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Madrid, el hoyo y la espada

Madrid es un folio en blanco, una historia por contar, el rompeolas de Machado, la movida y el atasco sobre la Gran Vía. Madrid siempre provisional, estrepitosa y bizarra, eterna y abrumadora, biográfica y ajena. Madrid, que me vio nacer, o esa ciudad de las agujas de la que siempre huyo y a la que siempre vuelvo. Madrid, al borde del hoyo y la espada.

Ahora que pintan bastos y que todo el mundo habla de Madrid, toca esta columna. Llevo años queriendo escribirla. Una columna dórica y castiza, de cocido y after, desde la distancia, sobre este Madrid presente de indicativo y pasado continúo, con el que me estoy reconciliando y, admito, sobre el que tengo tantas palabras que me quedo sin palabras.

Mi querido amigo, maestro y periodista, Juan Luis Valenzuela, me regala «Madrid», de Trapiello. Un libro que, desde hace semanas, tomo a sorbos cortos como un vermú en Casa Alberto. Trapiello escribe un puzzle, una guía turística, urbana e histórica, con la que disiento a ratos y a ratos me enamoro evocando lo mío, lo nuestro: porque Madrid siempre es lo nuestro. Un libro enorme que me trae hasta aquí.

Otra vez, Madrid en las portadas, el lugar del que nunca se fue, para resultar más exagerada, inmortal y rosa. A Madrid, estos días, le caen hostias por todos lados. Días de borrasca en los que se la disputan los trileros del poder, la manosean los gabachos y la critican, como decía Ortega, en «provincias», y uno en la distancia de esta playa se lamenta. Uno que jugó al fútbol en la Plaza de la Paja, que se bebió Argüelles, que se hizo mayor bajo el Viaducto e hizo lo que tenía que hacer hasta el final de la ciudad, hasta el desgarro, se estremece en cada línea.

Madrid siempre es otra cosa, metamorfosis y sitio. Madrid no es lo que dicen de Madrid. Madrid es lo que uno hace con Madrid, lo que vive, lo que respira y recuerda… Madrid es una ciudad abierta, cosmopolita y acogedora pero también hostil y express y excesiva, en verano y en invierno, y todo a la vez, todo el tiempo y al revés. Dice Trapiello que «Madrid es la ciudad, más que ninguna en España, donde las cosas que pasan podían no haber pasado y las que no tenían que pasar, acaban sucediendo».

Madrid es una versión, lo que queremos contar de Madrid. Madrid es lo que escribió Galdós, Cervantes, Baroja, Solana o, por supuesto, C. Tangana. Madrid es lo que aquí pongo, y lo que tú, querido lector, imaginas o piensas. Madrid es el fin de semana de muchos amigos de Málaga que me cuentan sus andanzas por Chueca o Malasaña, un viaje de ida y vuelta, de revuelta y de corrala. Madrid es Umbral, Goya, Antonio López…, y Trapiello también. Madrid son mil veces Madrid.

Madrid es el Rastro, el Retiro y el Prado, sí, pero también es Vallekas y Pitis y un Cercanías camino de Getafe. Madrid es la chulería, los callos y lo cursi, la ciudad a la que todos van a por algo, dejan algo y, luego, cuentan su anécdota desde la periferia. Para ser ‘nada y de nadie’, dice Trapiello, sobre Madrid todos creen tener algo que decir, y por lo general acaban diciéndolo.

Y así, ahora que pintan bastos, garrote y prensa, siento a mi alrededor y en los medios una madrileñofobia que asusta, digamos madriditis. Con desdén y crítica, todos disparan a matar. No es justo, no es nuevo. Madrid como el epicentro del terremoto político, financiero y cultural que es, invita al meneo. Unos y otros, confunden al pueblo con el soberano, y a la ciudad con Ayuso o Iglesias o Sánchez o Florentino, y no.

Madrid y los madrileños están por encima de la crítica, la envidia y el manoseo. Madrid, es híbrida y mestiza, y pasa de estas movidas, con sus aluviones de gente que no se conocen pero se comunican, sin charnegos ni maketos, ¿qué falta hace, verdad?, sin hacer business de la victimización, como otros, como una ciudad abierta bajo un atardecer pastel de primavera y lilas en Caramelos Paco.

Porque Madrid, sostiene Trapiello y corroboro por experiencia, «sabe sobreponerse y es consciente de que un exceso de memoria daña la vida». Porque Madrid pasa de vuestros trapicheos políticos, eterna y febril, y vive la vida y quema la noche. Porque Madrid siempre estará al borde del hoyo y la espada. Porque a Madrid, amigo míos, uno va a que le dejen en paz.