Opinión | La calle a tragos

El hijo inmortal de 'Málaga bonita'

Roberto González, rodeado por los hermanos Perico y Pepillo Ramírez.

Roberto González, rodeado por los hermanos Perico y Pepillo Ramírez. / L. O.

Existen noticias de una actualidad añeja que te acompañan a lo largo de toda la vida. Recuerdo perfectamente qué estaba haciendo el niño que fui mientras escuchaba por la radio que había muerto Fernando Martín. Y, aunque se trate de algo más reciente, de vez en cuando regreso al instante exacto en el que me sacaron de la cama para contarme que Roberto González, el piloto sin frenos de Tabletom, había emprendido definitivamente su maniobra de aproximación al más allá de las nubes. Fue tal día como hoy: un 12 de junio. Era domingo de 2011 en lugar de sábado de 2021. Cuando lo supe, yo me regodeaba en la resaca que había organizado en mis sesos la boda de unos amigos.

Además, aquella no era la única boda que deambulaba por la misma cabeza. La mía llegó seis días más tarde y la voz de Roberto se desgañitó en el tocadiscos que trataba de poner orden en la barra libre. De algún modo, el ídolo de la ciudad subterránea y culta para tantas generaciones de malagueños tenía que estar allí.

Es más, luego me contó a toro pasado cierto ‘sibarita sin dinero’ que él y otros colegas estuvieron pensando en la locura de llevar a Roberto a los aledaños de la céntrica iglesia en la que, con cincuentaytantos grados en los termómetros, se me ocurrió tararear la balada del ‘sí quiero’. Pero hacía ya un tiempo que su imponente salud de hierro había dejado preparadas las maletas para el viaje.

Finalmente, aquel domingo 12 de junio de 2011 despertó para proclamar la certeza que mascullaba Málaga bonita: Roberto González Vázquez era su hijo inmortal. De repente, un rockero se reencarnó en un icono tan eterno como la vertiginosa leyenda del Piyayo o la corteza desgastada de un cenachero.

Desde entonces, respiramos con la sospecha de que jamás retornará su artesanía surrealista, que abrazaba como una horma hermana el maravilloso tesoro instrumental que siguen cincelando los hermanos Perico y Pepillo Ramírez.