éxito y en el menor tiempo posible.

Alguna vez, en sueños, me he planteado que el espectáculo del actual sistema debe tener truco y, desde este planteamiento, que la panoplia de obstáculos y desigualdades existentes bien pudiera tener algo que ver con la ley del karma. O sea, que el paso por esta vida no es más que un ejercicio universalmente reglado de prácticas para acceder debidamente instruidos a las sucesivas existencias. Episodios oníricos aparte, ¿y por qué no?

¿Por qué la milenaria India, el enigmático Egipto, la Grecia de Sócrates, Platón, Pitágoras... y toda la ingente pléyade de gurús, pseudogurús y vendehúmos orientales y occidentales que proliferaron a partir del s. XVIII no pueden tener razón respecto de las prácticas a través de la reencarnación y la transmigración de las almas?

Y, digo yo, ¿cuántas practicas le quedarían al expresidente Trump?

¡Ojú, tú...!