Opinión | El ruido y la furia

Hacer el canelo

Eclipse solar

Eclipse solar / EP

Escribo bajo un eclipse de sol. La luna, dice un titular en algún periódico, muerde al sol. Esto es lo que pensaban los egipcios sobre los eclipses, y creían que cuando el sol reaparecía en era ya otro sol, una reencarnación. También los chinos pensaban que en los eclipses un dragón devoraba al astro rey.

Tiene su aquel escribir bajo un eclipse, ahora que lo pienso. Aunque uno ha escrito en todas las circunstancias imaginables, incluyendo un bombardeo, no recuerdo si alguna vez antes había escrito bajo un eclipse, aunque cabe la posibilidad de que lo hiciera y no lo supiera, habida cuenta la larga producción, los muchos años dedicados a este oficio. He hecho el cálculo, así, grosso modo, porque los cálculos exactos sobre uno mismo tienen siempre un algo de autocomplacencia que no termina de gustarme, y me salen diez mil columnas, en números redondos, escritas y publicadas. A unas quinientas palabras por columna, la cuenta arroja la friolera de cinco millones de palabras solo en esta modalidad, dejando a un lado todo lo demás: novelas, poemas, reportajes, entrevistas, pies de foto…

Quizás he estado haciendo el canelo todo este tiempo. ‘Hacer el canelo’ es una de esas expresiones que ya nadie usa, pero que siguen teniendo su gracia, quizás ahora más por ser una antigualla, pero tener la pátina del tiempo. Decía, digo, que quizás he hecho el canelo porque con un mínimo de habilidad no hubiera tenido que escribirlas y me las hubieran pagado mejor. A Salvatore Garau, un ‘artista’ italiano, permítanme toda la ironía del mundo en las comillas, le han pagado 15.000 euros por una ‘escultura inmaterial’, es decir, por una escultura que no existe. La cosa empeora cuando te enteras de que el precio de salida en subasta de la obra era de 6.000 euros y la puja llegó a los 15.000 definitivos. El afortunado pujador que se la adjudicó recibirá un certificado de garantía, firmado y sellado por el artista, que da fe de la obra, que aparece como un espacio en blanco absoluto con la descripción: «Io sono. 2020. Escultura inmaterial para colocar en una casa particular dentro de un espacio libre de cualquier estorbo. Dimensiones variables, aproximadamente 150 x 150 cm».

El ‘artista’ ha vendido metro y medio cuadrado de nada por quince mil euros de vellón. Y tengo la sensación de que alguien, no solo yo y mis millones de modestas palabras, ha hecho el canelo.

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