Opinión | Control C + Control V

Rocío Bosé Ortega

Rocío Carraco, durante su entrevista en Telecinco.

Rocío Carraco, durante su entrevista en Telecinco.

Rocío. El ejemplo perfecto de que la tele es el centro de nuestras vidas pasa por el caso de Rocío Carrasco y el programa, ‘Rocío, contar la verdad para seguir viva’. Un formato clásico, digamos muy básico. Una entrevista de toda la vida, un documental. Una mujer frente a la pantalla y su palabra. Nada más. Y, después, tan solo unos segundos después, la explosión social, bummm, el tsunami que todo lo inunda, el acontecimiento que sucede y que no cede semanas después, quizás durante años, y del que todos hablamos: el comentario, el tweet, la broma, la opinión forjada e irreductible, finalmente, el recuerdo.

La televisión es el espejo de nuestra sociedad, la base, el eje, el puente… La tele es el centro de nuestras vidas. Ahora que tanto se habla de fragmentación de audiencias, de Youtube, Podcast o Twitch, la televisión ha vuelto a demostrar que sigue reinando en el centro de los salones y es, sin duda, el medio de comunicación vertebrador de nuestra sociedad. Como nos dijo una vez Campo Vidal: «Si de pronto se descompusieran todos los televisores del mundo, no habría escalas para medir los maremotos de aburrimiento».

Antes, durante décadas, ya lo era. Todas las familias nos sentábamos frente a la tele, como en una rutinaria liturgia cultural para ver, y luego comentar, cualquier contenido. La Copa del Mundo, Gran Hermano, Eurovisión, Médico de Familia, Verano Azul…, todos estábamos, y estamos, cosidos a esa memoria colectiva. Con la llegada de internet y las redes sociales, parecía que la tele sucumbía, se ahogaba, pero no. Estos días, la televisión se ha vuelto a convertir en lo que siempre fue, el pilar de la opinión pública, espejo, base, eje, puente...

Bosé. De la misma manera ha ocurrido con la entrevista de Miguel Bosé en Lo de Évole. Otra vez, un formato clásico y básico. Dos hombres y la palabra lanzada; un conversatorio, que diría García Márquez. Otro éxito total de la tele. El poder de concentrar a mucha gente en un tiempo determinado para comentar en directo, en casa o sobre las redes, o el lunes en la oficina, como hicimos siempre, la última chalaura de un señor que va de negacionista disfuncional y contradictorio. Ya lo anunció Vázquez Montalbán cuando dijo aquello de que «los dioses se han marchado, nos queda la televisión».

Unos y otros se posicionan. Todos tenemos algo que decir al ver la tele y lo decimos. Entre los debates que me llaman la atención sobresale el de la necesidad de dar voz, por ejemplo, a un negacionista. Arrecia la borrasca de comentarios, el látigo de la crítica o el insulto del hater. La tele como el vehículo en el que confrontar opiniones, el arma arrojadiza, la catarsis... Unos y otros se plantean si el periodismo tiene la obligación de mostrar las cosas tal y como son, aunque lo que proyecte sea odioso o peligroso, o no nos guste. Unos y otros, insisto, confrontamos sobre si podemos sacar a cualquiera diciendo cualquier cosa en un medio tan formidable y poderoso.

Ortega. Aporto mi propia experiencia. Hace semanas nos ofrecieron entrevistar a Ortega Smith en Llegó la Hora, el programa que hacemos en 101Tv. Ortega Smith, secretario general de Vox, diputado y, entre otras cosas, presidente ejecutivo de la Fundación Nacional Francisco Franco. Debo reconocer que dudé, en primera instancia, sobre la pertinencia de dicha entrevista. Soy muy de dudar, de preguntar (me), de esperar antes de disparar. Luego decidí, como siempre he pensado, que todo el mundo tiene una entrevista: el presidente, la doctora, la vecina, el enemigo… Todos tenemos una historia que contar. Si me propusieran dialogar frente a las cámaras con Hitler o a Stalin, por supuesto, lo haría. Son hombres, son historias, aunque no nos gusten.

Durante varios días, trabajé la entrevista, escribí varios cuestionarios, enfoqué cómo encarar la conversación. Después, llegué a la conclusión de que una entrevista así siempre es un caramelo envenenado. Una entrevista con un líder de la ultraderecha, la encare quién la encare, es muy posible que acabe en una lluvia de palos, «infinitos palos» que diría Cervantes en El Quijote, de ambos lados haciendo el periodista una cosa o la contraria. Algunos me han caído, palos digo. No importa. Va en el cargo.

Pienso, y voy terminando que se enfría el café, que en los medios de comunicación, en general, y en la tele, en particular, tenemos que confrontar con todos, con los que están más cerca de nosotros y con los que están justo en las antípodas. Poner frente a la cámara a los de la derecha y la izquierda, a los de arriba y a los de abajo, a los necios y a los faros, a los locos y a los sanos. Y luego, justo después, que acontezca el milagro, el bummm, el tsunami que todo lo inunda, el comentario, el tweet, la broma, la opinión forjada e irreductible, el recuerdo… Solo es televisión.

Creo que la audiencia, que somos todos porque todos somos audiencia, es lo suficientemente válida como para saber elegir entre lo sutil e inteligente, lo absurdo y peligroso, lo fútil y necesario. Vean la tele, si les apetece, y luego afilen la crítica constructiva y feroz, no se dejen caer en el ejercicio del bostezo y la hipnosis del medio, braceen, vuelen..., o abran un libro o un periódico. Elijan ustedes, desde el salón de casa, enciendan o apaguen, que nosotros seguiremos entrevistando. Ya digo, va en el cargo.