Opinión | Tribuna

Battiato, hacia los ángulos de la tranquilidad

La muerte de Franco Battiato emerge y se nos presenta desde estas mitades de mayo en clara concordancia con estos tiempos inestables a los que nos ha tocado hacer frente. Sin duda alguna, lo que Battiato evocaba y sigue evocando más allá de su música es una indubitada luz de trascendencia con la que algunos logramos mantener a raya las dolencias de la incertidumbre. Esa incertidumbre o ese temor al porvenir desconocido con el que, continuamente, nos golpean los horizontes perdidos de todo espacio y de todo tiempo. Pero Battiato, como digo, se alzaba por encima de cualquier vasto piélago de penumbras: "superaré las corrientes gravitacionales, el espacio y la luz, para no dejarte envejecer".

La voz de Battiato, portadora de una serenidad inquebrantable, nos traspasa desde su ausencia, evocando melodías pretéritas con la fuerza del presente y los anhelos de futuro. Escuchar a Battiato es danzar con lo imperturbable, pisar el miedo y acompasarse con la esperanza: "Le queda un nuevo entusiasmo por latir al corazón, y otra posibilidad de conocerse". Pero es que, además, su irremediable y discreta partida no hace más que recordarnos con diáfano pesar la falta de relevo generacional que, en las maestrías y carismas de lo musical, sigue padeciendo nuestro siglo, pues seguimos caminando, cada vez con menos guías, por los desconocidos e intransitables senderos de la inercia.

Vivimos tiempos oscuros donde voces como la de Battiato se hacen más que necesarias, pues transmiten no ya la encendida y efímera ilusión que se deriva de la arenga y que perdura mientras se sostiene el instante, sino la esperanza cierta que comporta esa serenidad que a nada teme y que se sabe dentro del mundo y, al mismo tiempo, más allá de éste. Es por ello que, en estos tiempos fríos y hostiles, propicios al odio, la silenciosa música de Battiato se alza como una clara defensa trascendente que a todos nos conviene, pues si los años de paz son pródigos en la aparición de criaturas de la división y la sombra, cuánto más no lo serán los tiempos sombríos en los que nos hallamos inmersos.

Por mi parte, que tuve la oportunidad de escuchar su música en directo, pongamos que hablo de Madrid, hace ya muchos años, aún experimento, como recién salida del horno, esa sensación de encontrarme con alguién cuya filosofía vital tomaba cuerpo ya a través de su música, ya a través de sus silencios, ya a través de sus maneras, ya a través de esas miradas que parecían percibir lo que uno no logra percibir pero, sin duda alguna, existe. Porque Battiato articulaba sus acordes más allá de todo género musical, siempre inclasificable, siempre auténtico, siempre en movimiento, a pesar de su quietud. Una música, la suya, que, sin más pretensión que la del cálido encuentro personal, provocaba sentimientos profundos, reales y sin artificio que persisten tras la madrugada. Unos sentimientos a los que podemos acudir, una y otra vez, como experiencias fundantes que nos sostengan frente a tantas luces de neón que parecen alumbrarnos sin iluminar. Y es que Battiato, insisto, nos deja legado, pero no relevo, pues su particularísimo y singular ajuar musical en nada es comparable con cualquier otro que haya existido, exista o tenga pensado existir. Rondará ya, sin duda alguna, y así le cantaremos, por los desconocidos linderos de aquellos "nómadas que buscan los ángulos de la tranquilidad".