Opinión | Marcaje en Corto

La Superliga Europea une a Tebas y Rubiales

Fue el eje franco-alemán uno de los pilares más sólidos de la antigua Europa, el que abrió el camino a un mercado único, hoy más en horas bajas que nunca (Brexit mediante). Ahora dicho eje pretende parar lo que a ojos de muchos parece imparable, una Superliga Europea cerrada, integrada por los clubes de fútbol más poderosos del planeta.

Un contundente comunicado emitido ayer de manera conjunta por UEFA, Premier, Serie A y, aunque no lo crean, LaLiga y la Federación Española de Fútbol (la Superliga terminó por unir a los casi siempre tan distantes Tebas y Rubiales) tildaba de insolidaridad a la futura competición continental. Pero además amenazaba a los clubes que hayan podido ya firmar su participación en la misma, entre otros el Real Madrid, de impedirles competir en la Champions.

La amenaza se extendía incluso a los jugadores europeos de dichos clubes firmantes, porque formar parte de la nueva Superliga, según el mismo escrito conjunto, automáticamente sacaría a los internacionales de sus respectivas selecciones nacionales. Y se remarcó la contundencia del referido eje franco-alemán contra esta supuesta gran amenaza contra los esquemas actuales del balompié europeo: «Agradecemos a los clubes de otros países, especialmente a los clubes francés y alemán, que se han negado a inscribirse. Hacemos un llamado a todos los amantes del fútbol, ​​seguidores y políticos, a que se unan a nosotros en la lucha contra este proyecto si se anunciara. Este persistente interés propio de unos pocos ha estado ocurriendo durante demasiado tiempo. Es suficiente», relataba el comunicado.

Le pregunto a usted, si se considera seguidor del fútbol, si alguna vez amó o si aún disfruta de este deporte, ¿qué opina de la Superliga? Porque hasta importantes autoridades políticas han acabado por pronunciarse en las últimas horas y, en ese fragmento, se apela a que los seguidores nos movilicemos. No obstante, uno se pregunta hasta qué punto, en medio de esta maldita pandemia, estamos en condiciones de priorizar esta nueva amenaza. Frente a lo que nos está cayendo, cómo de capacitados nos encontramos para entrar a analizar siquiera lo que está por venir en cuanto al balón.

Que le pregunten por ejemplo a los aficionados noruegos. Porque puestos a denunciar injusticias o conductas insolidarias respecto al esférico, esta nación europea se ha puesto en primera fila anunciando su particular boicot al próximo Mundial de Catar y, por ahora, pocos apoyos ha encontrado fuera de sus fronteras. Y eso que resonaron bien fuertes los datos publicados por el rotativo británico The Guardian, acerca de la muerte de más de 6.500 trabajadores emigrantes en suelo catarí desde que, hace algo más de una década, se proclamara la celebración en 2022 del torneo planetario en pleno desierto.

«Respeto, dentro y fuera del terreno de juego» se pudo leer en las camisetas de internacionales noruegos como Erling Haaland y Martin Odegaard, cuando se medían con su selección a Gibraltar durante el último parón liguero. El propio seleccionador noruego apostó por «hacer presión sobre la FIFA para que sea todavía más directa, todavía más firme, ante las autoridades de Catar, y que imponga exigencias más estrictas».

Hay algo que no huele bien en este fútbol moderno que mueve millones de euros por derechos televisivos como jamás movió. Las mismas entidades que han movido sedes de competiciones nacionales a países futbolísticamente en desarrollo, guiadas por la chequera y al dictado del mejor postor, han creado este monstruo al que tildan de insolidario.

Y esas mismas instituciones no son capaces de explicarnos por qué dejan sola a Noruega, que sí, que desde 2000 no se ha clasificado para una fase final, que tiene difícil su billete para Catar 2022. Pero, ¿cuestión de solidaridad o de dinero? Una pregunta también aplicable a las vacunas, querida Europa.