Opinión | La vida moderna merma

Al Rocío yo quiero volver

al rocío yo quiero volver

al rocío yo quiero volver / LVMM

Andalucía tiene en el triángulo conformado por Sevilla, Cádiz y Huelva algunos de los elementos que nos diferencian como pueblo. Sistemas y fórmulas tradicionales que, en parte, forman parte de nuestra vida. Para muchos, tradiciones como las romerías, ferias o la Semana Santa son los hitos más importantes del año y que, antes de su comienzo y tras su fin, siguen perennes en la memoria colectiva de todos.

El año se divide en tiempos de espera y preparación hasta que comienza la Cuaresma y florece Pentecostés. Y hoy -y aquí estamos otra vez para decirte que te queremos-, no tendremos Romería en El Rocío.

La pandemia es fea, mala y desagradable. Pero a la vez ha servido para relativizar muchas cosas. Ha sido el cedazo en el que tamizar lo vacuo para dejar lo importante y reconocerlo y valorarlo aún más. Por eso, hoy más que nunca he de reconocer que pocas cosas existen tan enriquecedoras como El Rocío. A simple vista, bien pudiera parecer que esta frase anterior es propia de un analfabeto indocumentado -cosa que igualmente seré- o que estoy parafraseando a Fátima Báñez. Pero la realidad es que es tanto el vacío que deja que solamente lo compensa el consuelo de saber que se trata de algo bueno, honesto y de verdad.

La Virgen del Rocío es un icono devocional universal. Su relevancia en el plano religioso popular es incuestionable y eso, a la vez que lógico y justo, es sensiblemente problemático.

Ante un movimiento social de tanta relevancia y con el sello religioso en lo alto, siempre habrá voces que, sin conocer lo más mínimo, apuntan el dardo hacia el asunto. Y ahí, por suerte, no se suele clavar nada pues la verdad siempre supera a la ficción y el veneno.

Por eso, ahora más que nunca, quizá sea el momento de valorar todo aquello tan bueno que sucede en torno a la Virgen en un rincón de Almonte. Echo de menos el abrazo fraterno entre aquellos que solamente tienen a la Virgen como común denominador. Personas que no se ven casi nunca durante el año; salvo cuando van al Rocío.

Y son muchas. Tantas que resulta difícil plantear una definición sobre este fenómeno que acaba siendo parte de tu vida únicamente desde un plano de divinidad.

Hace años, escribía por aquí que, una de las mejores formas de ver al Cautivo o a La Macarena no era mirándolos a ellos en su procesionar sino mirando a quienes lo contemplan. Ahí ves realmente lo que sucede. En los gestos, las formas y la mirada de aquellos que encuentran consuelo ante ellos.

Y de igual manera, El Rocío y su Virgen, aparecen en el abrazo sincero que Rafael te da al cruzar el dintel de la puerta de calle Sanlúcar. Lo has visto unos días antes por Málaga. Pero no es lo mismo. Nada es igual allí. Y encuentras a la Virgen en los niños que comienzan a llegar a las vidas de todos y que cerca de la ermita se convierten en parte de la familia. Está en la bondad que transmite la cercanía de la gente sencilla y que es la esencia de todo lo que allí sucede. Pero también, y por supuesto, se encuentra en la alegría. Ésa que aparece cuando se bendice la mesa la primera vez en la que estamos todos. Cuando Gonzalo comunica los horarios a los comensales. Antonia reenciende el puro por octava vez. Cayetano afina la guitarra y Juan protesta porque no se debe acostar nadie porque ahora es el momento en el que realmente se está bien allí.

Andalucía es luz. Y la Virgen del Rocío es multicolor. Como las flores del campo que florecen y acompañan a la Pastora. Esas que aún aguardan en Los Llanos a que regrese a su ermita. Y ese tornasol es del que visten las mujeres para celebrar que llega Pentecostés -Sandra tarda un rato más en bajar tornasolada-. Y la alegría se apodera de unas horas que bien valen la espera de cada año. Y ahora, de un poco más.

De todo quiere Dios un poquito. Y la alegría de vivir en paz se traduce vasos de vino y cante. Y es lo normal. Porque así, al menos por aquí abajo, se celebra todo lo bueno. ¿Qué haces cuando tu madre sale del hospital sana y salva? ¿Qué haces cuando consigues un trabajo o el día que te dan esa buena noticia? ¿Qué sucede cuando, en Navidad, te juntas con los tuyos? Pues eso mismo sucede cuando esa gente a la que tanto quieres se reúne en torno a la Virgen bella.

Por eso ahora andamos apesadumbrados. Pero fieles con la cita. Aunque sea por televisión o compartiendo fotos con tu reunión a través de WhatsApp. Ya sea rememorando los buenos momentos o acordándonos entre todos de quien sigue necesitando la intercesión de la Virgen. Pensando en la llegada de Pepe desde Jerez, con polvo e ilusión en partes iguales para decirnos tanto sin decir.

Y no se entiende. Y es normal. Aquello, para muchos, será una feria incómoda y falsamente costumbrista. Pero para otros es lo mejor que tiene la vida. Porque llegas y se te olvida lo demás. Y hoy domingo, en unas horas, echas de menos la foto en el patio, las palabras de algunos, la sevillana de Mari y a Gonzalo que se emociona con estas cosas, pero lo niega porque es como los gatos -si lo llamas no viene, pero al darte la vuelta está justo detrás con el sombrero y la sonrisa-.

Yo quiero volver. Como todos. Y así lo haremos. Y vendrá Alejandro por primera vez. Pero mientras tanto, nos queda soñar con los recuerdos y sentirnos más que nunca cerca de la Virgen. A través de la oración y gracias a las buenas personas.

Siglos enteros. Generación tras generación viviendo la misma historia. Algo que del todo es imposible que sea irreal. Por eso creemos y continuamos. Con ese Rocío de esperanza por volver a encontrarnos. Con los padres, con los hijos y con los nuevos proyectos que serán certeros cuando nos volvamos a ver. El lugar donde todos caben. Piensen lo que piensen. Hagan lo que hagan. Volveremos. Con la que sigue siendo la reina.

Viva Málaga y la Virgen del Rocío.