Opinión | El ruido y la furia

Símbolos

Una cruz es algo más, mucho más, que dos palos cruzados, y una estrella de David no es sólo la confluencia de dos triángulos equiláteros. Bastan esos dos ejemplos para comprender que entre lo conceptual y lo físico existe un mundo intermedio, atractivo y maravilloso, rico en significados: lo simbólico. El símbolo no solo nos propone una imagen más o menos poética, sino que nos hace intuir que tras la metáfora hay algo más que una mera sustitución artística de la realidad, hay un acto de comunicación, un “decir” que cuenta más de lo que las palabras pueden, por sí mismas, expresar. “El laberinto luminoso de los símbolos”, lo llamó Juan Eduardo Cirlot, sin duda el más alto estudioso del símbolo, al menos en nuestro idioma.

Los seres humanos hemos usado el lenguaje simbólico a lo largo de la historia, y parece que no quedan muchas dudas ya de que, como señaló Erich Fromm, “a pesar de las diferencias existentes, los mitos babilónicos, hindúes, egipcios, hebreos, turcos, griegos o ashantis están “escritos” en una misma lengua: la lengua simbólica”. Sé que esto sonará absurdo para quienes piensan que solo es válido lo utilitario, lo técnico, lo material, aquellos que desechan la existencia del símbolo y la idea de que señala lo trascendente.

Pero yendo, por fin, a lo concreto, debemos admitir que una coleta puede ser solo una forma como otra cualquiera de peinarse o puede ser un símbolo, y cortársela puede ser la expresión de una transición, del paso de una realidad a otra, como hacen los toreros al retirarse, como hacen los aprendices de jedi cuando alcanzan la maestría. No es vana la frase de Goethe de que “lo que está dentro está también fuera”. Hay algo muy hondo, una comunicación profunda, en el corte de pelo de Pablo Iglesias. No debemos simplificar el valor del símbolo, ni menospreciarlo llevados por el utilitarismo. Lo simbólico es verdadero y activo. Rechazar ese nivel de la realidad, no admitir los valores simbólicos, es un error y nos lleva a no entender, y lo que no entendemos lo trivializamos y lo ridiculizamos, como ridiculiza nuestra soberbia sociedad moderna el saber antiguo, simplificándolo en que no es más que pensamiento mágico, infantil, supersticioso. Pero ya nos advirtió Georges Contenau, arqueólogo e historiador, que nunca hubiesen podido sostenerse los colegios de adivinos y magos de Mesopotamia sin un porcentaje positivo de éxitos.

La significación simbolista de un fenómeno facilita la explicación de esas razones misteriosas a las que las palabras no alcanzan porque liga lo instrumental a lo espiritual, lo casual a lo causal; porque justifica que dos palos cruzados, que sin la existencia del símbolo carecerían de sentido, evoquen un modo de entender el universo, y una coleta cortada signifique mucho más que un cambio de peinado