Opinión | Tribuna

Running o libertad

Vuelvo al blog que creé hace mucho tiempo sin ninguna pretensión más allá que la de ordenar este cajón que llevaba tanto tiempo sin abrir. No hay nada mejor para seguir teniendo ganas de conservarlo ocupando espacio que sacar su contenido y limpiarlo bien, ordenarlo y volverlo a colocar. Como toda tarea de esas que procrastinas o te dan pereza, he necesitado un impulso un tanto bajo, lo confieso, para ponerme con ello, y ha sido un artículo publicado en la prensa local.

La militancia, en general, es algo que me aburre. Ir de algo resulta muy cansado, sobre todo cuando empiezas a dejar de identificarte con aquélla enseña bajo la que desafiaste los rayos del sol en un imaginario campo de batalla por el que se supone que si no pasas eres un tibio (lo cual me irrita soberanamente) o cuando empiezas a notar que tus correligionarios desbarran. Ser de algo es mucho mejor que ir de algo.

Dicho esto, hoy tengo ganas de decir que soy runner. Así, incluso utilizando el anglicismo, estoy fácil. Fácil hasta el punto de admitir que somos un tanto indescifrables cuando no un verdadero coñazo por nuestras inexplicables conductas: madrugamos en días festivos, hasta si hace frío y llueve, para salir a entrenar; también corremos por la noche, cuando se supone que es momento de tele y sofá; nos compramos unos relojes carísimos capaces de medir el ritmo sistólico y diastólico, aptos para soportar altas presiones atmosféricas propias de la cordillera del Himalaya a la que nunca iremos y que calculan el diámetro de la brazada, aunque nademos como los peces de plomo; las zapatillas, de última generación, con trazas de tecnología aeroespacial, bien pintonas; compartimos en redes sociales nuestros logros, con frases de taza cuqui trilladísimas y cargantes a más no poder; cuarentones que se toman sus diminutos logros como el camino a los juegos olímpicos; carne fresca para fisioterapeutas.

La cosa es que lo sabemos y no nos estorba . No me sorprende en exceso, por lo tanto, leer hoy negro sobre blanco en las páginas de un diario provincial, desde el cariño y el respeto, que molestamos en los paseos marítimos porque no dejamos a «la gente normal» (que me maten si alguien sabe lo que es eso) pasear tranquilamente y que los estamos «expulsando». Para colmo, lo hacemos «embutidos en unas mallas ridículas – cosa que debería tener multa por merdellón y chabacano –». No sorprendiéndome, sí que diré, y vuelvo al principio del texto, que me han resultado unas afirmaciones muy estimulantes. Si el propósito del articulista era provocar, mis felicitaciones y mi agradecimiento, porque alguna cosa sí que me gustaría escribir al respecto y porque para escribir fue para lo que creé este blog que había que ventilar.

Como establece la Real Academia, correr es «andar rápidamente y con tanto impulso que, entre un paso y el siguiente, los pies quedan por un momento en el aire». Convengamos, pues, en que correr es andar ligero, con bulla, como cuando pierdes el autobús, enseñas a tus niños a montar en bici o abren las puertas de la terminal y vas a recibir a tu ser querido sin perder ni un segundo. Correr es un instinto que te protege, te aleja del peligro, te acerca al lugar seguro, deseado o soñado. Antes de fundirse en un abrazo, Sam corrió hacia Frodo, Lilo hacia Stitch o Marian hacia Rocky. Convengamos, pues, en que correr es natural, como pasear.

Es destacable la presencia de gente que corre por los paseos marítimos, no de Málaga, sino de cualquier parte del mundo. Está científicamente demostrado que la visión del mar, como apreciación de una extensión infinita, aporta cambios beneficiosos en tu estado emocional y potencia la aparición de ondas alfa en el cerebro, contribuyendo a la relajación y disminuyendo la angustia. Es por ello que vamos a correr por allí: somos raros, pero no gilipollas. Y vamos temprano, algunos incluso cuando todavía ni ha salido el sol. Este que escribe, da fe de que a las horas en que sale a correr, la presencia de «gente normal» es escasa, hasta el punto de que lo normal a esas horas sea ir corriendo y no andando. Para comprobarlo, claro está, hay que madrugar.

