Opinión | 725 palabras

Diestrismo y siniestrismo

Los ojos miran, pero, no ven, y el oído oye, pero no escucha. Sin embargo, infinitos millones de miradas y sonidos moran en las librerías. Todas y cada una de las librerías del mundo exudan miradas y sonidos silentes sensiblemente concatenados que hilvanan y encuadernan las palabras. Cuando llega el momento, la mirada y el oído más certeros se activan para que el particular Miguel Strogoff de cada cual se convierta en el infalible correo del conocimiento y de la emoción. Empero, nótese la curiosidad mágica de que la mirada más profunda del hombre, inexorablemente, exige cerrar los ojos para ver más claro. Y, vive dios, mucho tiene de utilidad esta práctica, porque es así y solo así que –cuando ocurre que no es siempre– se verifica el milagro de que el musageta que pastorea a las musas, comparece.

¿Quién, alguna vez, paseando por Schaerbeek o simplemente hurgando en un plano de Bruselas, al leer el nombre de esta comuna bruselense, ha podido sustraerse a revivir interna y vivamente a Jacques Brel? ¿Y, seguidamente, quién ha podido evitar escucharlo revivido interpretando «Ne me quitte pas», posiblemente la más bella canción de amor jamás escrita?

¿Quién, deambulando por el parisino vieux Montmartre en calidad de flâneur no ha escuchado alguna vez la discusión antisistema de los pinceles bohemios de Degas, Toulouse-Lautrec, Picasso, Matisse, Van Goght, Modigliani... en Le Moulin de la Galette? ¿Y quién no ha revivido la inspiración etílica de los versos dadaístas de Tzara o los simbolistas de Rimbaud y Verlaine en Au Lapin Agile?

Y, digo yo, ¿tendrán algo que ver los oídos que no escuchan y los ojos que no ven con las aseveraciones pseudofundamentalistamente excluyentes de «las derechas» y «las izquierdas»? No sé, no sé...

En mi opinión, el universo de cada hombre sería infinito si cada cual no pretendiéramos que es nuestro campo de comprensión el que conforma los límites del Universo. Creo que es justo a esto a lo que se refería Ortega en «La rebelión de las masas» cuando catalogó de hemiplejia moral y de imbecilidad al hecho de considerarse férrea y limitantemente de derechas o de izquierdas. Limitar los universos de cada cual a la categoría de diestrismo o siniestrismo en función del fatuo error de ceñir el universo a nuestros menos de 180º de comprensión horizontal, más que una imbecilidad, como apreció Ortega, viene siendo una gilipollez infinita, tan presuntuosa como peligrosa.

Honestamente, quizá habría sido mejor no tener que experimentar la situación vivida durante el último año. Lo que entonces era un mero supuesto ben trovato, a lo largo del último año ha sido la fehaciente demostración de que, a pesar del blablablá de los autodenominados diestristas y siniestristas, para el actual sistema lo importante no es el ser humano como concepto universal, sino un gatuperio adredemente cambiante y artificialmente convincente y mediático. A veces se me antoja la enorme dificultad que tendrían los medios de comunicación, acostumbrados a recibir materia «político-informativa» a borbotones minuto a minuto, si, de pronto, los actores de la vesania política tomaran consciencia de sí mismos. Pobres criaturas, su orfandad en estado puro sería tal que durante un tiempo enmudecerían sin remedio.

Decía Camus algo así como que pocos nos damos cuenta de la enorme cantidad de gente que gasta excesiva energía con la única intención de parecer normal. Y se me acaba de ocurrir que si escribiéramos esta afirmación en un papel y lo engurruñéramos ––hermoso y rotundo verbo–– y, situados de espaldas a los escaños patrios y autonómicos y municipales lo lanzáramos hacia atrás, excepto que le cayera a un ujier que accidentalmente pasara por allí, da igual a quién señalara el papelito acusón, daría cumplida fe de la afirmación de don Albert.

El sistema educativo –incluidos papá y mamá– es una especie de taller alfarero que nos da forma. El entorno, o sea, el sistema, es el horno que por solidificación consolida la obra. ¿Alguien a lo largo de proceso nos advierte que cada paso es irrepetible, es decir, que el paso dado, virtuosa o malévolamente dado está...?

Respecto del sistema dimanante de la política, calculo que debo llevar más de trescientas mil horas planteándome pasar hoja. Hoy, concreta y precisamente hoy, confieso que no sé qué es mejor:

¿Pasar hoja, cerrar el libro, prenderle fuego a la biblioteca o desaprender a leer...?

Vete tú a saber.