Opinión | De buena tinta
El final de la rata
Si hurgan en su interior más recóndito, pocos quedarán a salvo de encontrar ambiciones ocultas. Casi nadie se libra. Pero es que, además, casi todos somos portadores de un increíble potencial para escalar y moldear nuestras aspiraciones más enquistadas. ¿Quién nos iba a decir, acaso, que una rata podría llegar casi a lo más alto? ¿Quién se iba a imaginar que un personaje proveniente de contextos alcantarillados iba a apuntalar un puesto entre los más grandes de su ambicionado gremio? Sin duda alguna, hay que reconocerle, además de valor, la incomparable visión y el inefable sentido de la oportunidad con el que supo encaramarse al tan ansiado tren en marcha de la coyuntura precisa. Y fue así, oculto hasta entonces entre las mugrientas bambalinas de un oscuro entorno donde tan solo roía sus sueños, como finalmente emergió a modo de mesías poco agraciado para quebrar los esquemas preestablecidos, sembrar confusión y trasladar a algunos figurantes el pleno convencimiento de que él sería la solución a todas las desdichas. Y ello, a pesar de esa constitución enjuta y esa cola tan grimosa y carente de todo atractivo. Sean también conscientes de que, a lo largo de su itinerario, no sólo se limitó a jugar personalmente sus bazas para convencer a quien pudiera. También sus huestes, hordas hermanadas, potenciaron descalabros, saqueos y encierros que, de una manera u otra, propiciaron un rápido afloramiento de la confusión y plantaron bajo sus pies los sólidos escalones que lo condujeron hacia la precisa coyuntura que le otorgaría el mando y el control de la situación a sus solas manos. Pero, por encima de su fulgurante escalada, quepa destacar, pues es un dato primordial para el análisis de su figura, que su éxito bebió de las raíces y fórmulas de lo popular, pues el gran público, y él bien lo sabía, no siempre está acostumbrado ni preparado para digerir lo complejo.
Bien es verdad que hubo algunos, incrédulos e iracundos, que bien lo dieron de lado en su momento, pero ello no fue óbice para que, apoyándose en la creciente necesidad de otros y en sus naturales ambiciones lograra el puesto que tantos otros habían codiciado sin conseguirlo. Sólo él, hijo de una casta ajena a toda élite, supo abrirse paso para conseguir que su carencia inicial de estatus y su falta de credibilidad se desmenuzaran en pedazos en el justo y preciso momento en el que la confianza de muchos, casi a modo de vasallaje, hizo que el poder y la solución final llegara a sus manos. Hace tan solo unas pocas noches que, de nuevo, como tantas otras veces, volví a presenciar sus alardes a través de la televisión. Y el caso es que, por más que lo vea, por más que tenga interiorizado y asumido el guion de lo que va a hacer y decir, no deja de provocarme por dentro. Su final, más que esperado, arrastró consigo a muchos de los suyos, pues no hay autoridad ni persona decente que pudiera hacer la vista gorda a las irremediables irregularidades formales del chiringuito donde se urdieron todas sus estratagemas a fin de favorecerse a sí mismo y a los suyos. Pero, con todo y con ello, siempre me sorprende, siempre me emociona verlo. Porque, como les decía al principio, y miren que me he visto la trama más de una vez, jamás pensé que un personaje contextualizado desde la mugre y la alcantarilla pudiera, sin embargo, manejar con soltura los más intrincados fogones. Y es que, como a muchos de ustedes les ocurrirá, servidor, así, a bote pronto, no puede con las ratas. Posiblemente, desde mi inexperiencia, yo hubiera elegido como protagonista de la película de Pixar a un animal, digamos, más doméstico, más de granja.
Pero, insisto, el final de la rata Remy y su referencia por parte de la crítica como «mejor chef de Francia» a causa de una memorable receta popular tradicional, el ratatouille, me saca, una y otra vez, lágrimas como puños. Yo, que soy reincidente por naturaleza, suelo volver a ver la película, Ratatouille, como les digo, de tarde en tarde y con mis hijos. Si no la han visto, anímense. Les va a gustar. Sobre todo, el final de la rata, que es como para brindar.