Opinión | La señal

Casado ¿con quién?

La cama, deshecha en su parte derecha. Isabel seguía durmiendo como si él no se hubiera levantado, al fin y al cabo lo hacía a menudo, y no por la próstata, si no por las muchas preocupaciones del partido, cada día nuevas. Daba igual lo que fuera, un golpe o un beso. Había ganado la otra Isabel en la Comunidad de Madrid, y el corazón le dio un vuelco, ahora compararían sus derrotas con este triunfo; o la detención en Valencia hacía solo 72 horas de Alfonso Grau, vicealcalde con Rita Barberá, en la causa contra el cuñado de la misma, aunque también fue conducido por la UCO Rafael Rubio, subdelegado del Gobierno, socialista, por más señas, pero qué más da. Gürtel, Púnica, Bárcenas…, demasiado. Cientos de casos de investigados, procesados y condenados pueblan los listados de afiliación de los dos grandes partidos españoles. Pero Pablo daba por inevitable este estado comatoso de la democracia española, y tenía sus réplicas para los francotiradores, hasta para los de Vox, a los que empezaba a pesarles la mochila, y en tan poco tiempo, del senderismo por la sierra agreste de la política nacional.

Isabel escuchó la cafetera, pero siguió acostada, engañándose con que dormía. La pasada noche habían visto una película de 2018, ‘La corresponsal’, interpretada por Rosamund Pike, a quien mataron en Siria (Marie Colvin) las tropas de Bashar al-Ásad porque la localizaron los drones en Homs mientras enviaba su crónica al Sunday Times. Cosas de las guerras particulares que libraban, libran, algunos reporteros contra los dictadores de todo el mundo, y algunos consigo mismos, como queda reflejado en la cinta.

Ahora, entreabrió los ojos y, de lejos, le llegaron las voces de la televisión, 24 horas, ¿pero no podía estar a su lado?, ¿con quién estaba casada?, y cerró los ojos otra vez remontándose solo unas semanas atrás a la provincia de Ávila, en la que habían pasado, probablemente, los mejores momentos de sus vidas. Las Navas del Marqués, 5.000 habitantes a 1.300 metros de altura, cerca de Cebreros, de donde era Adolfo Suárez, vaya casualidad. Porque, vamos a ver, a Suárez lo dinamitaron desde dentro con pequeñas cargas explosivas, desde los democristianos traidores de Óscar Alzaga a los socialdemócratas infiltrados de Fernández Ordóñez, y desde fuera con los zarpazos de ETA y los GRAPO, y hasta los de la extrema derecha, solo un puñado frente a la camada de aquellos chicos nacidos al terror aquel día festivo de San Ignacio de Loyola de 1959, o aquellos otros lobeznos del camarada Arenas. Ahora, el terrorismo se había normalizado, ella sabía lo que se decía. Recordó entonces aquel pasaje de la tesis doctoral de Federico Trillo, escrita sobre Shakespeare y el poder, eso de que los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte, y los valientes prueban la muerte sólo una vez.

Se dio la vuelta en la cama y miró la ventana, que solo dejaba entrar, y a regañadientes, la iluminación de la calle. Quedaban tantas horas para que el sol catapultara sus primeros rayos exploradores de la tierra... Teo le ayudaba, claro, pero la mayoría velaba las armas. Juanma, Alberto, ahora la cabreada Bonig, no te digo la recién laureada Díaz Ayuso, o la Agustina de Aragón, Cayetana… Todo se resolvería con una contundente victoria electoral de Pablo, pero qué difícil y, además, el tiempo no ayuda, no tiene un cheque en blanco, otros sí revalidaban sus posiciones de poder, él, nominalmente, estaba arriba, pero los otros sí tenían un boletín de la comunidad autónoma, y cargos para repartir a gogó, y esos caramelos son irresistibles, y lo había comentado con Ana, la esposa de José María, a quien Pablo había servido como jefe de gabinete, y con Elvira, la mujer de Mariano, está tan claro... Los perros ladraban fuera de la caseta. Y se dolió en sus adentros. No sabemos de dónde venimos y siempre nos preguntamos a dónde vamos, pero es que tampoco sabemos quiénes somos, ¿no es verdad, mi querido Pablo?, ¿por qué no vienes a mi vera? Y después, están los medios, y eso ya es saltar el muro de Berlín. No le tenía ningún miedo a la oscuridad, sino a la luz, y cerró los ojos, creyendo que así evitaba los peligros. San Juan de la Cruz lo dijo así:

¿Adónde te escondiste,

Amado, y me dejaste

con gemido?

como el ciervo huíste,

habiéndome herido;

salí tras ti clamando,

y eras ido.