Opinión | De buena tinta

Un veintiséis de abril

A veces el columnista, como cualquier otro hijo de vecino, hastiado tanto o más del coronavirus como del gobierno, tira de efemérides para impulsar a la musa de su espacio semanal y conseguir ofrecer y ofrecerse un espacio relajado que nos conceda, al menos, unos instantes para tomar aliento. En ocasiones, es más que recomendable adentrarnos en esas lindes donde, momentáneamente, nos dejen respirar ajenos a todo aquello que nos sobrecoge y tomar conciencia de nuestro momento presente para, tras un breve suspiro, seguir caminando en estos tiempos hostiles, tan propicios al odio, que diría el poeta Ángel González, pero no por ello carentes de luz. Y así, olisqueando entre calendarios ya pasados, es como caigo en la cuenta de que, también un veintiséis de abril, nacía el emperador Marco Aurelio, Benito Pérez Galdós se alzaba como diputado republicano, los aviones alemanes de la Legión Cóndor bombardeaban Guernica, acontecía en Chernóbil el peor accidente nuclear de la historia, se retransmitía en Japón el primer episodio de Dragon Ball y, concretamente en Málaga, noventa y nueve años atrás, se sucedía un incendio en el edificio de la Aduana que trajo consigo la muerte de veintiocho personas. Realidades, todas ellas, alegres, tristes, triviales y lapidarias que vienen a conformar una suerte de collage tan variopinto como la vida misma. Pero, si ustedes me lo consienten y puesto que, al fin y al cabo, las historias historias son, escuchando como estamos todavía, por poco tiempo y desde lejos, el tibio soniquete de las campanadas que trajo consigo el día del libro, hoy también me permito traer a colación otros almanaques que, no por ser ficticios, son menos reales. Y es que, precisamente hoy, un veintiséis de abril, o de Astron, según el calendario de la Comarca, comenzó todo: el mago Gandalf y trece enanos se personaban en Bolsón Cerrado con la intención de plantearle al hobbit que todos llevamos dentro el inicio de una campaña inesperada hacia los linderos de la Montaña Solitaria y a los fines de recuperar el tesoro perdido que custodiaba el terrible dragón Smaug. Y en mitad de tales trances, no me resulta extraño plantear qué sería de nosotros de no contar en nuestros horizontes con Montañas Solitarias, dragones terribles, tesoros por recuperar, compañeros de camino y magos que nos guíen. Dicen los psicólogos que, hoy por hoy, está de moda entre la jerga la expresión ‘zona de confort’: un lugar común que indubitadamente existe y en el que nos dejamos atar desde el sillón para hacer que la vida pase simplemente frente a nosotros, a veces sin un mero compromiso o una sencilla ilusión que nos remueva y nos cuestione más allá de la mera subsistencia y el insípido pasar de los meses, las estaciones y los años. Y es que servidor bien quisiera llegar al fin de sus días con un buen puñado de mapas sobre la mesa en los que pudiera distinguir las rutas fallidas y las acertadas, quisiera contar con buenos compañeros de camino con los que comentar hazañas transcurridas mucho más allá, muy a lo lejos, de las realidades telemáticas, quisiera contar con un buen par de botas rotas y manchadas de barro. Qué menos que llegar a la meta con esas cicatrices en las que pesa más la sabiduría que el dolor, con varios tesoros ganados y con la piel de algún dragón interior vencido. Yo quisiera llegar al fin de mis días habiendo aprendido a reflexionar y a templar la ira, pero también a no pensar en demasía todas aquellas cuestiones que bien se merecen un riesgo más allá de los tristes y razonables listados de perjuicios y beneficios. Porque hay empresas que merecen toda la pena, el riesgo y la lucha, con independencia de su resultado. El camino no está más allá de nuestros propios pies, y el horizonte es tan nuestro como el tiempo que se nos ha dado. No hay proyecto ilusionante que limite un calendario, ni voluntad que no supere un cuadrante horario. Vencer la rutina, salir al exterior, palpar nuestros proyectos y arrojarlos al camino para darles forma es lo que, en honestidad, nos hace libres y nos convoca para el goce y el disfrute de una vida plena, acompañada y gratificante, muy por encima de los parámetros del fracaso o del éxito.