Opinión | La señal

Vuelo a Caracas

Le hubiera gustado que fuese en Plus Ultra, la línea aérea rescatada por el gobierno español con 53 millones de euros y que trabaja para la dictadura caribeña con operaciones de la estatal Cubana de Aviación y participaciones en las «misiones médicas» de la Dirección de Inteligencia (también G2) del régimen y de su satélite Venezuela. Pero no pudo ser. Embarcó en la compañía Iberia. Partía a las 17 hrs. del aeropuerto Madrid-Barajas Adolfo Suárez, y la duración del vuelo estaba prevista en 9 horas y 15 minutos. Le acompañaba solo uno de sus habituales del departamento de seguridad, precisamente quien había aparecido en los periódicos disputando con la Policía Nacional en Vallecas. El control de equipajes y pasaportes lo pasaron sin dificultad, aunque advirtió que dos guardias civiles le habían observado con una atenta mirada fácilmente descifrable.

Ya estaban a bordo, pero no desconectó su móvil. Leía el prestigioso panfleto que le había regalado a su inolvidable Dina. Prefería viajar en clase ejecutiva, sobre todo, por el mayor espacio y la calidad de los asientos, aunque es cierto que la comida, las bebidas, el servicio de tierra y otras comodidades también tienen su importancia. 

Había discutido -mejor, debatido- con su compañera sobre la conveniencia del paso que daba, y si es verdad que dejaba de ser aforado ante la que se le venía encima, también había que considerar que no perjudicaría tanto al partido y, además, daba una lección moral a la derecha que nunca dimite y que… había mucho por hacer, tantas cosas le interesaban… Su vida en el plano económico era asunto resuelto, e incluso iría a más, pero todo a su tiempo, ahora los camaradas bolivarianos le habían reservado una suite en el JW Marriott Caracas, y pocos días después podría habitar ya en su nueva residencia oficial de La Florida. El avión tenía permiso de la torre de control y rodaba por la pista hasta que… ya estaba en el aire. Adiós Spain.

Su compañera, los niños y la niñera le harían algunas visitas a su nueva morada hasta que las cosas se calmaran y, después, ya vería. Él, los problemas de los cuidados de Aitana, Leo y Manuel los había delegado en Irene, y ésta en Teresa.

Llevaba consigo una moleskine negra en la que apuntaba algunas cosas por hacer. Ahora, garrapateaba con la magnífica pluma que Ione la había regalado, no era para menos, la acababa de nombrar sucesora, después el partido la ratificaría. La tinta se deslizó con facilidad, como sus pensamientos, y no quería pasar por alto aquellos párrafos de Greenblatt que disecciona en ‘El tirano’ los dramas políticos de Shakespeare y que recientemente la ex fiscal general del Estado, Consuelo Madrigal, se había atrevido a invocar por escrito para tratar de salpicarle. Eso de que un país puede caer bajo la tiranía, y las circunstancias que revelan la fragilidad de las instituciones más sólidas, o por qué quienes se respetan a sí mismos se someten a líderes indecentes que creen poder decir y hacer lo que quieran, no, no estaba de acuerdo. En la trilogía de ‘Enrique VI’ se apunta la complicidad generalizada y el silencio de los que esperan algún provecho, pero eso ha pasado siempre, se dijo, no es cosa de ahora, está en Maquiavelo. En ‘Macbeth’ el poder absoluto se impone porque por un tiempo subsiste la impresión de que el viejo ordenamiento permanece en pie y de que aún rige el imperio de la ley. Pero él disentía del genio de Shakespeare y de su luz sobre las sombrías verdades, y debía dejarlo por escrito en un sereno ajuste de cuentas. Ya podía desabrocharse el cinturón, estaban a 11.000 metros de altura y una bella azafata le preguntó entonces qué quería beber. Él, cerrando un poco los ojos para dar más fuego a su mirada, le dijo que agua, por favor, y remató, sin hielo, gracias.

Tenía tantas cuentas que ajustar, a él también le iban a pedir cuentas en el palacio presidencial de Miraflores y sabía que no podía fallar, en España es distinto, aquí las mentiras viven hasta hacerse viejas. Luis de Góngora lo había previsto:

En la capilla estoy, y

condenado

a partir sin remedio desta

vida;

siento la causa aun más que

la partida,

por hambre expulso como

sitïado.

Culpa sin duda es ser

desdichado;

mayor, de condición ser

encogida.

De ellas me acuso en esta

despedida,

y partiré a lo menos

confesado.