Opinión | El Palique

Nostalgia del Tívoli

Una imagen del Tívoli

Una imagen del Tívoli / L. O.

La frase sonaba en casa a menudo. Tal vez un jueves de verano: «El sábado nos vamos al Tivoli». Era una de esas frases que a un niño le disparan las expectativas y la felicidad. Recuerdo sus calles empinadas, aquellos automóviles de época que circulaban por railes, la montaña rusa, los coches de choque y esos burritos en los que a los infantes nos subían para dar un paseo. Nunca tuve muy claro que fuese necesario entrar en el ‘Pasaje del terror’. «Un lugar en la Costa del Sol. Allí le espera Tivoli», era el soniquete, aún recuerdo la melodía, el eslogan, el anuncio que se oía por los altavoces del parque y también en la radio del autobús del colegio, un mortecino lunes cualquiera, o del coche de mi padre, aquel Renault 18. La velada solía concluir con una cena, hamburguesa en mi caso. Crecimos con el Tivoli, uno de los territorios sentimentales de la niñez. Y crecimos y continuamos yendo. No había artista del panorama nacional que no pasara por allí estuviera o no de gira veraniega. Al Tivoli con tus padres y tu hermana, al Tivoli con los primos, con los amigos; al Tivoli con la pandilla adolescente, con una novieta a la que invitar a las primeras cervezas de tu vida. Recuerdo la entrada, las taquillas con su techado característico, el tiquet al fin en la mano tras hacer cola. El Tivoli está en apuros pero nuestros recuerdos no pueden recalificarlos. Ni construir en ellos ni expropiarlos y ni siquiera convertir esos terrenos en otra cosa. La montaña acuática en Playamar, el Palacio de Congresos de Torremolinos, tan vanguardista, aún hoy moderno, la discoteca Piper’s, la calle San Miguel de entonces, La Carihuela sin franquicias, los campos de caña de azúcar en Costa Lago por los que triscar con la bici... iconos de un tiempo vital ni mejor ni peor pero nuestro.

El Tivoli es el Bobby Logan de los de la Costa. Tal vez. Ya no hay Tivoli y lo peor es que ya nadie nos propondrá paternal un día, para compensarnos quizás de un infantil disgusto, ir allí a echar la tarde. No recuerdo la última vez que fui. Sí que fui muy feliz.