Opinión | Tribuna

Antón García Abril: caminando hacia la luz

El defensor de la melodía en el siglo XX español musical ha muerto. Se ha parado el pulso de todos: jóvenes, mayores, melómanos, aficionados, expertos, anónimos, celebridades, intelectuales, aristócratas, y gente sencilla. Difícil imaginar una confluencia histórica así, donde la cultura de un país acapara la primera escena de la prensa, de cabeceras de telediarios en canales nacionales, programas especializados y generalistas de radio y televisión: es que el compositor turolense Antón García Abril nos ha dejado a los 87 años.

Sin embargo, junto a un enorme vacío, una terrible desolación por la pérdida del maestro, del referente musical y humano, nos queda la serenidad de haber disfrutado tanto y con tan extraordinaria intensidad, de su amistad personal y de su incuestionable carisma artístico. Y por supuesto, ya para la historia, trasciende su valiosa obra. Autor de impactantes sintonías de televisión y cine, su música caló en los hogares españoles con melodías como las que recordamos en la irrepetible serie de El Hombre y la Tierra, junto a Félix Rodríguez de la Fuente, entre otras muchas, sin embargo, es por la relevancia de su ópera Divinas Palabras, su legado sinfónico, instrumental y camerístico, por lo que García Abril ocupa ya un lugar de honor en la creación musical española de todos los tiempos.

Mis encuentros con los pentagramas garciabrilianos llegaron siendo yo una niña, una joven ilusionada y deslumbrada por la singular confluencia estética de su música, -nexo de unión entre el pretérito y el presente-. García Abril dirigió una mirada hacia el lenguaje de comunicación directo con el oyente, para lograr el milagro del mensaje sonoro: conmover al destinatario a través de sentimientos y emociones. Portador de alegría, belleza, espiritualidad, esperanza y libertad, el corpus del maestro se erige en icono de poética musical en pleno siglo XXI. Se fue «mi admirado poeta de vanguardia», título de la primera monografía musical que dediqué al reconocido creador, si bien ahí empezó todo: el vínculo inseparable entre la creación y la interpretación. Llegó entonces mi pasión por descubrir e investigar su obra, y con ella apareció la esencia del hombre y del amigo, la complicidad, las risas interminables, los viajes, aquellas charlas y entrevistas compartidas, las grabaciones, los ensayos inolvidables, las sesiones de trabajo, el regalo generoso de su hermosa composición Alba de los Caminos, que me dedicó, y la alegría infinita vivida junto a Antón y a su inseparable Áurea, esposa y confidente fiel, luz eterna en la vida del compositor.

En medio de esta penumbra y con el silencio como mejor aliado, me es difícil imaginar el camino en solitario, despojada de su guía artística, de su brillante personalidad, pero los recuerdos por suerte acuden a mí como compañía inextinguible. Y su amada Málaga, mi ciudad, en el escenario de estos recuerdos. Antón García Abril, -premiado y galardonado tantas veces, reconocido ampliamente por su extensa producción musical que abarca todos los géneros musicales sin excepción, programado y aclamado nacional e internacionalmente, querido y venerado por legión de intérpretes y músicos-, sin embargo, continuaba siendo aquel joven ilusionado que un día decidió partir de su Teruel natal para consagrar su vida a la música. Rememoro vivamente su emoción, y la mía, cuando le hice partícipe de la Medalla con que el Ateneo malagueño le premiaba, fue la última vez que nos visitó…ya sin Áurea. El maestro recogió aquel reconocimiento entre una multitud de personas que llenaba nuestra preciosa Sala de conciertos María Cristina, su desbordante alegría cautivó una vez más al auditorio pues era fácil conectar con su mirada limpia e inteligente, con su modo de ver y entender la vida, por eso hoy, más que nunca García Abril y su preciosa música es de todos.