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Manual de primavera

Manual de primavera

Manual de primavera / Roberto López

En esta palabra, FLOR, comienza la primavera. En esta palabra, YA, comienza esta columna. Esta columna sale disparada. No es la típica columna. Es una columna y un manual y una urgencia. Ha empezado la primavera y cantan los pájaros en El Cantal y la lantana crece como una plantación vertical de Chupa-Chups y en un rato me iré con la bici o a nadar y el cuerpo me pide meneo. Esto es un sumario de instrucciones para estos días en los que llega el buen tiempo y la piel.

Rebajemos la tensión, paremos un poco, bajemos el balón al césped… Ssssss, alejemos los móviles y las alertas, disfrutemos de los minutos extras y de lo extraordinario, del tiempo con la familia y los amigos, de jugar, de jugar a jugar, de ser otro, de ser feliz, y de ser consciente de esa felicidad. Es tiempo de volver, poco a poco, a la piel. No hablo de Likes. Esto va de otra cosa: sosiego y juegos. Es primavera en casa y jugamos al voley. Al fin y al cabo, la vida es un lugar del que nadie sale vivo.

Hagamos todo lo que haga falta, durante el tiempo que haga falta, ahora y siempre, por los siglos de los siglos, para llegar al objetivo, amén. No renunciemos, no nos dejemos vencer, aunque sea cansado, agotador, aunque nos digan mil veces NO, mil millones de noes esparcidos como azufre, aunque el próximo lunes nos parezca un nuevo 8.000 insuperable, no nos detengamos. Como decía Unamuno: «Adelante, siempre adelante».

Un amigo me dice que en «la NASA para mandarte al espacio miden los niveles de optimismo de los astronautas». Estar ‘ahí arriba’ no es nada fácil; estar aquí abajo, tampoco. La idea de la NASA pasa por evitar que sus astronautas se vuelvan locos. Debería existir una NASA para la vida terrenal. Reímos y brindamos. Caigo en la cuenta de que hacía meses de que no brindaba con nadie. Tiene razón. La gente no es feliz por naturaleza, no se trata de algo genético. Depende de nosotros, hay que trabajar la fortuna, astronautas de la vida.

Como escribió J.N. Salk, investigador y virólogo, que nos salvó con sus vacunas: «La recompensa de un trabajo bien hecho es la oportunidad de hacer más trabajo bien hecho». El éxito es una cuestión de horas, de echar horas, horas de vuelo, de cocciones lentas, de carreras de fondo, de partido a partido, de autorresponsabilidad, en definitiva. Una amiga me dice: «Se aprende a hacer tele, haciendo tele». Ni un solo día sin poesía y sin la satisfacción del trabajo hecho: trabajo es todo, la fortuna y la caída de la tarde cuando juego al voley con mis hijas. Vivir la primavera con la intensidad que merece esta estación es un trabajo muy serio.

Debo centrarme en lo que debo hacer, no tanto en lo que va a pasar, ni en lo que pasó, sean éxitos o fracasos. El presente es el sitio en el que nos vamos a pasar el resto de la vida. Para conseguir llegar a mi objetivo, debo hacerme cargo de mí mismo y abandonar la esperanza pasiva. Ahora me centro en esta columna atípica y febril, escrita cuando todos duermen. Al terminar este párrafo, los pájaros amanecen en El Cantal y la lantana crece. Sostengo que el tiempo disfrutado es el tiempo vivido.

A estas alturas, he llegado a la conclusión de que todo lo bueno está ahí fuera. Aquí, frente a esta pantalla, todo es muy reducido. Negro sobre blanco y una conexión a internet. Escribo un manual de primavera y luego me iré con la bici o a nadar. Si quiero llegar a mis metas debo salir de mi zona de confort. Debo ser independiente -aislado nunca-, y que mi vida sea un paraíso para que el mundo no sea una prisión. Actúa, actúa, actúa y no dejes de hacerlo. Sal afuera ahora que las normas decaen. Si tomas una decisión, pero no haces nada, no vale de nada. Si tomas una decisión y no haces nada, no has decidido nada.

Llega la primavera. Las tardes son más largas y la temperatura es agradable. Cambian las normas y tenemos que saber adaptarnos. Debo ser más emocional, menos racional. La clave está en el sistema límbico, en esa parte del cerebro donde confluyen los estímulos emocionales. El hombre primitivo aprendió por lo que sentía. Hay que sentir, más piel y menos pastillas y pantallas.

Por último y por hoy, para terminar este manual que es una columna disparada, urgente y atípica: amar, amar, siempre amar. El primer gesto de un recién nacido es el abrazo. Nuestros viejos mueren queriendo alzar los brazos. El primer y el último aleteo -y todos los que hay en medio-, están hechos de amor. Feliz primavera, amig@s.