Opinión | La señal

¡Castra, Séneca!

Le habían llamado por teléfono -número desconocido- al mediodía, le preguntaron si era quien era y le dispararon a bocajarro, ¿quiere usted vacunarse mañana? Por supuesto, no se identificaron -debe ser por la ley de protección de datos, que protege tanto, que no sabemos con quién hablamos- y tuvo que ser él quien preguntara, dónde -y aquí sí supo ya que se trataba del SAS, no del cuerpo de élite del ejército británico, sino del Servicio Andaluz de Salud, claro-…, así que sin pensárselo se atrevió a musitar el gran interrogante, qué vacuna le tocaba en suerte, y como se temía, escuchó la palabra taumatúrgica, AstraZeneca.

El Centro de Salud Alameda-Perchel ha añadido un módulo exterior, plantado en el parking como una seta, donde dos enfermeras se desempeñan en su tarea, una pincha y la otra vocea el nombre del siguiente, eso sí, el ritmo es el del circuito de Jerez. Incluso, han sido tan amables que han dispuesto unas cuantas sillas para que usted no se canse, aunque a pleno sol, que esto no es el beach del Marbella Club. Los allí reunidos -cada uno aparenta pensar en sus cosas- no se pierden de vista, porque el hecho de vacunarse en esta pandemia se ha convertido en un ritual social que requiere de una atención extrema a los demás. Y cuando oyó su nombre, marchó con paso marcial al encuentro con el riesgo de ser uno de esos pobres desdichados, poquísimos -faltaría más que fueran muchísimos-, que habían tenido y tienen mala suerte con los laboratorios de Cambridge porque un trombo se cruza en sus vidas para borrarles del mundo de los sujetos pasivos de Hacienda. Al día siguiente, se reuniría la Agencia Europea del Medicamento, y aunque unos días antes ya se había reconocido la vinculación de la dichosa vacuna con casos raros de trombos, recomendaba seguir la administración de aquellos bichitos porque son más los beneficios que los peligros, excepto para los que morían o quedaban con graves lesiones, se les olvidó indicar a los portavoces del organismo. Frente a ese mantra se estrellaban, como cualquier objeto estelar contra un agujero negro, todos los inconvenientes que surgieran. Pero lo cierto, y él lo tenía claro, es que esta era la opción más razonable, aunque no la mejor ideal, solo a esas moléculas imperfectas había podido llegar la ciencia a toda prisa y al trote de inversiones multimillonarias. Es la viva imagen de la impotencia humana frente a lo desconocido. Desde luego, la UE había quedado peor que la chata de Cai, que a 23 de marzo, había vacunado solo al 8,7 por ciento de su población, la UE, no la otra, frente al 41,4 del Reino Unido, y eso que eligieron brexit, o precisamente por eso.

-Alterne un Paracetamol y un Ibuprofeno si tiene fiebre, y ahora quédese ahí diez minutos por si le hace reacción la vacuna.

El pinchazo fue brevísimo y picante como el chile. En aquellos diez minutos no pasó nada reseñable, más allá de los zangolotinos que iban de un sitio para otro muy afanados en su despiste. Solo faltaban las risas enlatadas, como las de un programa de televisión, porque todavía no se sabe cuánto tiempo inmuniza la vacuna, ¿quizá seis meses como se supone con Pfizer?, y después ¿volver a empezar? En fin, con los conocimientos que hay se han distribuido los frasquitos, tras pasar ese control de la Agencia, y después… ya veremos. Pero tengamos fe, nunca los ateos han pedido a los creyentes tener más fe que en estos tiempos que vivimos peligrosamente, fe en Von der Leyen, Sánchez, Illa, Aguirre… Mientras, en vez de contemplar las sombras, miramos los títeres y nos perdemos cómo representan.

Pero ya su memoria era borrosa, y no sabe bien si estos pensamientos tienen horas o son de más tarde, cuando le subió la temperatura por encima de 38 y tuvo que acostarse y pasó una noche toledana, con el cuerpo magullado, escalofríos... Pero, al día siguiente, amaneció sin fiebre y con la esperanza de que todo había sido un mal sueño, entonces se tocó el brazo izquierdo, dolorido. Miguel de Cervantes lo dejó dicho:

Busco en la muerte la vida,

salud en la enfermedad,

en la prisión libertad,

en lo cerrado salida

y en el traidor lealtad.

Pero mi suerte, de quien

jamás espero algún bien,

con el cielo ha estatuido,

que, pues lo imposible pido,

lo posible aún no me den.