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Hacerse mayor

Hay noches fastidiosas. Sí, noches en las que las sábanas son un trozo de tela con rabia o un áspero recorte de lija. La vida es un presentimiento lleno de afirmaciones vulgares; las mismas que no llegan a ninguna parte. Los años son la contradicción decorativa del espíritu. Junto a ellos madura la experiencia y junto a ellos también se pudren muchas ilusiones. Hay días que me escandalizo al ver que mi cuerpo es la complacencia de la abundancia y me entra agitación...  No, nada encaja igual que antes. Hacerse mayor es volverse esquivo e independiente; no hay duda que a determinada edad (opinión subjetiva)  se eleva la soledad y junto al retiro se eleva la voz de la muerte. ¿ De qué sirve aspirar a reconciliarse con la ilusión si la realidad es una dama enferma? Me cuesta encauzar muchas cosas y mira qué le pongo voluntad. En las noches de frío pienso en lo breve que es la vida y en la absurda invención de los futuros y sus derivadas. ¡Todo retrato no es un alma viviente! Hacerse mayor es ver que todo lo viviente no combina con uno. Sí, hacerse mayor es ver que la vida es un puñado de vivencias, las mismas que con los años, cultivan el recuerdo y poco más. Hacerse mayor es aceptar que hemos venido a ésta farsa ( perdón) a ésta vida a divertirnos y ver que nuestra existencia ha sido un bien regalado. Hacerse mayor es entrar por la puerta de casa y ver que solo te espera un gato o un perro...  Algunas noches, no todas, escucho el sonido del mar y siento la presencia desmesurada de las lágrimas, fabulosas gotas saladas que limpian el alma y el espíritu.