Opinión | El ruido y la furia

Justicia y perdón

Diké es, según la Teogonía de Hesíodo, una de las tres Horas, hija de Zeus y Temis.​ Mientras Temis, su madre, representa la justicia divina, ella personifica la justicia en el mundo humano. En Roma Diké se transforma en Iustitia, (que viene de ius, ‘derecho’, y significa ‘lo justo’). Por tanto, la justicia es la virtud de dar a cada quien lo suyo, y ya lo recoge así Platón en La República: «Lo justo consiste en dar a cada uno lo que es debido», que será la base sobre la que Ulpiano construirá su más conocida definición: «La justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno su derecho». Ulpiano afina el concepto porque establece la primacía del derecho sobre la justicia en tanto que la justicia presupone derecho o, lo que es lo mismo, para que se dé justicia es preciso que exista un derecho con respecto del cual se es justo.

Ampliando esos conceptos al ámbito social, lo que se da en llamar ‘justicia general’, supone la ordenación de las conductas al bien común y corresponde, básicamente, al cumplimiento de las leyes, dando igual que alguien bueno haya dañado a alguien malo o viceversa: La justicia sólo debe observar el mal causado y tratar por igual a quien comete la injusticia y a quien la sufre, y es aquí donde entra la figura del juez, que se va a encargar de restablecer la igualdad, de mantener y restaurar el orden social justo. Por eso cuando alguien, sin ser juez, apela a que hay un tiempo para el castigo y otro para la concordia, debe asegurarse de que actúa justamente, es decir, dando a cada cual lo suyo, y tener claro que perdón y justicia no suelen ser sinónimos.

Porque perdonar es de estirpe divina. Aunque no es humano quien no haya sentido, alguna vez, compasión por los demás, eso es cierto, también lo es que el perdón no hace justicia, no la sustituye, sino que la sobrepasa. El perdón es, en esencia, una injusticia, y solo es tolerable si realmente restablece la concordia. Pero como señalaba Vladimir Jankélévitch, un filósofo francés que estudió a fondo el perdón, para que este resulte mínimamente digno de ser considerado es preciso que el criminal lo solicite. Si no, el perdón es una gracia absoluta más allá de cualquier cálculo, de cualquier evaluación de castigo posible, más allá de toda justicia, y sobreponerlo sobre la justicia es cruzar de un salto varias lindes, incluyendo la división de poderes, y eso sería imperdonable.