Opinión | Entre el sol y la sal

Caronte se llama Juan

Caronte se llama Juan.

Caronte se llama Juan.

En la calle Lagasca de San Pedro de Alcántara existe una máquina del tiempo con apariencia de librería mínima. No es más, tampoco menos, que un escueto pasillo de paredes enladrilladas con las historias que otros escribieron para la eternidad. A su puerta, como un guía al mundo del más allá, te recibe Juan; un espigado y afable librero londinense que regenta desde hace 25 años este breve laberinto de sentido único que huele a tinta y recuerdos, a sueño impreso, a prosa y a verso. The Shakespeare Bookshop se llama. Cuando entras te sientes Gulliver, por lo angosto del lugar, pero miras los títulos que te rodean y menguas cual Pulgarcito admirado por la grandeza de tantas y tantas narraciones que descansan pacientes, apiladas unas sobre otras, hasta el techo, esperando que alguien las compre para deshojarse ante sus ojos y cumplir la razón de su existencia.

Juan es dueño y señor de una tempestad en la que no tienen cabida brújulas ni astrolabios. Sólo el placer de leer guiará tus ojos. Nadie más que Juan sabe dónde encontrar la primera edición que buscas o aquel best seller que, a pesar de las modas, defiende con pundonor su otrora fama en el insondable océano de las letras. Juan te orienta con preguntas sobre tus preferencias para conducirte por su universo de páginas ilustradas con primor editorial. Como el barquero del Hades, pero entre olas de papel que rompen en crestas negras sobre blanco. Unas pocas monedas para atracar, conversación mediante, en la orilla de un libro que ni tú sabías que te aguardaba. No es mal negocio.

La librería de Juan bien pudiera parecer una celda de clausura, por tenue, espartana y sencilla, pero no se dejen engañar. Cada título es, en realidad, una pequeña ventanita por la que asomarse a otros lugares, a otros tiempos, a otras vidas; es decir, es una estación desde la que salir, como punto de partida, en un viaje a la caza y captura de las maravillas que fabularon las mentes de sus creadores. Las hay de todo, y para todos: aventura, ficción, épica, romántica, policiaca, biográfica, científica… tantas como estados de ánimo sienta en cada momento el visitante, porque esa minúscula librería es una vacuna contra la soledad y la tristeza, un remedio para la desilusión. Es, en estos tiempos de encierro y hartazgo, un billete de ida a una isla del tesoro, a un secreto inconfesable, a un amor prohibido, o al enésimo intento de asesinar al líder de turno. Es, en definitiva, un refugio para la cordura por abrir las puertas a la imaginación y ensanchar los sofocantes límites que estos días nos ahogan.

El local de Juan es una biblioteca con balcones adornados con tomos multicolor de cualquier tamaño imaginable. De ocasión, de segunda mano, nuevos y viejos, con tapa blanda o dura, de bolsillo, rarezas o para colección, en castellano y, sobre todo, en inglés. Y es que contiene exactamente, por fijar la cantidad, tantos títulos como leguas surcó el profesor Aronnax a bordo del Nautilus.

Ya están llegando ustedes al final de esta columna. En dos minutos abrirán un enlace que, apostaría, está relacionado con la pandemia. Háganme un favor, no se abandonen al mal augurio. No se hundan. Suban a la barca de Juan, mi alegre Caronte, y naveguen por su pasillo infinito. Quién sabe. Puede que les acerque a la lejana costa de la mayor historia de sus vidas. Una experiencia que, se lo prometo, les evadirá hasta la última página. Una lectura apasionante que hará más llevadera el deambular por este páramo monotemático e incoloro que nos han impuesto como nueva normalidad. Elijan un libro y escapen, entren en él y salgan distintos. Pregunten a Juan, seguro que lo tiene.