Opinión | El ruido y la furia

Los saludados

Mi hija me preguntó una vez: «Papá, ¿qué estabas haciendo cuando cayó el Muro de Berlín?». «La portada del periódico», contesté. En ese momento me di cuenta de que hay veces en que la historia te pilla con las manos metidas de lleno en ella y luego te queda un perdurable recuerdo y tienes una amena anécdota que contar a los amigos en las sobremesas.

Quizás un día alguien con la misma mirada de mi niña me pregunte «¿qué hiciste durante aquel tiempo de pandemia?» y tal vez me vea obligado a contestar: «esperar», y un halo de vergüenza se me pose en ese verbo transitivo que no transita hacia ninguna parte.

Llegará un día en que echaremos de menos todo este tiempo perdido que hemos dejado que nos abarrotaran de normas, medidas cautelares, distancias y olvidos.

Es mucho, muchísimo lo perdido. Las burbujas en las que nos hemos sumergido en este tiempo han reducido nuestra vida a una mínima expresión, en muchos casos a un mero ir y venir de uno mismo a uno mismo, apenas relacionándonos con un pequeño grupo de personas y haciendo desaparecer al resto.

Josep Pla decía que había «amigos, conocidos y saludados», y mientras espero, como usted, a que todo esto pase, a que las vacunas sean efectivas y la vida regrese, intento imaginar qué habrá sido de mis saludados, de esa gente que una vez fue parte de mi vida, que no estaba demasiado cercana pero con la que coincidía de vez en cuando y cruzábamos un saludo, una palabra, una sonrisa afectuosa, y de la que hace más de un año que no tengo ninguna noticia. Hablo de toda esa gente que vivía en el ancho círculo de las personas amigables, que de pronto desaparecieron y que no sabes dónde han ido a parar, prójimos de los que nunca tuviste el teléfono pero que te cruzabas a diario en el gimnasio, en el bar, en la parada del autobús, y que ahora te das cuenta de que eran muy importantes porque hacían los coros en tu vida, llenaban el entorno, construían el decorado.

¿Dónde ha estado esa gente mientras teníamos miedo, mientras trabajábamos a solas, confinados en nuestras casas, mientras implosionaba toda nuestra vida? Pues pasando exactamente por lo mismo y en las mismas condiciones.

Decía el casi olvidado poeta Pedro Garfias que «la soledad que uno busca/ no se llama soledad./ Soledad es el vacío/ que a uno le hacen los demás», pero a lo que se refiere el poeta es, más bien, al abandono, y esto que nos ha pasado, que nos está pasando, es otra cosa. El poema de Garfias tendría que cambiar una preposición, y entonces la soledad, esta soledad pandémica, sería «el vacío que en uno hacen los demás». El vacío que dejan todos esos saludados cuyos nombres nunca supiste y que ahora echas tanto de menos.