Opinión | Mis días marinos

Semana Santa 2021

semana santa 2021

semana santa 2021 / Mariano Vergara

Mañana ventosa y grisácea de cielo sucio. Calles semidesoladas de locales cerrados y tiendas vacías. Atasco de tráfico en Carretería a causa de un coche que sueña con ser el barco varado en el canal de Suez. Casas Hermandades montando altares de culto, que fingen normalidades inexistentes. Caleidoscopios de sueños, vacuidad triste, incapacidad de crear ilusión, sucedáneos, fotografías que suplen la ausencia, similares al recuerdo de los seres queridos que se fueron para siempre. Segundo año consecutivo en el que no habrá celebraciones del misterio en las calles con la escenografía de una ópera coral, ni muchedumbres en la Alameda el Jueves Santo, ni sonidos de campanas, ni alegres cenas de conchas finas y gambas en el Santiago, mientras resuenan trompetas y tambores de alguna cofradía que va hacia la Catedral. Como siempre, la realidad y el deseo. Da la impresión de que las cosas nunca volverán a ser como antes. De que estamos atrapados en una pesadilla, incapaces de seguir soportando el silencio y la distancia, anhelantes de abrazos y besos, que pueden ser mortales, de quienes más amamos y que deseamos a pesar de todo, sabiendo lo que nos jugamos. El abrazo cálido aunque traiga la muerte, porque sin el otro la vida se convierte en una pesada carga.

Voy a la librería mágica de los sueños, Mapas y Compañía, a comprar un regalo de cumpleaños para un amigo querido y es como entrar en Narnia, en la vida de Harry Potter, acompañado por el príncipe Caspian, la magia nos rodea entre globos Montgolfier y una maravillosa reproducción del Spirit of Saint Louis, que vuela entre globos terráqueos sobre estantes en los que se acumulan libros de imposibles viajes, cuadernos de bitácora de barcos varados, lápices para escribir notas en libretas escolares japonesas y dibujar apuntes de rincones encontrados de una iglesia románica en un páramo castellano, que se antoja en el País de Nunca Jamás. Cuqui me regala una pequeña regla antigua de madera y un bien afilado lápiz con alargador en un sobre, que abro ansioso con la ilusión de un niño, sin poder esperar a llegar a casa para verlo, por el simple hecho de encontrar por fin algo sorprendente y nuevo en esta tierra baldía en que se ha convertido nuestra existencia. La realidad mágica sigue existiendo en la vida, aunque parezca que ha sido borrada de golpe, como se borraba la tiza en la pizarra, cuando éramos niños ayer. Camino por las calles apresuradamente para no llegar tarde a una cita y sueño que he vuelto a mi añorado Madrid, como un Manderley al que tanto echo de menos, como a un ser querido que ya no estuviera, más de un año sin él, volver a caminar por las calles de Chamberí en una mañana de sábado de primavera, desayunar en Mallorca con el civilizado olor de un croissant caliente, mientras leo el periódico en papel, como toda la vida, o en Embassy, que ya no existe, con Taté, que se fue para siempre, comprar libros en Pasajes, pasear viendo las tiendas de Justiniano y Argensola y Fernando VI, ir a la Caja Negra… y encaminar mis pasos por Recoletos recién regado, que huele a hierba y a tierra y cruzar Cibeles, hacia el santuario de la belleza del Prado.

Y, mientras me apresuro por nuestras calles, el sueño se convierte en mágica realidad y me veo entrando por las impresionantes puertas de los Jerónimos, que esculpió Cristina Iglesias en un prodigioso alarde de potencia y solemnidad, mientras creo escuchar ecos de la Pasión según San Mateo, el Erbarme dich, mein Gott de Juan Sebastián Bach y me encuentro de golpe ante el Cristo presentado al pueblo de Quinten Massys, impactante óleo sobre tabla, en el que personajes grotescos, tan típicos de la pintura flamenca, aúllan insultos a un inocente. Y aparece el deslumbrante Cristo con la cruz a cuestas de Sebastiano del Piombo, como un atleta miguelangelesco en un espacio cerrado con una ventana por la que se vislumbra la única salida, que es el camino al Gólgota. Solo queda un camino, como ahora. Pero cabe una ayuda y se produce en El Pasmo de Sicilia de Rafael, con el atlético hombro del Cirineo que con su poderoso brazo levanta la cruz que aplasta a Cristo en su caída, obra que salió de España en el atraco napoleónico siendo una tabla y volvió años después convertido en lienzo, restaurado hace pocos años en Madrid, después de tanto sufrimiento en París. A veces pasan estas cosas, que los bárbaros son otros, a quienes nosotros los pobrecitos y calumniados españolitos considerábamos cultísimos seres superiores.

