Opinión | Notas de domingo

Me voy a Islandia

Me voy a Islandia

Me voy a Islandia / Jose María de Loma

Lunes. Pues no hay colegio. Pascua de Resurrección. Se prolonga la fiesta semanasantera. El día amanece muy nublado y frío tras una víspera veraniega. La mañana transcurre entre escritura, batidos, patatas fritas, tertulias a medio oír, lectura y juegos. Youtube con tostadas. A media mañana, dentista. De entre las vocaciones meritorias, la de dentista infantil. En la sala de espera aún hay risas. No me dejan pasar con él a la consulta. Sala de angustia, más que de espera se debería llamar. Existe el Ratoncito Pérez, existe, le digo ya en la calle, que está animada y de nuevo decorada con chaquetones, abrigos leves y un suave aire festivo. Que sí, papá, que me han dicho que me tome un helado. Es obligatorio. Ya lo dijo Rilke: «sobreponerse es todo». Los niños son especialistas en eso.

Martes. The Minister, serie islandesa. Política. Fantástica. Qué ganas de ir a Islandia. Ganas de siempre, fascinación vieja por ese país. Me acuerdo de un reportaje de John Carlin de hace mil años en el que narraba una visita a esa nación. Se plantó en la casa del primer ministro, pegó a la puerta, le abrió un propio y dijo que era periodista, que si podía entrar. Pasó y habló con el primer ministro. En la serie se ve que las cosas siguen siendo más o menos fáciles y diferentes que en el resto de Europa. «Somos tan pocos que todo el mundo hace muchas cosas, somos polifacéticos», me decía un compañerete del cole, cuyo padre era director de hotel en la Costa. Y si tú y tu familia estáis aquí ahora, ya sois muchos menos, solía decirle yo. No he conocido a más islandeses. Un día en Nueva York conocí a dos montenegrinos. Por separado. Uno era recepcionista en mi hotel. Una mañana le pedí recomendaciones sobre la ciudad y pegamos un poco la hebra .Me contó (parte de) su vida. Por la tarde, en una galería de arte, el encargado nos hizo partícipes a un grupo de españolitos de que era de Montenegro. Me quedé con las ganas de decir: pero estáis todos aquí o qué. Montenegro tiene menos habitantes que la provincia de Málaga, la mitad, calculo. He estado allí dos veces. En Montenegro, no en Málaga. La primera no era estado independiente. O sea, era Yugoslavia. Uno es mayor cuando le esconden sus países. Estuve en Checoslovaquia. Al año siguiente, Interrail, regresé. Ya era la República Checa. Le mueven a uno las fronteras más que la silla. Ganas de ir a Escocia.

Miércoles. No conviene hacer la compra con hambre. No conviene escribir una columna cabreado. De hecho, creo a veces que no conviene escribir una columna y punto. La escribo. Cabreado. La guardo. La guardo y no sé por qué no la borro. Hay un cementerio de columnas inéditas. Columnas de un solo lector, el que las escribe. También hay columnas vivísimas pese a tener muchos años. Ahí están las de Larra. Y tantas de tantos. Otras columnas nacen viejas. Se publican por ver si rejuvenecen. Hay columnas que pueden provocar trombos, pero son casos raros, residuales, un trombo entre miles de lectores. Yo me la inyectaría, me las inyecto casi todas, pese al riesgo. Las ‘ZénecaColumnas’. Riesgo mínimo.

Jueves. Hay días en los que tomar la única decisión importante del día te deja exhausto: meunière o plancha.

Viernes. Sale en la televisión el Jardín Botánico de Madrid, donde ha habido una «explosión de color», según expresión enfática del locutor. Vive Dios que imágenes tan imponentes. Verás tú que voy a ser un hombre sensible. Qué susto. Quita. Me voy a las noticias de verdad. Ahí, ahí, pedradas. Insultos. Me encantaría escribir la crónica de un mitin de esos solo para emplear la palabra algarada. O cafre.