Opinión | Entre el sol y la sal

De principios y finales

Katharine Gun

Katharine Gun

Katharine Gun es una joven lingüista que trabajaba en la inteligencia británica y puso de rodillas a su gobierno cuando filtró a la prensa un memorando de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense en el que se reconocía la existencia de una trama secreta para convencer a algunos países de que votaran a favor de la guerra de Irak. Deben ver su historia en la cinta de Netflix Secretos de Estado. En ella reluce la idea de cómo una burócrata desoye la ley de secretos oficiales y da la espalda al aparato arriesgándolo todo por un bien mayor: salvar la vida de miles de personas. Gracias a la valentía del periódico The Observer y la astucia de un abogado, el compromiso de Katharine con la verdad dejó claro que los gobiernos nos mienten en favor de sus intereses en vez de servir al bien común. Los gobiernos cambian, el pueblo permanece, y yo trabajo para el pueblo. Dice Katharine.

Salvando las distancias, este ejemplo de compromiso con los principios morales se repitió esta semana cuando otro inglés (ya me jode) ha puesto en jaque a su presidente. Dominic Cummings, el muñidor del brexit y exasesor más cercano a Boris Johnson, entonaba el mea culpa por la gestión de la pandemia y pedía perdón a los familiares de los miles de muertos. Del ministro de Sanidad llegó a decir que cometió actos criminales y vergonzosos mintiendo deliberadamente a la población, y todo ello con el beneplácito de un presidente que afirmó preferir ver montañas de cadáveres apilados antes que decretar un nuevo estado de alarma.

En el otro lado de la moneda tenemos a Iván Redondo, quién, sin despeinarse el injerto capilar, nos dice que por su presidente se tiraría por un barranco. O lo que es lo mismo, el mamporrero de políticos que ansían tocar pelo, la Paquita de Juana Rivas, el arquitecto del desastre, dice a boca llena que por su presidente haría lo que fuera. Se ve que la madre de Iván estaba a otra cosa y nunca le preguntó eso de: si tu amigo se tira por un barranco, ¿tú te tiras detrás? Redondo compareció en Comisión para anunciar la creación de una NASA española. Sí, amigo lector. El mismo gobierno que no sabe ni arreglar el ordenador del SEPE, quiere crear una agencia espacial. De paso, y viniéndose muy arriba, dejó claro que su prioridad, por lo que daría la vida, es Pedro Sánchez, el indultador. No por usted, ni siquiera por mí, ni por las necesidades o inquietudes de 47 millones de españoles. A Redondo lo único que le importa es su presidente, con independencia de la bondad o eficacia de las medidas que tome. Obediencia ciega, sumisión total. Cero examen de conciencia, nula puesta en duda. Así se explican las escenografías, los retorcimientos lingüísticos, los cambios de criterio, el tratarnos como gilipollas, y ese asqueroso paternalismo con el que quieren justificarlo todo en plan: Señora, soy del gobierno, y estoy aquí para ayudarle. No son devoluciones en caliente, sino rechazos en frontera. El líder del Frente Polisario no entró con identidad falsa, sino con identidad distinta. Jamás pactaré con Podemos ni con los separatistas. Todas ellas mentiras más gordas que la de chupa, chupa, que yo te aviso.

Así que ya ven. Unos acortan su final por culpa de sus principios, y otros alargan su final gracias a la ausencia principios. Me quedo con una escena de la película en que una compañera de trabajo agradece a la protagonista su valentía, pues le reconoce que no fueron pocos los funcionarios que pensaron hacer lo que ella, pero no se atrevieron. No llores, no has hecho nada malo, le dice Katharine. Es verdad, no hice nada malo, pero tampoco hice nada bueno, responde su amiga.

[«Para que el mal triunfe sólo hace falta que los hombres buenos no hagan nada», Edmund Burke, 1729-1797]