Por otro lado, sería por mi parte pretencioso defender las bondades que la práctica del deporte tienen en la condición, la dignidad y la salud humanas. No soy ningún experto ni de lejos, pero un par de contribuciones a la causa sí quisiera traer, si habéis llegado hasta aquí y no os habéis hartado de este ladrillo: la primera es la expresión de Décimo Junio Juvenal, en su ‘Sátira X’, línea 356 (siglo II a. de C.): «Orandum est ut sit mens sana in corpore sano» («Debemos orar por una mente sana en un cuerpo sano»), como exhortación plena al cuidado de la salud; la segunda la he tomado del ensayo ‘Platonismo y filosofía del deporte. Una propuesta hermenéutica’, de los profesores Francisco Javier López Frías y Xavier Gimeno Monfort. Citan en el ensayo a Robert L. Simon, filósofo, que sentencia: «La meta principal al participar, entonces, es lograr la excelencia al enfrentarse al desafío». Salud y excelencia. Por resumir: una ciudad llena de runners es una mejor ciudad, porque está llena de mejores ciudadanos, que enferman menos, que se sienten felices y que se limitan a dar el coñazo compartiendo sus modestos logros, viviendo y dejando vivir.

Me hice un constructo mental un tanto ingenuo al hilo de la reciente campaña del Partido Popular lanzada con motivo de las elecciones a la Comunidad de Madrid y protagonizada por Doña Isabel Díaz Ayuso, reina azul de labios rojos erigida en adalid emergente de la libertad castigando las costillas del socialismo opresor tras el cañón de Agustina. En el anuncio al que me refiero, podemos verla echando una carrera por la capital del Reino, lo que en mi triste opinión ayudaría a reconciliar a algunos con el runner y su circunstancia. Esperaba que se relacionase a esta práctica deportiva con actitud, esfuerzo y rebeldía; en otras palabras, esperaba que lo hiciese más atractivo o menos repelente. Es posible y hasta probable que ocurra, de lo cual me alegraría por todo lo expuesto antes, pero tardará en llegar. Yo le alabo el gusto al Partido Popular y constato que, por ahora, la cosa va lenta.

Volviendo al leitmotiv de todo esto y por ir acabando: no, no expulsamos a nadie de ningún sitio. Lo que realmente me ha pillado con el paso cambiado es lo de las mallas. Vamos a ver: que muchos no estamos guapos con mallas es un hecho. Llevamos mallas porque son cómodas, son ligeras y brillan de noche, pero no porque sean nuestra prenda favorita en el armario. Particularmente, soy de camisas y pantalones de vestir, pero no muy formales; el fin de semana, camisetas y vaqueros. Ridículo sería ponerse mallas para ‘ir a andar’ cuarenta y cinco minutos y luego tomarte tres cervezas y una de rusa en el bar antes de clavarte un puchero con su pringá y su media piña de pan «porque hoy he salido a andar». A mi eso me parece bastante más ridículo. Y también me lo parece asociar merdellonerío y chabacanería con usar ropa de deporte para hacer deporte. Puestos a decir estupideces, podríamos decir también que las multas habría que ponérselas a quienes fuman tabaco negro, se visten con la ropa de un muerto o se toman las copas en vasos de maceta.

Qué queréis que os diga. Yo me imagino un paseo marítimo lleno de gente así y me da bajona. No me gusta para Málaga. Quiero para mi ciudad un ambiente sano donde gente de toda edad y condición salga a sus paseos marítimos a gatear, pasear de la mano, pasear ligero, andar, trotar, correr o esprintar a dos, tres o cuatro patas, sobre las ruedas de un carrito de bebé o de la silla de un adulto. Quiero, en una palabra, que el uso compartido de los paseos marítimos por corredores y resto de gente a pie (de las bicis ya hablaremos otro día, como de la humedad del chiste) siga tal como está ahora porque, simplemente, no hay un problema con esto. Y ya puestos, quiero que me sigáis vacilando con lo fritos que tengo los sesos por no poder pasar sin hacer deporte, con lo cansado que es eso, lo mal que huele el sudor y lo bien que se está en la cama. No me conviene olvidarlo. Entretanto, doy las gracias a Isabel por el empujón y diré que corre, simplemente, como hay que correr. Un pie delante de otro. No hay más.

Díselo, reina: ¡viva el running y los runners!