Opinión | De buena tinta

El final de la rata

La rata Remy, el "mejor chef de Francia" en la película de Ratatouille

La rata Remy, el "mejor chef de Francia" en la película de Ratatouille

Si hurgan en su interior más recóndito, pocos quedarán a salvo de encontrar ambiciones ocultas. Casi nadie se libra. Pero es que, además, casi todos somos portadores de un increíble potencial para escalar y moldear nuestras aspiraciones más enquistadas. ¿Quién nos iba a decir, acaso, que una rata podría llegar casi a lo más alto? ¿Quién se iba a imaginar que un personaje proveniente de contextos alcantarillados iba a apuntalar un puesto entre los más grandes de su ambicionado gremio? Sin duda alguna, hay que reconocerle, además de valor, la incomparable visión y el inefable sentido de la oportunidad con el que supo encaramarse al tan ansiado tren en marcha de la coyuntura precisa. Y fue así, oculto hasta entonces entre las mugrientas bambalinas de un oscuro entorno donde tan solo roía sus sueños, como finalmente emergió a modo de mesías poco agraciado para quebrar los esquemas preestablecidos, sembrar confusión y trasladar a algunos figurantes el pleno convencimiento de que él sería la solución a todas las desdichas. Y ello, a pesar de esa constitución enjuta y esa cola tan grimosa y carente de todo atractivo. Sean también conscientes de que, a lo largo de su itinerario, no sólo se limitó a jugar personalmente sus bazas para convencer a quien pudiera. También sus huestes, hordas hermanadas, potenciaron descalabros, saqueos y encierros que, de una manera u otra, propiciaron un rápido afloramiento de la confusión y plantaron bajo sus pies los sólidos escalones que lo condujeron hacia la precisa coyuntura que le otorgaría el mando y el control de la situación a sus solas manos. Pero, por encima de su fulgurante escalada, quepa destacar, pues es un dato primordial para el análisis de su figura, que su éxito bebió de las raíces y fórmulas de lo popular, pues el gran público, y él bien lo sabía, no siempre está acostumbrado ni preparado para digerir lo complejo.

Bien es verdad que hubo algunos, incrédulos e iracundos, que bien lo dieron de lado en su momento, pero ello no fue óbice para que, apoyándose en la creciente necesidad de otros y en sus naturales ambiciones lograra el puesto que tantos otros habían codiciado sin conseguirlo. Sólo él, hijo de una casta ajena a toda élite, supo abrirse paso para conseguir que su carencia inicial de estatus y su falta de credibilidad se desmenuzaran en pedazos en el justo y preciso momento en el que la confianza de muchos, casi a modo de vasallaje, hizo que el poder y la solución final llegara a sus manos. Hace tan solo unas pocas noches que, de nuevo, como tantas otras veces, volví a presenciar sus alardes a través de la televisión. Y el caso es que, por más que lo vea, por más que tenga interiorizado y asumido el guion de lo que va a hacer y decir, no deja de provocarme por dentro. Su final, más que esperado, arrastró consigo a muchos de los suyos, pues no hay autoridad ni persona decente que pudiera hacer la vista gorda a las irremediables irregularidades formales del chiringuito donde se urdieron todas sus estratagemas a fin de favorecerse a sí mismo y a los suyos. Pero, con todo y con ello, siempre me sorprende, siempre me emociona verlo. Porque, como les decía al principio, y miren que me he visto la trama más de una vez, jamás pensé que un personaje contextualizado desde la mugre y la alcantarilla pudiera, sin embargo, manejar con soltura los más intrincados fogones. Y es que, como a muchos de ustedes les ocurrirá, servidor, así, a bote pronto, no puede con las ratas. Posiblemente, desde mi inexperiencia, yo hubiera elegido como protagonista de la película de Pixar a un animal, digamos, más doméstico, más de granja.

Pero, insisto, el final de la rata Remy y su referencia por parte de la crítica como «mejor chef de Francia» a causa de una memorable receta popular tradicional, el ratatouille, me saca, una y otra vez, lágrimas como puños. Yo, que soy reincidente por naturaleza, suelo volver a ver la película, Ratatouille, como les digo, de tarde en tarde y con mis hijos. Si no la han visto, anímense. Les va a gustar. Sobre todo, el final de la rata, que es como para brindar.