Opinión | Crónicas de Málaga

El riesgo de maremoto y un pato en el Guadalmedina

Un ave nada tranquilamente en el cauce de Guadalmedina, junto al Puente de Armiñán

Un ave nada tranquilamente en el cauce de Guadalmedina, junto al Puente de Armiñán / J. A. S.

Una semana da para mucho y vive Dios que los últimos días han sido vertiginosos y eso que muchos de nuestros políticos han pasado unas jornadas en la Feria Internacional de Turismo (Fitur) de Madrid, que solía ser en enero pero que la pandemia nos ha obligado a llevar hasta mayo. Es nuestra mayor industria y esta es su gran feria, así que la hoguera de las vanidades debe seguir girando, porque aquello, supongo que además de cerrar acuerdos con touroperadores y todo tipo de negocietes, tiene mucho que ver con quién lleva el expositor más grande. El caso es que ha habido nuevos charcos en los que meterse y más proyectos anunciados, otros puestos en solfa y polémicas antiguas que, a fuerza de cocerse y macerar, son agitadas con convicción por algunos concejales y se origina el correspondiente debate con su dosis puntual de mala leche. Destacamos, por ejemplo, en el terreno de proyectos ilusionantes la ampliación del metro al hospital Civil, junto al tercer hospital, todo soterrado. Con la Junta socialista hubiera ido el suburbano en superficie hasta el futuro nuevo centro hospitalario de Málaga; con el PP, nos dijeron, íbamos a ir discurriendo por las entrañas de la tierra. El caso es que el otro día Marifrán Carazo, consejera de Fomento, visitó los primeros sondeos geotécnicos. El anteproyecto de esa ampliación estará en julio y, un año después, el proyecto. Y luego vino la sorpresa: se ha pedido al Gobierno que incluya esta infraestructura en la lista de los que podrían recibir dinero europeo vía fondos de recuperación, más conocidos como los Next Generation. ¿Y si eso no llega? Porque aquí, que se sepa, hasta el bedel de la mancomunidad noroeste de la comarca sur de la provincia de Nunca Jamás ha pedido dinero de los fondos antiCovid-19 para pagar no sé qué proyecto. Si no, dijo la consejera, hay un nuevo marco de fondos Feder y si no, pues siempre nos quedará el Banco Europeo de Inversiones. También tendrían que aflojar el Gobierno y, suponemos, un poco la Junta y otro tanto el Consistorio. Una infraestructura en sí no es buena ni mala, pero ocurre como con la justicia: cuando llega tarde, no es justicia. Y da igual que venga soterrada o en superficie. Lo importante es que llegue. Aunque se prometan infraestructuras para las que no se cuenta con una financiación comprometida. Es disparar con la pólvora del rey.

Mucho ruido ha hecho también la moción de IU y Podemos, impulsada o defendida por Nicolás Sguiglia, que se ha empeñado en dar la batalla ideológica (y eso no está nada mal, oigan) en el Consistorio: pedía la confluencia que ninguno de los 78 cargos de confianza, que cuestan más de cinco millones de euros a los malagueños cada año, cobren más que el alcalde. Hay nueve que sí lo hacen y varios que se quedan a muy poco. En tiempos recios como este, lo normal sería que hubiera una racionalización de lo que cobran estos cargos, sobre todo en cuanto a sus retribuciones variables y productividades varias, pero también es cierto que hay cargos técnicos en esa lista que, en el sector privado, cobrarían bastante más. Elisa Pérez de Siles, portavoz del PP, sacó el bazuca y acusó a la izquierda de buscar excusas para atacar al equipo de gobierno y señaló el baile de cargos de confianza y consejeros áulicos del Gobierno central. Pues también.

A todo esto, el Gobierno central, el Ministerio de Cultura, en concreto, quiere ver detenidamente la afección del rascacielos del Puerto al entorno BIC que es el Centro. Sigue existiendo un proyecto que ha dividido a la ciudad, que genera gran rechazo en varios colectivos ciudadanos, colegios profesionales y entidades de toda naturaleza, pero que continúa avanzando administrativamente sin que nadie se pare a reflexionar seriamente sobre el mismo. Es un cambio trascendente. Aquí somos partidarios de una consulta ciudadana ya, insistimos. Es un tema lo suficientemente importante como para que opinen los malagueños, que son, por otro lado, los que van a ver modificado el horizonte de su ciudad si esto se construye.

Esta misma semana, por cierto, este cronista paseó junto al Guadalmedina y sacó la foto que acompaña al texto: había patos (no me pidan la marca) nadando aguas arriba en el Guadalmedina. Ya saben que hay un proyecto de puentes-plaza y soterramiento de las dos márgenes del río, una iniciativa que podría salir mucho más barata si se renaturaliza el río siguiendo los proyectos análogos que se han hecho en otros lugares de España, por ejemplo en el Manzanares.

De momento, la Gerencia de Urbanismo está a punto de empezar el pliego para vender por lotes los suelos de Repsol para acoger tres torres con carácter residencial y una parte de oficinas y dos zócalos comerciales, además del parque de 65.000 metros cuadrados, el parking y los viales y, por otro lado, parece que el Ayuntamiento se decanta por un concurso de proyecto y obra para el Astoria, dijo el alcalde, Francisco de la Torre, con la apuesta clara para un edificio público y que aporte algo diferente en su diseño. Y para colmo, supongo que lo habrán leído, la costa malagueña es la que más riesgo tiene de sufrir un maremoto en el litoral mediterráneo andaluz. El mar se elevaría hasta cinco metros y el tsunami llegaría a la costa en solo 20 minutos. Y el pato tan tranquilo, disfrutando de la escasa agua que fluye en el río, aunque demostrando, con su perseverancia natatoria, que siempre hay alguien tomándoselo con calma, como en aquella película de los hermanos Coen que tantas veces he visto.