Sigo mi vía crucis imaginario - o no - y me encuentro con La flagelación de Alejo Fernández, en la que cuatro verdugos ejecutan una especie de danza de la muerte de película de Bergman, látigo en ristre, alrededor de un hombre atado a una columna. Al girar en una sala me encuentro frente a Apolo en la cruz, El Cristo crucificado de Velázquez, tan diferente en su casi ausencia de sangre a las imágenes castellanas, seguramente debido a la nacencia andaluza de su autor, que impone el paradigma de la belleza dolorosa sin mácula alguna. Un escalofrío recorre mi espalda, mientras recuerdo los versos de Unamuno, el de la dubitativa fe de hierro, «en qué piensas tú, muerto, Cristo mío…». Encuentro después el bellísimo y muy desconocido Cristo crucificado de Goya, tan extraordinariamente humano, que parece pintado para que se cumpla lo escrito en el salmo 45 «tú, el más hermoso de los nacidos…» y que Manuela Mena considera la mejor obra de Goya, con cuatro clavos, como el de Velázquez, quizás por influencia jansenista del Port Royal, que cantó Alfonso Canales.

Encuentro al elegantísimo Noli me tangere de Correggio, «no quieras tocarme…», con ese extraño azul del manto de Cristo, que mantiene los pies cruzados en lo que parece una danza y la rubia cabellera de Magdalena y su brazo extendido, formando una diagonal perfecta con el brazo de Jesus, que apunta al cielo, «...porque aún no he subido al Padre». Y La Piedad de Van Dyck, en la que la madre parece el trono en el que descansa el hijo muerto y el Cristo muerto sostenido por un ángel, de Antonello de Messina, con la boca abierta de los muertos que mueren solos, mientras el ángel llora. ¿También lloran los ángeles en este tiempo? «Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos» del salmo 22. Clavos herreros de cabeza cuadrada y punta roma. Históricamente, la crucifixión de un reo se hacía así, el clavo entraba en el cuerpo por la muñeca, machacando el nervio, con lo que el dolor era tan intenso, que provocaba el desmayo.

Dejo para el final de mis sueños El descendimiento de Van der Weyden, el cuadro de las lágrimas, una de las grandes creaciones del genio humano, que luce deslumbrante después de su restauración hace pocos años. Esta obra habría que verla en soledad, escuchando el réquiem de Mozart y con una lente para poder contemplar el prodigio de cada lágrima, los azules, rojos y dorados, que parecen hechos por ángeles tintoreros y el brazo de una madre exangüe y desvanecida de dolor, en paralelo con el del hijo muerto, como prueba de la cum passio de Bernardo de Claraval, el reformador del Cister, que esculpió una de las hijas de Pedro de Mena.

Si alguien quiere hacer por su cuenta este recorrido imaginario, busque antes de salir un pequeño cuadro, recientemente adquirido por el Prado, situado junto a una puerta, obra de Juan de Flandes, el pintor de Isabel la Católica, Cristo sobre la piedra fría, increíble y helador título para un hombre completamente desnudo, coronado de espinas, solo y abandonado, ni siquiera hermoso, que cubre su sexo con sus manos atadas, sin paño de pureza, esperando ser crucificado, sentado en una piedra con el rostro de la absoluta desolación, como un estremecedor alegato contra la muerte. El verdadero Varón de Dolores.

He pasado la tarde soñando, mientras escribía lo que hice realmente una vez hace años, cuando éramos libres. Y llego a la conclusión de que Cristo, como ser humano real, cambió el curso de la Historia. Hay un antes y un después en todas las culturas y en todas las civilizaciones, porque la vida se rige por un único calendario - a pesar de que los chinos, los musulmanes, o los judíos tengan uno propio - y ese calendario está marcado por el nacimiento del hijo de un carpintero en una remota provincia del Imperio Romano. Lo cual es un misterio en sí mismo, imposible de entender, pero es así. Puede ser que en un futuro, si occidente desaparece como civilización, como cultura, como forma de vida, esto sea cambiado. Pero aun así, nadie podrá nunca olvidar que él, hace dos mil años, en un contexto histórico en el que no existían conceptos como derechos humanos, caridad, solidaridad o igualdad, dijo algo tan revolucionario como «amaos los unos a los otros», que no hemos entendido, ni escuchado todavía.

Esta mañana de Domingo de Ramos a las 13 horas sonarán fanfarrias de clarines y marchas de trompetas y tambores desde la balaustrada del Palacio Episcopal, hoy Centro de Cultura de la Fundación Unicaja, y desde la Casa Hermandad del Sepulcro. No acudáis, no es una llamada, es una celebración, que organiza el Área de Cultura del Ayuntamiento y Ciudad del Paraíso y que podéis ver y escuchar en directo por las redes sociales - el progreso trae también la esperanza y el consuelo - desde vuestras casas, o sentados frente al mar, mientras soñáis con el día, que vendrá, en el que cientos de niños volverán a empuñar rubias palmas como esbeltos deseos de paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Porque no podemos caer en el pesimismo, yo el primero, de convertir en pesadilla y desesperación un tiempo que tiene que ser de sueños y esperanza.